Cardenal Tagle: El “Concilium Sinense”, la misión y la Iglesia en China hoy

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Photo Teresa Tseng Kuang Yi

del Cardenal Luis Antonio Gokim Tagle*

Roma (Agencia Fides) - Publicamos el discurso pronunciado por el cardenal Luis Antonio Gokim Tagle con motivo de la Jornada Académica titulada «Cien años después del Concilio de China: entre historia y presente», que el viernes 10 de octubre por la tarde concluyó en el Aula Magna de la Universidad la jornada de inicio del año académico de la Pontificia Universidad Urbaniana.

Por la mañana del mismo viernes, los estudiantes, profesores y personal de la Universidad situada en la colina del Gianicolo celebraron juntos su Jubileo de la Esperanza, atravesando la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y participando en la liturgia eucarística presidida por el cardenal Tagle.

Durante el acto académico se presentó el volumen «100 años del Concilium Sinense: entre historia y presente 1924-2024», publicado por la Urbaniana University Press, a cargo del Dicasterio Misionero.
El volumen recoge las actas del Congreso Internacional sobre el «Concilium Sinense» celebrado en la misma Universidad Urbaniana el 21 de mayo de 2024, exactamente 100 años después del Concilio de Shanghái.
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Queridos amigos, queridas amigas:

También yo me alegro de que esta hermosa e importante jornada compartida, con la celebración del Jubileo y la apertura del Año Académico 2025-2026, concluya con este Acto Académico.
El centro de este encuentro lo ocupa la presentación del volumen que recoge las Actas del Congreso organizado con motivo del centenario del Primum Concilium Sinense, conocido también como el Concilio de Shanghái.
Aquel Congreso tuvo lugar el 21 de mayo de 2024, precisamente en esta misma aula: el aula de una Universidad nacida en el seno de la Congregación de Propaganda Fide, y por tanto íntimamente unida a la misión apostólica, a la Missio ad Gentes y a sus nuevos horizontes en la actualidad. Estamos en una Universidad misionera, parte integrante del Dicasterio para la Evangelización.
Justamente aquí, en esta aula, se celebró el pasado 4 de octubre un significativo Congreso Internacional en el marco del Jubileo del mundo misionero, titulado “La Missio ad Gentes hoy: hacia nuevos horizontes”. Antes de las ponencias principales, resonaron en este mismo espacio los cantos de los estudiantes chinos.
Hoy, 10 de octubre, nos encontramos en pleno mes misionero, ese tiempo que en todo el mundo las comunidades eclesiales dedican a la misión. El domingo 19 de octubre la Iglesia celebrará la Jornada Mundial de las Misiones.
Todo esto me ha parecido una señal, una invitación a seguir en mi intervención el hilo conductor de la misión, ese hilo rojo que une también el Primum Concilium Sinense con la vida concreta de las comunidades católicas en China hoy.
Mi intervención se estructura en tres sencillos puntos.

Primer punto: El Primum Concilium Sinense fue también un “Concilio misionero”

Como ya se ha recordado, el gran coordinador del Concilio de Shanghái, por mandato del papa Pío XI, fue el arzobispo Celso Costantini.
Al leer toda la documentación histórica sobre aquel Concilio, y también las memorias del propio Costantini, se comprende con claridad cuál era la finalidad última del encargo recibido del Papa: abrir las puertas a una nueva y duradera primavera misionera en tierra china.
Su discurso de apertura del Concilio de Shanghái, especialmente en la parte final, tiene una fuerza arrolladora en este sentido. Dijo Costantini a los Padres conciliares: «Debemos, de algún modo, componer el Código Misionero, para que, mediante la uniformidad del método y la coordinación de los medios, la causa cristiana en China reciba un nuevo impulso vital y produzca frutos más abundantes».
Ese discurso rebosa pasión misionera y adquiere un tono profético, expresado con el lenguaje enfático de su tiempo.
Escuchen otro pasaje que impresiona por su lucidez ante los procesos históricos y las dinámicas del mundo: «El tiempo apremia. Ahora es la palingenesia de China. Y también en este fermento del siglo futuro se cumplirán las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Quien no recoge conmigo, desparrama”».
En otro fragmento, Costantini advierte que los cánones conciliares deberán servir «al bien universal de las misiones, mirando valientemente hacia el futuro y buscando, con todo empeño, el único fin, que es la conversión de China a Cristo».
La dimensión práctica de los cánones del Concilio de Shanghái ha sido destacada en numerosos estudios recogidos en el volumen.
Algunos ejemplos:
● El Concilio dispuso que los letreros e inscripciones fuera de las iglesias y casas religiosas debían estar en chino, sin banderas ni símbolos que evocaran otras naciones.
● Recordó a los misioneros que debían vestir su hábito religioso, evitando la ropa secular de estilo occidental.
● Prohibió la práctica de la “prosternación” de los fieles ante los misioneros.
● Estableció que ningún cargo eclesiástico debía negarse a sacerdotes indígenas que demostraran idoneidad, e instó a identificar sacerdotes chinos adecuados para la ordenación episcopal.
● Prohibió a los católicos cultivar opio y pidió la creación de comités para erradicar su consumo, una referencia importante si se considera que el cultivo y comercio del opio fueron impuestos por potencias occidentales, en particular Inglaterra, durante las trágicas “guerras del Opio”.
Toda esta “concreción operativa” de los cánones del Concilium Sinense sólo puede comprenderse en su verdadera magnitud teniendo presentes dos claves esenciales:
Primera clave: todo está orientado a abrir nuevos espacios y eliminar obstáculos para la misión.
Si se pierde de vista este horizonte misionero, las disposiciones podrían parecer simples ajustes tácticos, meros gestos de conveniencia. Incluso la insistencia en abrir los cargos eclesiásticos a los sacerdotes locales podría reducirse a una cuestión de reparto de poder clerical.

Segunda clave: el Concilio de Shanghái no fue un episodio aislado ni un fenómeno local autogenerado.
Representó la aplicación más significativa de lo que se ha llamado el “giro” de la Maximum illud, la carta apostólica publicada por el papa Benedicto XV el 30 de noviembre de 1919, conocida como “el golpe de gong” o la Magna Carta del despertar de las misiones modernas.
Los estudios históricos han mostrado que aquel documento tuvo, en cierto modo, un “origen chino”. Fueron determinantes las cartas y los informes enviados a Roma, a Propaganda Fide, por misioneros que trabajaban en China, como el padre lazarista belga Vincent Lebbe.
En esos informes se denunciaba cómo los intereses nacionalistas de algunos clérigos y religiosos hacían aparecer a la Iglesia como una institución colonial, subordinada a potencias extranjeras.
Deseo destacar también la apertura y la audaz prontitud con la que la entonces Congregación de Propaganda Fide supo acoger las observaciones y la mirada crítica de los misioneros más clarividentes.
Antes de partir hacia China, el arzobispo Costantini acudió al Palacio de Propaganda Fide para reunirse con el cardenal prefecto Willem Van Rossum, de quien recibió tres orientaciones fundamentales: eliminar las tensiones entre el clero extranjero y los sacerdotes chinos; transferir gradualmente la dirección de la Iglesia a responsables autóctonos; y emanciparse del “protectorado” francés.
Un gesto particularmente significativo fue su decisión de no establecer la sede de la Delegación Apostólica en el barrio diplomático de las embajadas occidentales. Quiso así subrayar la naturaleza peculiar de la representación del Papa: no política, como la de las potencias del mundo, sino pastoral, cercana al pueblo chino y a la Iglesia en China, haciéndole sentir la comunión viva con la Iglesia universal.
Más tarde, tras concluir su misión en China, Costantini regresó a Roma y sirvió como secretario de Propaganda Fide. Fue, por tanto, predecesor de nuestro arzobispo Fortunatus Nwachukwu. Y podemos decir, con un toque de humor, que sentimos cierto vértigo cada vez que alzamos la vista y recordamos la gran historia de Propaganda Fide: una historia que nos precede, que continuará después de nosotros y a la que todos, de algún modo, pertenecemos. También ustedes, estudiantes de la Urbaniana.

Segundo punto: El Concilio chino como momento de “purificación” de la obra y de la intención misionera

El Concilio de Shanghái fue un concilio misionero. Pero los primeros llamados a cambiar su mirada, sus paradigmas y sus prácticas fueron precisamente los obispos misioneros. Por eso, puede verse también como un proceso de purificación interior de la obra misionera.
Los estudios históricos han documentado que la Maximum illud fue recibida con frialdad, e incluso con resistencia, en muchos ambientes misioneros de China.
En 1922, apenas llegado al país, Costantini percibió que la carta apostólica había sido acogida con desconfianza e indiferencia. Al preguntar al vicario apostólico de Hong Kong, Domenico Pozzoni, este le respondió que algunos habían interpretado la carta “casi como un reproche” a los misioneros de aquellas tierras.
Costantini fue muy severo en su diario al analizar esta actitud. Según él, existía una “planta venenosa” que debía ser arrancada: el “feudalismo territorial” de los distintos institutos misioneros, encerrados en sus jurisdicciones eclesiásticas como si fueran islas, donde en muchos casos los sacerdotes locales eran mantenidos en una posición de inferioridad.
Como recordó en su ponencia en el congreso de mayo de 2024 Gianni Valente, el Concilium Sinense pasó prácticamente desapercibido en la prensa misionera de la época. Las principales revistas se limitaron a reproducir un artículo de L’Osservatore Romano, el mismo trato que habían dado a la Maximum illud.
Convencidos de actuar “por el bien de la Iglesia”, muchos no lograban reconocer el riesgo de volver estéril toda esa generosa movilización misionera, al presentar el cristianismo como un “producto de importación” o una manifestación religiosa de las estrategias de las potencias occidentales.
Es cierto que en aquel tiempo pesaba aún la influencia negativa del colonialismo, pero en esa patología del activismo misionero, percibida por los más lúcidos y también por la Santa Sede, había algo más profundo: un repliegue sobre sí mismos, una autorreferencialidad que todavía hoy puede afectar a muchas iniciativas realizadas bajo el nombre de la misión de la Iglesia.

Tercer punto: La Iglesia en China en “estado de misión”

Cuando hoy se habla de las comunidades católicas chinas, la atención suele centrarse en cuestiones como el nombramiento de obispos, incidentes locales, las relaciones entre las autoridades chinas y la Santa Sede, o las políticas religiosas del Estado.
Esa atención selectiva, condicionada por estereotipos, ignora la vida cotidiana y el caminar real de las comunidades católicas en China. Desconoce la gran y densa red de oración, liturgias, procesiones, catequesis e iniciativas pastorales y caritativas, a menudo inspiradas directamente por el magisterio del Sucesor de Pedro.
Se trata de una realidad de fe intensa y viva, que encuentra caminos nuevos para manifestar y hacer florecer la vocación misionera de la comunidad eclesial, en plena sintonía con la intención original del Concilio de Shanghái.
Ya había dicho, en mi intervención en el congreso de mayo de 2024, que a mi juicio Celso Costantini y los padres sinodales de aquel Concilio se alegrarían de ver cómo la Iglesia católica en China, hoy plenamente autóctona, está realizando buena parte de sus deseos y aspiraciones, dentro de los límites y condicionamientos propios de su realidad.
Por ejemplo, en 2008, cuando Benedicto XVI convocó el Año Paulino dedicado a san Pablo, numerosas comunidades y diócesis chinas organizaron una impresionante serie de iniciativas en honor del Apóstol de las Gentes. Durante aquel año especial, casi desapercibido en otros lugares, en China se promovieron cursos de teología misionera y conferencias sobre la vocación evangelizadora que compete a todos los bautizados.
Podrían citarse muchos otros ejemplos de la vida concreta de las comunidades católicas en China, donde el anuncio del Evangelio y las obras de caridad abren caminos para sanar las heridas del pasado y experimentar de manera tangible la comunión entre hermanos y hermanas en Cristo.
Como recuerda el papa León XIV en su exhortación apostólica Dilexi Te, la Iglesia no tiene intereses materiales que defender: se sitúa junto a los pobres y se convierte en su voz en un mundo aún marcado por profundas desigualdades (nn. 90-98), que deben superarse para alcanzar esa armonía social tan apreciada también por la tradición del pensamiento chino. ¡La armonía!
(Agencia Fides 11/10/2025)

*Pro-Prefecto del Dicasterio para la Evangelización (Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares), Gran Canciller de la Pontificia Universidad Urbaniana


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