Banjarmasin (Agencia Fides) - La llaman «la ciudad de los mil ríos» por los numerosos cursos de agua que riegan el territorio de Banjarmasin, ciudad del Borneo indonesio, en la provincia de Kalimantan Sur. En esa pequeña diócesis con 23.000 católicos sobre más de 4 millones de habitantes, el 96% musulmanes, «la misión de Cristo va adelante al estilo franciscano, con mucha paciencia: permanecemos sumisos, no entramos en disputas ni reclamaciones, vamos adelante con sencillez, haciendo lo que podemos, con humildad y alegría», dice a la Agencia Fides el nuevo Obispo Victorius Dwiardy OFM Cap, hasta hace poco Definidor General de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos.
El Obispo es originario de Borneo, pero desde que era un joven seminarista dejó su tierra natal para realizar sus estudios filosóficos y teológicos, trasladándose primero a Sumatra, luego a Yakarta y finalmente a Roma, para el gobierno de la Orden a la que pertenece.
«Nuestros católicos -explica a la Agencia Fides- son inmigrantes de Flores o indígenas Dayak», etnia a la que también pertenece el Obispo. «Son personas subdesarrolladas económica y socialmente, trabajadores de las minas, agricultores, jornaleros con salarios bajos y un nivel de educación modesto. Viven la fe de los sencillos, de los humildes, de los pobres. Este es nuestro pueblo de Dios, un pueblo de gente pequeña», afirma.
La comunidad eclesial, en su pobreza, intenta ayudar al pueblo dirigiendo cuatro escuelas primarias y una escuela media para chicos. «Seguimos llevando la buena nueva al interior y a la montaña, a aldeas remotas habitadas por indignos, donde se llega con extrema dificultad, gracias sobre todo al trabajo y al apoyo de los catequistas que se ofrecen a acompañarme en moto, por pistas de tierra, en viajes de hasta cinco horas, para llegar a una sola aldea donde viven pocos bautizados», recuerda. En cada uno de esos pueblos hay una 'casa de misión', una pequeña vivienda donde se reza, se hace catecismo y se administran los sacramentos cuando llega un sacerdote», explica.
La misión en el territorio de la diócesis, donde la presencia de comunidades musulmanas es fuerte y arraigada, «significa para nosotros ser personas de diálogo, siempre atentas, disponibles, abiertas, caritativas con el prójimo». «Y significa permanecer -como enseña san Francisco- en minoría, estar en el último lugar y no intentar sobresalir o superar a los demás», señala, recordando las palabras del santo de Asís, que exhortaba a sus hermanos, enviados a tierras del Islam, a «no hacer riñas ni disputas». « Que por amor de Dios se sometan a toda criatura humana y confiesen que son cristianos», añadía. Luego, gradualmente, señala el Obispo, citando las Fuentes Franciscanas, «cuando ellos vean que agrada a Dios, que proclamen la palabra de Dios para que crean en Dios Padre todopoderoso e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo Redentor y Salvador, y se bauticen, y se hagan cristianos». «Por tanto, debemos ser pacientes, el Evangelio es una semilla que necesita su tiempo para crecer», subraya.
Esta actitud de pequeñez se ha mantenido «incluso cuando algunos grupos musulmanes han bloqueado la construcción de una nueva iglesia, a pesar de que habíamos recibido el permiso oficial de las autoridades civiles y gubernamentales».
«Vivir la fe en nuestro territorio a veces no es fácil», señala el obispo Dwiardy, «por eso elegí el lema “ardere et lucere”, para subrayar la llamada a arder con el fuego del Espíritu Santo, a ser la luz del mundo», afirma.
La misión también sigue adelante a través de escuelas y obras sociales, como el hospital que dirigen las Hermanas de San Pablo de Chartres, que, señala, «aún no ha recibido la aprobación para un convenio con la sanidad pública, pero no la ha obtenido sólo por motivos políticos», apunta, «y es un paso que seguiremos pidiendo para que la gente pueda ser atendida en nuestro hospital sin ningún problema».
«Además -dice-, he pedido a la Orden de Frailes Capuchinos que abra una fraternidad franciscana en nuestra diócesis, y cuando esto ocurra, su presencia será otra semilla de testimonio cristiano», señala.
El Evangelio en Borneo del Sur (región que los indonesios llaman Kalimantan) fue llevado por el misionero italiano Padre Antonino Ventimiglia en 1688, a un territorio donde existía un sultanato. En 1692, el Papa Inocencio XII estableció el Vicariato Apostólico de Borneo y nombró Vicario Apostólico al padre Ventimiglia.
Más de dos siglos después, en 1905, la Santa Sede estableció otra Prefectura Apostólica, en la parte occidental de Borneo, mientras los colonizadores holandeses se encontraban en el territorio. La Prefectura fue encomendada a los misioneros capuchinos, y el padre capuchino Pacificus Boss fue nombrado Prefecto Apostólico.
En el proceso de desarrollo de la comunidad católica, se establecieron en la zona de Banjarmasin los misioneros de la Sagrada Familia, que dirigieron la Iglesia local cuando se estableció la Prefectura Apostólica de Banjarmasin (1926), cuando fue elevada a Vicariato Apostólico (1949), y después a diócesis (1961).
(PA) (Agencia Fides 3/10/2024)