Por Gianni Valente
Lima (Agencia Fides) - «Un genio, sí, un genio. Pero, sobre todo, un hombre bueno». Así se expresaba, hace muchos años, el jesuita Francisco Chamberlain, dirigiéndose a sus hermanos peruanos. Hablaba de su amigo Gustavo Gutiérrez, el sacerdote y teólogo reconocido mundialmente como el «noble padre» de la Teología de la Liberación.
El Padre Gutiérrez, que había ingresado en la Orden de los Frailes Predicadores en 1999, ha fallecido el 22 de octubre en Lima, su ciudad natal, a la edad de 96 años. Su vida ha sido larga e intensa, entrelazada con los impulsos, las controversias, las intuiciones y las heridas que han marcado la trayectoria del catolicismo latinoamericano en el último siglo.
Su libro del 1971, titulado 'Teología de la liberación', dio nombre a la corriente teológica que se estaba desarrollando en América Latina en aquellos años. Una corriente a la que con el tiempo se irían incorporando experiencias y perspectivas diferentes y a veces contrapuestas.
En los años ochenta, la Congregación para la Doctrina de la Fe había publicado dos Instrucciones con la intención de señalar las desviaciones pastorales y doctrinales que se cernían sobre los caminos recorridos por las teologías latinoamericanas.
Las obras de Gutiérrez fueron sometidas durante mucho tiempo a un riguroso examen por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Aunque nunca fueron objeto de condena o censura.
Entre 1995 y 2004, el proceso de estudio de la obra del padre Gutiérrez involucró también al episcopado peruano y dio lugar a la redacción de un ensayo -titulado La Koinonia ecclesiale- ampliamente revisado por el propio Gutiérrez en consonancia con las observaciones provenientes de Roma y publicado en su versión definitiva en la revista Angelicum en 2004. El entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, escribió el 17 de diciembre de ese año una carta al dominico argentino Carlos Alfonso Azpiroz Costa -entonces Maestro General de la Orden de Predicadores- en la que daba las «gracias al Altísimo por la conclusión satisfactoria de este camino de clarificación y profundización».
Según su amigo el jesuita Francisco Chamberlain, la bondad fiel del Padre Gutiérrez también se había refinado por los 20 años en los que se había enfrentado a «feroces ataques de los adversarios de su teología, fuera y dentro de la Iglesia. Se le acusó de todo, de ser infiel a la Iglesia, de tergiversar el Evangelio, de ser más un político que un teólogo, de ser cualquier cosa menos un fiel seguidor de Jesús». Y en «aquellos largos años de prueba -añadía el padre Chamberlain en su testimonio- nunca oí de él una palabra de amargura, de desprecio hacia sus adversarios». Y esto también porque «el interés de Gustavo nunca fue reivindicar el valor de su teología, sino más bien recordar a la Iglesia su predilección por los pobres».
En las últimas décadas, uno de los más decisivos a la hora de responder a las acusaciones y críticas contra Gustavo Gutièrrez ha sido el arzobispo-teólogo Gerhard Ludwig Müller, hoy cardenal, que fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe entre 2012 y 2017, y que estaba vinculado por amistad al teólogo peruano desde finales de los años ochenta.
En 2008, durante la ceremonia de entrega del título honorífico que le otorgó la Pontificia Universidad Católica del Perú, el entonces obispo de Ratisbona había calificado la teología del padre Gutièrrez como plenamente ortodoxa.
Ya en 2004, Müller y Gutiérrez habían escrito juntos una colección de ensayos teológicos publicada en Alemania. En ese volumen, Müller escribió que «el movimiento eclesial y teológico en América Latina, conocido como “teología de la liberación”, que después del Vaticano II ha encontrado eco en todo el mundo, debe contarse, en mi opinión, entre las corrientes más significativas de la teología católica del siglo XX». En uno de los ensayos contenidos en el volumen, Müller describió también los factores políticos y geopolíticos que condicionaron ciertas «cruzadas» contra la TdL: «El sentimiento triunfalista de un capitalismo, que probablemente se consideraba definitivamente victorioso», informó el Prefecto del dicasterio doctrinal vaticano, «se mezclaba también con la satisfacción de haber quitado así todo fundamento y justificación a la Teología de la Liberación». Müller en el volumen también se refirió al documento confidencial, preparado para el presidente estadounidense Ronald Reagan por el Comité de Santa Fe en el año 1980, instando al gobierno de los Estados Unidos de América a proceder agresivamente contra la «Teología de la Liberación», culpable de haber transformado a la Iglesia católica en un «arma política contra la propiedad privada y el sistema de producción capitalista».
Después de décadas complicadas, resultaba más fácil reconocer y distinguir el desmoronado andamiaje ideológico del pasado de la genuina fuente evangélica que animó tantos caminos del catolicismo latinoamericano después del Concilio. Caminos que se abrieron también gracias a la fe y la obra del padre Gustavo Gutiérrez.
La teología de Gustavo Gutiérrez sacaba su savia de las liturgias celebradas por el cura con los pobres, en los suburbios de Lima. Es decir, de las experiencias elementales en las que se percibe -como solía repetir con sencillez el propio padre Gustavo- que «ser cristiano es seguir a Jesús». (Agencia Fides 26/10/2024)