Benedettine di Tutzing
Por Paolo Affatato
Pyongyang (Agencia Fides) - El corazón de las monjas benedictinas de Tutzing late por Corea del Norte. Y es un corazón que sigue volcándose todavía hoy, con la oración y la caridad, a la que fue su misión original en Oriente.
La congregación de las "Benedictinas Misioneras de Tutzing" (Congregatio Sororum Benedictinarum Missionarum de Tutzing), fue fundada en Reichenbach en 1885 por el monje Joseph Georg Amrhein OSB (1844-1893) como rama femenina de la congregación de monjes benedictinos de Santa Otilia. En 1887 se estableció la casa madre de las hermanas en Emming y en 1904 en Tutzing, Alta Baviera. Las benedictinas de Tutzing no son de clausura, sino que ejercen un apostolado activo. “Vivimos un carisma monástico y misionero. Seguimos la regla benedictina y, junto a la contemplación, vivimos la espiritualidad y el apostolado en el mundo, allí donde nos llaman. Siempre lo hacemos no como individuos, sino como comunidad benedictina. Como una pequeña comunidad cristiana que vive de la fe, la esperanza y la caridad”, explica la hermana coreana Jun Seok Sye, Superiora General de la congregación, relatando así su presencia misionera en África, Asia y América, con 130 monasterios y más de 1.300 monjas repartidas por cuatro continentes.
La misión comenzó también en Corea del Norte: fue el obispo benedictino Boniface Sauer, OSB, abad de la abadía de Tokwon, en el norte de la península coreana, quien invitó a las hermanas a ir a Corea para seguir a nivel educativo, social y pastoral a las niñas y jóvenes coreanas, que -debido a las costumbres y tradiciones locales vinculadas al confucianismo- sólo podían ser acompañadas por figuras femeninas. “No iba a ser fácil aprender la lengua coreana y adaptarse al entorno, por lo que se enviaron hermanas jóvenes y llenas de energía. Así empezó nuestra aventura misionera en Asia Oriental”, relata.
Las cuatro primeras pioneras benedictinas alemanas partieron y, en un viaje de 48 días en barco, atravesando el Mediterráneo, el océano Índico y luego el Pacífico, desembarcaron en Corea del Norte, en Wonsan, acogidas por los padres benedictinos. "Nuestra misión comenzó, por providencia de Dios, el 1 de noviembre de 1925, a las 4 de la tarde", cuenta la superiora, recordando el momento de aquella aventura misionera. Un mes después de su llegada, la primera chica coreana pidió experimentar la vida monástica en el instituto.
Inmediatamente, las hermanas empezaron a trabajar como profesoras en la recién creada escuela para niños y niñas pobres de Wonsan, llamada "Escuela del Ángel de la Guarda", que acogía a más de 400 niños.
“Eran muy pobres, vivían en condiciones de absoluta esencialidad. Esa condición era en sí misma un testimonio: eran pobres en lo material, pobres de espíritu, según el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas”, señala la superiora. Tras vivir los primeros años en una modesta vivienda, se trasladaron al Convento de la Inmaculada Concepción, construido en Wonsan gracias a unos benefactores alemanes. Las benedictinas abrieron también un dispensario, con hierbas y medicinas, que dirigía sor Hermetis Groh, atendiendo a los enfermos.
En 1927 ya había 16 jóvenes coreanas que querían unirse a la primera comunidad benedictina femenina, y ese año varias de ellas se convirtieron oficialmente en "postulantes": el carisma benedictino y misionero se extendía y atraía almas. La misión continuó con oraciones, liturgias y procesiones, con trabajo apostólico en las escuelas, con visitas a los pueblos, donde las hermanas enseñaban el catecismo a niños, jóvenes y adultos. “Nuestro lugar, nuestra vida, es estar en lo más bajo, estar con Dios y estar con los últimos”, continúa la hermana Jun Seok Sye.
Todo cambia en 1945 cuando, con la intervención de la Unión Soviética y la independencia de Corea del Norte, el gobierno aplica una política de persecución religiosa. El monasterio es confiscado y cerrado. Expulsadas, desplazadas y objeto de desconfianza, las monjas no quisieron huir y optaron por permanecer cerca de los niños, cerca de su pueblo. El relato de la Superiora se convierte en dramático: "A las 11 de la noche del 10 de mayo de 1949, por orden del gobierno, toda la comunidad religiosa de Wonsan fue confiscada y las monjas coreanas fueron obligadas a dispersarse. Las religiosas alemanas fueron llevadas al campo de concentración de Oksadok, donde permanecieron hasta el 19 de noviembre de 1953, tras el fin de la guerra de Corea. Las religiosas sufrieron un trato inhumano y fueron obligadas a lo que pasará a la historia como la "marcha de la muerte", un camino forzado hacia Manchuria en medio del crudo invierno. En aquellos años de penurias y crueldad murieron 17 religiosos benedictinos y 2 religiosas de Tutzing. Las monjas supervivientes escriben en sus diarios: "Mientras enterrábamos a nuestros hermanos y hermanas, cantábamos: Cristo, mi rey, hasta el final te juro mi amor, puro como el lirio, y mi fidelidad. Y nos preguntábamos: ¿quién será el próximo?". En la mañana del 16 de septiembre de 1952, la hermana Fructuosa Gerstmayer fue la última en llegar a la Casa del Padre. "Agotados por el hambre, las heladas y la enfermedad, sobrevivían como exiladas. Sólo Dios era su consuelo y su compañía. Cristo perseguido estaba con ellas", recuerda hoy la Madre Superiora. Sin saber si aquella época de persecución terminaría, los monjes y monjas siguieron rezando con la liturgia de las horas. Cuando conseguían cultivar en secreto algunas semillas de trigo y recoger algunas uvas silvestres, podían celebrar misa en secreto por la noche en las casas del campo.
Con el armisticio que puso fin a la Guerra de Corea, en enero de 1954 se inició el programa de intercambio de prisioneros de guerra. Cuarenta y dos monjes alemanes y 18 monjas fueron repatriados a Alemania por el ferrocarril transiberiano. "Tras la repatriación, a pesar del trato cruel que recibieron en los campos, las monjas, una vez recuperadas, pidieron volver a la misión en Corea", recuerda la hermana Jun Seok Sye. Ocho de ellas tuvieron que renunciar a causa de la tuberculosis, pero 10 regresaron a la recién formada nación de Corea del Sur. "Sin decir una mala palabra a sus perseguidores", dice hoy la religiosa coreana que, como joven religiosa, se declara impresionada por aquel testimonio de "amor al enemigo".
Ya en 1950, las 13 monjas benedictinas coreanas expulsadas del Norte se habían reencontrado providencialmente en el campo de refugiados establecido por la Iglesia católica en Busan. Aquel encuentro fue el comienzo de una nueva semilla de misión. Las hermanas sobrevivieron lavando ropa y tejiendo para el ejército estadounidense. Mientras se desconocía el destino de las hermanas de Wonsan, la casa madre de Tutzing envió más misioneras a Corea del Sur, en una misión que sigue viva hoy en día. En 1951, las hermanas fundaron una comunidad en Daegu, en 1958 se establecieron allí las primeras nuevas profesiones y en los años sesenta se convirtió en priorato.
Para conmemorar el testimonio de fe del pasado, en mayo de 2007 comenzó el proceso de beatificación de los treinta y ocho siervos de Dios de la abadía de Tokwon, martirizados durante la oleada de persecuciones bajo el gobierno de Kim Il-sung. El proceso se denomina "Beatificación del abad-obispo Bonifatius Sauer, O.S.B., del padre Benedict Kim, O.S.B. y de sus compañeros", entre ellos cuatro benedictinas, dos alemanas y dos coreanas. Entre 1949 y 1952, catorce monjes y dos monjas fueron ejecutados tras duros encarcelamientos y torturas. Durante el mismo periodo, otros diecisiete monjes y dos monjas murieron de hambre, enfermedad, duro trabajo físico y malas condiciones de vida en el lager. El abad-obispo Bonifatius Sauer murió en una prisión de Pyongyang en 1950.
Fruto de aquel testimonio, las órdenes benedictinas presentes hoy en Corea pertenecen a las congregaciones de Santa Otilia y Tutzing (Alemania). Luego llegaron las monjas olivetanas (de Suiza) y los monjes olivetanos (de Italia) en los años ochenta. "Nuestra vida religiosa, hoy como ayer, es entregar nuestra vida a Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo. Nuestra vida es entregarnos al amor de Dios, como hicieron nuestros mártires pioneros. Una vida de oración y del Evangelio, para darle gloria a Él", dice la religiosa, recordando que hoy hay unas 450 monjas benedictinas en Tutzing, en Corea.
Los corazones de las hermanas benedictinas de Tutzing siguen latiendo por Corea del Norte. La hermana Jun Seok Sye continúa: "Cada noche, con todas las hermanas del mundo, recitamos un pater-ave-gloria por la misión en Corea del Norte, confiando a Dios el pasado, el presente y el futuro. El amor de Cristo nos impulsa. A través de todos los canales posibles, intentamos enviar ayuda humanitaria a la población del Norte que padece hambre. Acogemos y acompañamos a los refugiados que han huido del Norte para la reinserción de niños y adultos en la sociedad". "Al fin y al cabo", concluye la religiosa, citando un pasaje de la carta de San Pablo a los Romanos (Rom 8,28), "sabemos que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, que han sido llamados según su designio".
(Agencia Fides 7/7/2023)
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