Por Stefano Lodigiani
Mutoko (Agencia Fides) - “Una misionera laica italiana, la doctora Luisa Guidotti, de 47 años, originaria de Módena, que durante más de diez años ha dirigido el centro médico de la misión, a unos 150 km al noreste de Salisbury, donde se está llevando a cabo una guerra de guerrillas, fue asesinada el 6 de julio de 1979, tras un incidente con las tropas de Rodesia. Pertenecía a la Asociación Médica Misionera Femenina”. Así señalaba el escaso comunicado publicado por la Agencia Fides, en el que se informaba de la trágica muerte de la “doctora misionera”, ocurrida en Rodesia, antigua colonia británica, hoy Zimbabue, en circunstancias que nunca se han aclarado del todo.
El Papa Francisco el 17 de diciembre de 2022, autorizó al Dicasterio para las Causas de los Santos la publicación del decreto relativo al reconocimiento de las “virtudes heroicas de la Sierva de Dios Luisa Guidotti Mistrali, laica consagrada de la Asociación Médica Misionera Femenina, nacida el 17 de mayo de 1932 en Parma y asesinada el 6 de julio de 1979 en Mutoko (Rodesia)”.
Natural de Parma, Luisa Guidotti se trasladó con su familia a Módena al morir su madre, y fue acogida por su tía, que más tarde la adoptó (Luisa añadiría el apellido de su tía, Mistrali, a su apellido Guidotti). Su formación espiritual comenzó en la Acción Católica de la parroquia de San Domenico de Módena, a la que asistió durante nueve años, durante los cuales ocupó el cargo de responsable de la Juventud Femenina y llegó a ser miembro del consejo diocesano. Después del instituto, estudió Medicina y Cirugía en la Universidad de Módena. Tras licenciarse en 1960, ese mismo año solicitó su admisión en la Asociación médica-misionera femenina (hoy Asociación sanitaria internacional), creada por Adele Pignatelli con el apoyo de monseñor Giovanni Battista Montini, futuro Papa Pablo VI.
Los miembros de la Asociación, médicos y paramédicos, tras un periodo de formación, hacen votos de obediencia, pobreza, castidad y vida misionera. Su vida y su apostolado se basan en la Sagrada Escritura y en las fuentes de la espiritualidad cristiana. Desarrollan su actividad misionera en pequeñas comunidades que trabajan exclusivamente en el sector sanitario, prefiriendo pueblos y naciones que sufren pobreza y penurias. Eran los años anteriores al Concilio Vaticano II. “Los años - escribiría Luisa más tarde - en que tomamos conciencia de la función de los laicos en la Iglesia”. Y de nuevo: “Yo quería partir en misión como médico, marchar para siempre, permaneciendo como laica entre los laicos”.
En agosto de 1966, Luisa, tras recibir el crucifijo misionero de manos del arzobispo de Módena, partió hacia la entonces Rodesia, con destino a Chirundu, donde la Asociación dirigía el Hospital Pablo VI, anejo a la misión. El país africano vivía los sangrientos años de la guerra civil, que duró de junio de 1964 a diciembre de 1979, enfrentando a las fuerzas gubernamentales -en manos de la minoría blanca- con los rebeldes de Robert Mugabe. El conflicto, que causó al menos 20.000 muertos, terminó con los Acuerdos de Lancaster House y las elecciones de 1980, que supusieron la victoria de Mugabe, la independencia y el reconocimiento del nuevo nombre del país, Zimbabue.
En febrero de 1967, Luisa se trasladó a Salisbury, al hospital público, para adquirir una mejor formación profesional. Ese mismo año regresó a Europa. A principios de 1969 se marchó al hospital de la misión Regina Coeli, en el distrito de Njanga, en la frontera con Mozambique. En diciembre del mismo año fue trasladada a Mutoko, para trabajar en el hospital de la misión All Souls. Al mismo tiempo, trabajaba en la leprosería de Mtemwa y en el servicio de urgencias de Chikwizo.
De 1972 a 1975 volvió a Europa, para regresar a Rodesia en febrero de 1976. El 28 de junio fue brutalmente detenida por la policía, acusada de haber atendido a un niño, presunto guerrillero, sin informar a las autoridades gubernamentales. Liberada a finales de agosto, pudo regresar a su hospital, donde reanudó su trabajo, en un clima de hostilidad por parte de las autoridades.
A pesar de la situación de creciente tensión, Luisa no quiso salir del país para no abandonar a los enfermos y necesitados. El 6 de julio de 1979, cuando regresaba sola en una ambulancia del hospital de Nyadiri, donde había acompañado a una mujer embarazada en peligro, fue alcanzada por una ráfaga de ametralladora de una patrulla de soldados gubernamentales. Trasladada al hospital público de Mutoko, llegó allí sin vida.
“La decisión de Luisa nunca se vio cuestionada, ni siquiera en las situaciones más intrincadas y dramáticas - subraya su biógrafo, Marzio Ardovini - y siempre se mantuvo convencida de su papel específico como misionera laica, aunque consagrada al Señor con votos privados. Los comprensibles malentendidos en tierras de misión sobre la configuración laical del grupo (se las llamaba las “Doctoras del Papa”), llevaron a Luisa a reivindicar la laicidad como característica fundacional del Instituto, tal como escribió a la fundadora: «Me cuesta... soportar el continuo ‘HERMANA’...; yo estaba muy unida al carácter laical de nuestro grupo porque era LAICA aunque consagrada a Dios: es mi vocación personal. Ahora todo nuestro carácter laico está ligado al vestido, un vestido que ahora compartimos con muchas hermanas que han dejado el hábito religioso... Te escribo estas cosas porque mi vocación laica es muy importante para mí y porque tú, como responsable central, tienes derecho a saber cómo se presenta actualmente el Instituto en África»”.
Luisa quería subrayar la especificidad de la vocación laical, que no puede relegarse a una cualificación (hermana) ni a llevar o no hábito... Lo que cuenta es el descubrimiento del laicado como tal, sin privilegios ni preferencias de estatus profesional, explica Ardovini. Aquí volvemos, en todas sus virtudes, a la doctrina del Vaticano II, interiorizada y vivida en primera persona, la cual, Luisa aplicaba de forma consciente y coherente.
“Su arraigo a la más auténtica secularidad en un instituto aprobado por la autoridad eclesiástica la llevó a una comprensión cada vez más consciente de una solidaridad sobrenatural con toda criatura que debe ser amada como es amada por Dios. De ahí que sintiese la necesidad de un testimonio cristiano coherente realizado no sólo por el anuncio, sino por el ejemplo del amor mutuo, más eficaz para la cultura africana, como enseñan los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles... El testimonio auténtico, en la medida en que se basa en el amor, se hace comprensible a todos aquellos con los que Luisa entraba en contacto, ya sean personas cultas o sencillas”. Ella escribía: “Qué bueno es el Señor por haberme dado la posibilidad de ser su testigo de una manera tan sencilla y comprensible tanto para los niños cultos como para los sencillos”.
La experiencia personal del encarcelamiento (24/26 de junio de 1976) hizo resaltar dramáticamente el tema del testimonio fiel, fruto de un don que sólo el Espíritu Santo puede dar. Reflexionando sobre aquel período, Luisa escribía a una amiga: “El Señor me ha ayudado tanto en estos dos meses; lo que ahora me queda es aumentar la Caridad. Son muchos los que me escriben y los pobres de aquí siguen viniendo a transmitirme sus saludos... Son muchos los que se sienten hermanos míos en estos días. Es hermoso amar, pero también es hermoso sentirse amado. Es realmente conmovedor ver cómo me aman. Me siento verdaderamente shona con los shona, como dijo San Pablo, griego con los griegos, romano con los romanos”.
La Sierva de Dios se sentía, en su laicidad, “shona con los shona”, señala Ardovini, porque “es Dios mismo quien, con el don de la adopción como hijos en la efusión del Espíritu, la hace capaz de gritar esta afirmación siendo su hermana sobrenatural (Rom 8,15-16). Además, la cita de la doctrina paulina al respecto (1 Co 9,19-23) refuerza aún más la justa interpretación del pasaje en cuestión”.
A propósito de la labor misionera, Ardovini añade: “Una auténtica vocación misionera se reconoce por su adhesión plena y consciente a la Kenosis (Flp 2,7), es decir, en la imitación profunda de Jesús en su Encarnación: ser misionero significa, por tanto, encarnarse, como el Salvador del mundo, en una cultura, en un pueblo concreto. La Iglesia elige, en la actividad misionera, el mismo camino que el Maestro en su obra redentora universal. Esta doctrina, revolucionariamente católica, es recomendada con gran autoridad por Pablo VI (encíclica Ecclesiam Suam, n. 10) y por el Vaticano II (decreto Ad Gentes, n. 10) en textos sin duda conocidos por la Sierva de Dios”.
(Agencia Fides 22/3/2023)