Por Pascale Rizk
Seúl (Agencia Fides) - Ha sido un “diciembre horribilis” para Corea del Sur. En medio de la agitación política y las vidas rotas en el último accidente aéreo, las nubes de tristeza y dolor no parecen abandonar el cielo del “País de la Tranquila Mañana”.
Con la apertura del año 2025, que marca el 80º aniversario de la Liberación y División de Corea, comienza también el Año Jubilar de la Esperanza con la Bula Papal de Indicción "Spes non confundit" (La esperanza no defrauda). Y es precisamente esta esperanza, “contenida en el corazón de cada persona”, la que lleva a los católicos de Corea a continuar su camino incluso en el día a día.
Esto lo atestigua la hermana Ester, quien acompaña a uno de los dos grupos de jóvenes nacidos en Corea del Norte que, tras huir hace años con sus madres, llevan ya una década asentados en Corea del Sur. Orgullosos y decididos, estos jóvenes estudian con esmero, enfrentando la urgencia de integrarse plenamente en la exigente sociedad surcoreana. En sus historias personales han afrontado innumerables obstáculos y separaciones.
“Hace diez años, a esta zona llegaban unos 200 refugiados políticos al mes; hoy apenas llega una persona cada seis meses. Desde la pandemia de COVID, las fronteras se cerraron y siguen cerradas. La vigilancia es cada vez más estricta”, explica la hermana Ester Palma, misionera española de las Siervas del Evangelio de la Misericordia de Dios. Esta joven comunidad, de derecho diocesano, lleva 18 años trabajando en Daejeon, la quinta ciudad más grande de Corea del Sur.
Comprometida desde su llegada a Corea en diversos ministerios, la hermana Ester colabora con un grupo de unas 12 personas llamado 영한 우리 (“Nosotros, los más jóvenes”), coordinado por los Padres Franciscanos. Este grupo se reúne en Seúl una vez al mes durante dos horas, concluyendo siempre con una misa y una cena compartida. “La reunión suele comenzar con una charla informal y juegos de mesa para romper el hielo. Los coreanos, y especialmente los norcoreanos, son muy tímidos, por lo que necesitan tiempo para abrirse y sentirse cómodos”, añade la misionera. “La segunda parte del encuentro se centra en temas como la paz, el conocimiento y el desarrollo personal” continía la hna. Esther.
La salida de Corea del Norte es siempre una tarea ardua. “La mayoría de los jóvenes llegaron cuando tenían entre ocho y nueve años. Hoy, en sus veinte, han vivido una década en Corea del Sur. Generalmente, salen con sus madres, ya que las mujeres tienen mayor libertad de movimiento. En China, venden mercancías y luego desaparecen para no regresar, con ayuda de ‘intermediarios’. Si son detenidos, enfrentan la expulsión por entrar ilegalmente. Es aquí donde intervienen otros ‘brokers’, quienes los llevan a Tailandia o Laos y finalmente a la embajada surcoreana”, explica la hermana Ester, subrayando lo planificado y costoso que es este proceso. “Puede ocurrir que se hagan una nueva vida en China, encuentren buena gente y formen nuevos núcleos familiares, abandonando la huida a Corea del Sur”.
Ya en Corea del Sur, obtienen el estatus de refugiado político tras un largo proceso de selección. Se les entrega el pasaporte y, cuando entran en Corea del Sur, se les remite de nuevo a las oficinas pertinentes y se les vuelve a examinar. “El proceso es emocional y humanamente agotador”, señala la hermana Ester, originaria de Granada.
Durante su estancia en los centros de refugiados, tienen un primer “contacto” con la labor de la Iglesia. Allí, un programa de formación de tres meses les enseña sobre el sistema bancario, educativo y religioso, ayudándoles a entender la sociedad. Se anima a los jóvenes a encontrarse cara a cara con diferentes comunidades de fe y espiritualidad, y gracias a los encuentros con los religiosos y religiosas que sirven en el centro, puede crecer una curiosidad inicial gracias al afecto y al sentimiento de protección que sienten. Un encuentro y una experiencia que también pueden llevar a las personas a pedir el bautismo y a optar por hacerse católicos.
Para quienes lo deseen, las religiosas de las Siervas del Evangelio de la Misericordia de Dios ponen sus casas a disposición tras el periodo de formación. En ese momento, los jóvenes refugiados ya han recibido un pasaporte surcoreano, un documento de identidad y un teléfono móvil. “Con diferentes formas de ayuda, alojamiento y becas, se les apoya hasta que logran adaptarse a la sociedad, lo que ocurre cuando consiguen un empleo y alcanzan una vida independiente”, explica la hermana española.
Quienes no eligen abrazar el catolicismo también participan en los grupos conocidos como “clubes”, donde desarrollan un fuerte orgullo por las decisiones tomadas. Sin embargo, sufren de una gran preocupación por los familiares que han dejado atrás, a quienes extrañan profundamente. Estas inquietudes se suman a la necesidad de ocultar su origen norcoreano, evitando preguntas comunes como “¿Dónde hiciste el servicio militar?” o “¿Visitaste a tus abuelos durante Chuseok?”. Estas preguntas, habituales entre los jóvenes surcoreanos, podrían exponerlos a prejuicios que los tildan de inferiores, pobres o comunistas. Cansados de repetir sus historias, muchos optan por el silencio incluso frente a quienes muestran genuino interés.
Tras dos años de intenso aprendizaje del idioma coreano, la hermana Ester y su comunidad han ganado respeto por su dedicado servicio a la misión de la Iglesia. “En este trabajo de gestión emocional, busco ayudar a cada joven a descubrir sus talentos, habilidades y debilidades, para entender a qué están llamados y qué camino de vida desean seguir. Mi objetivo es transmitirles la esperanza y la misericordia de Dios, para que no se queden atrapados en el pasado”, señala la misionera granadina. Según la religiosa, la curación emocional es un proceso gradual que, al tratarse de jóvenes, tiene mejores perspectivas de éxito que en adultos.
La hermana Ester también subraya la importancia de cultivar una imagen positiva de Corea del Norte como única vía hacia la paz y la reconciliación.
Este enfoque se alinea con el mensaje de 2021 del obispo de Chuncheon, Simon Kim Ju-young, quien animó a los católicos a rezar diariamente a las 9 de la noche un Padre Nuestro, un Ave Maria y un Gloria, por la paz en la península coreana. “Además de orar por la paz, actuemos por la paz en nuestras familias, comunidades y sociedad, recordando a nuestros hermanos en Corea del Norte y fomentando la solidaridad a través del amor y el intercambio”, instó el prelado.
Corea del Norte y Corea del Sur llevan divididas más de 70 años. Aunque la Comisión Diocesana para la Reconciliación y la Unificación del Pueblo Coreano tiene presencia en todas las diócesis, lo que predomina entre la población es el deseo de mantener la paz. Sin embargo, una encuesta reciente del Instituto de Estudios sobre la Paz y la Unificación de la Universidad Nacional de Seúl muestra que el 35% de los encuestados considera que la unificación es “completamente innecesaria” o “no especialmente necesaria”.
Este escepticismo es particularmente notable entre los jóvenes de 19 a 29 años, quienes representaron el 47,4% de los participantes en la encuesta. A pesar del crecimiento constante del PIB surcoreano desde la recesión, esta generación enfrenta incertidumbre laboral. Las grandes empresas dominan el panorama económico, limitando las oportunidades para pequeñas empresas y reduciendo los empleos disponibles. Además, el sistema corporativo tiende a premiar la lealtad sobre las aptitudes, lo que agrava el desencanto de los jóvenes, quienes ven pocas perspectivas de ascenso en un mercado laboral controlado por generaciones mayores.
Además, la preponderancia de la concentración en grandes empresas en Corea del Sur ha dificultado la actividad de las pequeñas empresas y reducido el número de empleos disponibles.
(Agencia Fides 03/1/2025)