OCEANÍA/PAPÚA NUEVA GUINEA - Confundidos con espías y asesinados por el ejército durante la guerra: el alto precio pagado por los misioneros durante la Segunda Guerra Mundial

lunes, 5 agosto 2024 misioneros  

El destructor japonés Akikaze

Port Moresby (Agencia Fides) - Confundidos con espías enemigos y asesinados. Esta es la suerte que durante la Segunda Guerra Mundial compartieron varios misioneros católicos que trabajaban por la evangelización de Papúa Nueva Guinea, un territorio que durante el conflicto fue muchas veces escenario de batallas atroces.

Las bombas comenzaron a llover el 21 de enero de 1942, cuando las fuerzas japonesas atacaron la ciudad de Rabaul. En ese momento, el obispo alemán Joseph Lörks era vicario apostólico de Nueva Guinea Central y obispo titular de Medeli. El prelado era muy querido por la población y se desgastó por anunciar la Buena Nueva a la población local. Lörks recibió la ordenación episcopal el 17 de diciembre de 1934 en la iglesia de la misión San Agustín, cerca de Bonn, de manos del cardenal Karl Joseph Schulte, arzobispo metropolitano de Colonia tras el nombramiento de Pío XI.

Cuando las fuerzas japonesas desembarcaron en Papúa Nueva Guinea en 1942, no les gustó la presencia de los sacerdotes. Sospechando de todos los occidentales, muchos de ellos, incluido el obispo alemán, fueron brutalmente interrogados. Durante uno de estos interrogatorios, Lörks fue herido con una bayoneta. La obra de evangelización se vio aún más afectada cuando los japoneses tomaron posesión de una casa de misión ubicada estratégicamente en la cima de una colina. La oposición de algunos misioneros occidentales aumentó aún más las sospechas entre los militares japoneses de que eran espías secretos del ejército estadounidense.

El equilibrio se rompió definitivamente tras la Batalla del Mar de Bismarc, que tuvo lugar en marzo de 1943 y representó una desastrosa derrota para las fuerzas japonesas. Durante ese tiempo, un misionero había estado proporcionando en secreto ropa y comida a los prisioneros estadounidenses. El religioso fue traicionado por los lugareños y, en respuesta, dos sacerdotes fueron fusilados. Todos los demás misioneros, incluido monseñor Lörks, fueron llevados a bordo de un destructor japonés, el Akikaze. Para hacerlos embarcar, a los sacerdotes se les dijo que serían deportados a sus países de origen. También fueron embarcados otros misioneros protestantes. El 17 de marzo llegó por radio la sentencia de muerte: el capitán del destructor recibió la orden de fusilar a todos los misioneros. Monseñor Josef Lörks fue el primero en ser ejecutado. Los cuerpos fueron arrojados al océano.

Estas ejecuciones, sin embargo, no se hicieron públicas. Solo supimos de la barbarie que ocurrió en el Akikaze en 1946 por algunas investigaciones sobre crímenes de guerra. Y la justicia humana tampoco actuó a su favor porque nunca se llevó a cabo un juicio por lo ocurrido en el destructor.

Otro obispo alemán, Franziskus Wolff, también murió trágicamente durante el cautiverio japonés. Wolff dirigía el Vicariato de Nueva Guinea Oriental cuando, junto con 7 sacerdotes y 16 hombres y mujeres, fueron obligados a abordar un barco para ser deportados a un campo de prisioneros japonés. Para ellos, la muerte vino del cielo: no fueron ejecutados por los militares japoneses, sino por las bombas de los estadounidenses que habían interceptado el buque de guerra. Décadas después de esos horrores, se puede decir que los misioneros que trabajaron en Papúa Nueva Guinea pagaron un alto precio. No solo por la pérdida de vidas humanas. Al final de la guerra, casi el 90% de las obras creadas por los religiosos habían sido completamente destruidas por los japoneses que habían intentado borrar la fe cristiana de aquella tierra.

Sin embargo, no faltaron testigos de la fe como Peter ToRot, quien en aquellos años oscuros de violencia y horror mantuvo viva la fe en los corazones del pueblo. Ese fue el fundamento sobre el cual la Iglesia sentó las bases para reconstruir y continuar la obra de los misioneros brutalmente asesinados. Sin embargo, Europa quedó devastada y los sacerdotes del Viejo Continente no llegaron de inmediato. Así, los primeros misioneros que participaron en la reconstrucción procedían de América y Australia. Hoy la Iglesia no ha olvidado el sacrificio de aquellos misioneros y ha incluido al obispo Joseph Lörks entre los testigos de fe del martirologio alemán del siglo XX.
(F.B.) (Agencia Fides 5/8/2024)


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