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Marsella (Agencia Fides) - Frente a las multitudes de migrantes que intentan llegar a Europa, se cierran los puertos y se alimentan «los temores de la gente», hablando de «invasión» y «emergencia». Pero «quien arriesga su vida en el mar no invade, busca acogida, busca vida». El fenómeno migratorio no es «una urgencia momentánea, siempre oportuna para agitar la propaganda alarmista, sino una realidad de nuestro tiempo», un proceso «que debe ser gobernado con sabia clarividencia». Desde Marsella, la cual ha definido como «capital de la integración de los pueblos», el Papa Francisco ha vuelto a examinar, con un realismo lúcido alimentado por la fe, los dramas y urgencias relacionados con el éxodo de migrantes que tiene como epicentro el mar Mediterráneo, ese Mare Nostrum con «sus riberas rezumantes de opulencia, consumismo y despilfarro, por un lado, y de pobreza y precariedad, por otro». Lo ha hecho hoy, sábado 23 de septiembre, en su discurso de clausura de los «Encuentros del Mediterráneo», colofón de su visita de dos días a la ciudad portuaria francesa.
En la sala del Palais du Pharo, en presencia del presidente francés, Emmanuel Macron, y ante el público de los participantes en las jornadas de los “Encuentros” (entre ellos obispos, alcaldes y políticos de países ribereños del Mediterráneo), el Pontífice ha leído un largo discurso, interrumpido varias veces por los aplausos de los presentes y articulado en torno a «tres realidades que caracterizan Marsella: el mar, el puerto y el faro».
La ciudad francesa, que «acoge las riquezas del mar y da una patria a quienes ya no la tienen», con su gran tradición multiétnica y multicultural - ha subrayado el Papa - «nos dice que, a pesar de las dificultades, la convivencia cordial es posible y es fuente de alegría». Pero incluso en Marsella la convivencia humana está contaminada y herida «por la precariedad». Y donde hay precariedad - ha recordado el Pontífice - «hay criminalidad: donde hay pobreza material, educativa, laboral, cultural y religiosa, se allana el terreno de las mafias y de los tráficos ilegales».
El Obispo de Roma ha desmentido la idea popular de que la historia mediterránea no es más que un entramado de conflictos entre civilizaciones, choques de religión y luchas por la dominación. Sin negar la violencia y las miserias de la historia, el Pontífice ha afirmado que «los intercambios que han tenido lugar entre los pueblos han hecho del Mediterráneo una cuna de civilización, un mar rebosante de tesoros». Citando al gran alcalde de Florencia Giorgio La Pira, el Pontífice ha recordado la «común vocación histórica y, por así decirlo, permanente que la providencia ha asignado en el pasado, asigna en el presente y, en cierto sentido, asignará en el futuro a los pueblos y naciones que viven a orillas de este misterioso lago Tiberíades ampliado que es el Mediterráneo».
El Mare Nostrum - ha reconocido el Papa Francisco - «representa un hotspot donde los cambios se dejan sentir con mayor rapidez». Es «un “espejo del mundo” y lleva en sí mismo una vocación global a la fraternidad». Y ahora que los conflictos, los tráficos clandestinos, la contaminación y los dramas de las migraciones lo transforman de «Mare Nostrum a Mare Mortuum», también ahora, el Mediterráneo representa «un espejo del mundo, con el Sur volviéndose hacia el Norte; con tantos países en vías de desarrollo, afligidos por la inestabilidad, los regímenes, las guerras y la desertificación, que miran a aquellos acaudalados, en un mundo globalizado, en el que todos estamos conectados, pero en el que las diferencias nunca habían sido tan profundas».
Si quiere redescubrir su vocación plural y volver a ser «un laboratorio de paz», el Mediterráneo - ha sugerido el Papa - debe partir precisamente de aquellos que pueden identificarse con los pobres del Evangelio. Aquellos a los que Cristo mismo prefirió y a los que dio esperanza «proclamándolos bienaventurados». «Es desde el grito de los últimos, a menudo silencioso, que debemos partir de nuevo; no de los primeros de la clase que, aun estando bien, levantan la voz». Los últimos - ha recordado el Pontífice - son «los jóvenes abandonados a su suerte», las personas oprimidas por el trabajo esclavo, los ancianos abandonados y las víctimas de las políticas eutanásicas, «los niños no nacidos, rechazados en nombre de un falso derecho al progreso». Y, por supuesto, en el Mediterráneo el grito sofocado y alejado también es el de los «hermanos y hermanas migrantes».
El fenómeno de los flujos migratorios que atraviesan el Mediterráneo -ha reiterado el Papa- no puede afrontarse con puertos cerrados y expulsiones. Es necesario «una responsabilidad europea capaz de afrontar las dificultades objetivas». Es necesario saber distinguir entre una verdadera integración, «laboriosa, pero de amplias miras»: y una «asimilación que no tiene en cuenta las diferencias y permanece rígida en sus propios paradigmas», aumentando las distancias y provocando la creación de guetos «que provoca hostilidad e intolerancia».
La preocupación de la Iglesia por el sufrimiento de los emigrantes - ha subrayado el Papa Francisco - no es una preocupación nueva introducida por el Pontífice reinante. Reside en el Evangelio y también ha sido expresada con un tono sincero por el Magisterio Pontificio de los últimos setenta años. El Papa Francisco, a este respecto, ha citado explícitamente la Encíclica ‘Populorum progressio’, de Pablo VI, («los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos») y la Constitución Apostólica ‘Exsul familia de spirituali emigrantium cura’, publicada por Pío XII en agosto de 1952.
«Nosotros, los cristianos» ha proseguido el Pontífice «no podemos aceptar que se cierren los caminos del encuentro». Y también la gran tradición del catolicismo francés - ha continuado el Papa Francisco, citando a San Carlos de Foucauld, los mártires de Argelia, Blaise Pascal y Georges Bernanos, San Juan Casiano y César de Arlés - han testimoniado que sólo la caridad anima y hace fecundas las obras apostólicas de la Iglesia. «El Evangelio de la caridad» ha exhortado el obispo de Roma «es la ‘magna charta’ de la pastoral. No estamos llamados a añorar los tiempos pasados ni a redefinir una relevancia eclesial, estamos llamados a dar testimonio: no a bordar el Evangelio con palabras, sino a darle carne; no a cuantificar la visibilidad, sino a gastarnos en gratuidad, creyendo que la medida de Jesús es el amor sin medida».
En la última parte de su discurso, el Papa Francisco también ha propuesto algunas ideas y criterios para buscar juntos soluciones a los problemas y urgencias que se agolpan en torno al Mediterráneo. El Pontífice ha sugerido que se considere «la oportunidad de una Conferencia eclesial del Mediterráneo, que permita más posibilidades de intercambio y que dé mayor representatividad eclesial a la región». Y luego ha pedido que se aprovechen las energías de las generaciones más jóvenes y se les permita florecer, recordando que «ya desde niños, al “mezclarse” con los demás, se pueden superar muchas barreras y prejuicios, desarrollando la propia identidad en un contexto de enriquecimiento mutuo». El Papa Francisco también ha mencionado la posibilidad de una «teología mediterránea», que no sea «una teología de laboratorio», para « reflexionar sobre el misterio de Dios, que nadie puede pretender poseer ni dominar, y que, de hecho, debe sustraerse a todo uso violento e instrumental, conscientes de que la confesión de su grandeza presupone en nosotros la humildad del que busca».
(GV) (Agencia Fides 23/9/2023)