AMÉRICA/ARGENTINA - Pironio y Romero, amigos incluso en el paraíso

viernes, 15 diciembre 2023 santos   santidad   mártires  

Por Gianni Valente
Campana (Agencia Fides) - Entre los santos nacen amistades, que son reflejo de su común amistad con Cristo. Amistades que les ayudan a atravesar también los sufrimientos apostólicos que casi siempre acompañan el camino y el don de la santidad. Amistades que luego quedan para todos como un signo poderoso y consolador de lo que es realmente la Iglesia de Cristo, y de lo que la mantiene en pie y la hace caminar incluso en medio de las tormentas de la Historia.

Una amistad de este talante unió ya en esta tierra a Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo mártir salvadoreño asesinado en el altar el 24 de marzo de 1980, y a Eduardo Pironio (1920/1998), el obispo argentino presidente del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), llamado a Roma por el Papa Pablo VI como prefecto de la Congregación para los Religiosos y los Institutos de Vida Apostólica.

Romero fue proclamado santo por el Papa Francisco el 14 de octubre de 2018, junto con San Pablo VI. Eduardo Francisco Pironio fue proclamado beato el sábado 16 de diciembre en el santuario argentino de Nuestra Señora de Luján, donde reposan sus restos mortales, durante una liturgia presidida por el cardenal Fernando Vérgez Álzaga, que fue secretario de Pironio durante 23 años.

Con la Beatificación del Cardenal Pironio, la amistad sacerdotal que le unía al mártir Romero queda manifestada aún más como un poderoso signo y testimonio del tesoro de santidad martirial que ha enriquecido las vicisitudes de la Iglesia latinoamericana y de sus pastores en las últimas décadas.

Encuentros en Antigua
"Monseñor Romero no hubiera soportado todos los sufrimientos que tuvo que soportar en su difícil misión de pastor -'parece que mi vocación es andar recogiendo cadáveres', dijo en una homilía- si no hubiera tenido a su lado a otro hombre de Dios que va camino de los altares, monseñor Eduardo Pironio". Así escribía el cardenal salvadoreño Gregorio Rosa Chávez, que fue amigo y colaborador del mártir salvadoreño, en el epílogo del libro de Anselmo Palini: Óscar Romero. "Escuché el grito de mi pueblo" (Roma, 2018).

En ese mismo prefacio-testimonio, el Cardenal Rosa Chàvez remonta la amistad sacerdotal entre Romero y Pironio al retiro que el propio Pironio predicó a los obispos católicos de Centroamérica en Antigua (Guatemala) en agosto de 1972. "El retiro espiritual que Monseñor Pironio nos predicó desde la primera tarde -escribió Romero en un artículo posterior- nos situó precisamente en esta 'hora' de nuestra historia que, como la 'hora' de Jesús, es una hora de cruz pascual, de esperanzas dolorosas que exige de los pastores de hoy un gran silencio de oración, abierto a la Palabra de Dios, una gran pobreza de espíritu que se abre al diálogo y al servicio".

En ese artículo, Romero hablaba así de Pironio: "Las inspiradas palabras de este gran obispo moderno, secretario general del CELAM, recientemente nombrado obispo de Mar del Plata, nos hicieron reflexionar sobre la verdadera misión política de la Iglesia en América Latina y sobre el verdadero sentido de la liberación cristiana, que para ser un impulso del Espíritu de Dios y tener como meta la plena libertad y el triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, es más que una simple urgencia de la historia o un grito revolucionario y va mucho más allá de los horizontes de la historia y mucho más profundo que el simple aspecto socioeconómico". En aquel retiro -añade Romero - Pironio invitó a proclamar el mensaje de salvación con sencillez y fervor, porque el único camino para la verdadera liberación es vivir las bienaventuranzas del Evangelio. Si las bienaventuranzas no tienen la fuerza de producir nuestros cambios necesarios, habría que abandonar el Evangelio como utopía y decir que Cristo no tuvo la capacidad de ofrecer la verdadera levadura para la transformación humana y social".

En 1974, el Papa Pablo VI llamó a Mons. Pironio para que predicara los Ejercicios Espirituales a la Curia Romana. En julio de 1975, de nuevo en Antigua, Guatemala, Pironio predicó los mismos Ejercicios a los Obispos de Centroamérica. En las notas recogidas en aquellos Ejercicios, Romero recuerda también la urgencia de "Sentir la Iglesia tal como la describe Medellín: pobre, misionera, pascual" recordada por el predicador argentino.

A partir de entonces y en los años siguientes, mientras El Salvador se sumía en la violencia, para monseñor Romero Pironio se convirtió en amigo y consejero, a quien confiaba hasta sus sufrimientos más íntimos.

Los encuentros en Roma
En febrero de 1977, a instancias del Papa Pablo VI, Romero fue nombrado arzobispo de San Salvador. En 1975, Pironio fue llamado a Roma como Prefecto de la Congregación para los Religiosos por el propio Papa Montini, quien lo creó Cardenal en 1976. Desde entonces, la amistad entre Pironio y Romero deja huellas elocuentes también en el diario del obispo salvadoreño, que es "una clave para entender su vida" (Gregorio Rosa Chávez). Romero anota en su diario el papel desempeñado por Pronio durante sus tres últimas visitas a Roma, marcadas por consuelos, incomprensiones y tribulaciones.

La visita de junio de 1978 estuvo marcada por la alegría del Obispo salvadoreño ante el consuelo que le proporcionaba visitar las memorias de los Santos Apóstoles y escuchar las palabras y los ánimos del Papa Pablo VI: "siempre han sido mis oraciones ante estas tumbas de los apóstoles, inspiración y fortaleza, sobre todo, esta tarde en que siento que mi visita no es una simple visita de piedad privada, sino que en el cumplimiento de la visita ad limina traigo conmigo todos los intereses, preocupaciones, problemas, esperanzas, proyectos, angustias, de todos mis sacerdotes, comunidades religiosas, parroquias, comunidades de base, es decir, de toda una Arquidiócesis que viene conmigo, a postrarse como ayer, ante la tumba de San Pedro, hoy, ante la tumba de San Pablo", escribió Romero en su relato de la jornada del domingo 18 de junio.

En su viaje a Roma en mayo de 1979, Romero buscó y encontró con más insistencia el consuelo de Pironio. Las cosas cambiaron para él: las críticas de sus detractores parecían haber encontrado eco en los palacios vaticanos. La Santa Sede ya había enviado al obispo Quarracino de Argentina como Visitador Apostólico a El Salvador. Romero tomó nota de las "informaciones negativas sobre mi labor pastoral" que circulaban en los Palacios Vaticanos, y de la hipótesis de que él mismo podría ser sustituido en la dirección de la Archidiócesis de San Salvador por un Administrador Apostólico "sede plena". El miércoles 9 de mayo, Romero fue a visitar a Pironio "quien me acogió -escribió en su diario - en una forma tan fraternal y cordial que, este solo encuentro, bastaba para colmarme de consuelo y de ánimo. Le expuse confidencialmente mi situación en mi Diócesis y ante la Santa Sede. Me abrió su corazón diciéndome lo que él también tiene que sufrir, cómo siente profundamente los problemas de América Latina y que no sean del todo comprendidos por el Ministerio Supremo de la Iglesia y, sin embargo, hay que seguir trabajando, informando lo más que se pueda, la verdad de nuestra realidad. Y me dijo: «lo peor que puedes hacer es desanimarte. ¡Ánimo Romero!», me dijo muchas veces. Y agradeciéndole otras consultas, una conversación larga y fraternal, me fui, dejándome en el corazón una nueva fortaleza de mi viaje a Roma".

En enero de 1980, en su último viaje a Roma, Monseñor Romero también se reunió con el Cardenal Pironio. "Roma -escribía el 28 de enero- significa para mí volver a la cuna, al hogar, a la fuente, al corazón, al cerebro de nuestra Iglesia. Le he pedido al Señor que me conserve esta fe y esta adhesión a la Roma que Cristo ha escogido para ser la sede del pastor universal, el Papa". Los encuentros romanos para Romero fueron reconfortantes. Entre ellos el que tuvo con Pironio, el 30 de enero: "Luego hablé con el cardenal Pironio, que fue para mí una breve, pero muy animadora entrevista. Me dijo que él mismo quería verme para comunicarme con alegría que la visita del cardenal Lorscheider había sido muy positiva y que el Papa mismo tenía un informe muy bueno acerca de mí. El cardenal Lorscheider - añadió Romero - le había dicho al cardenal Pironio, que yo tenía razón en El Salvador, que la cosa era muy difícil y que era yo quien miraba claro las circunstancias y el papel de la Iglesia y que había que ayudarme. Supongo que esto es una síntesis de lo que platicó acerca de su viaje por El Salvador el cardenal Lorscheider. Le agradecí mucho al cardenal Pironio y también lo animé, porque él también me dijo que sufría mucho, precisamente, por este esfuerzo en favor de los pueblos de América Latina, y que me comprendía perfectamente. Me recordó una frase del Evangelio que él le da una aplicación especial: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero nada pueden hacer con el espíritu». Él lo interpreta que si los que matan el cuerpo son terribles, son más terribles los que acribillan el espíritu, calumniando, difamando, destruyendo a una persona, y él creía que éste era precisamente mi martirio, aun dentro de la misma Iglesia y que tuviera ánimo”.

Romero regresó de Roma a San Salvador con el corazón reconfortado también por las palabras de Pironio. Faltaban menos de dos meses para su martirio.
(Agencia Fides 15/12/2023)


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