Por Gianni Valente
Mosul (Agencia Fides) – Hace exactamente diez años, el 10 de junio de 2014, los milicianos yihadistas del Estado Islámico lograron ondear sus banderas negras por toda la ciudad, la segunda más grande de Irak, mientras las tropas gubernamentales se retiraban de la metrópoli. Antes de la llegada de los yihadistas, Mosul albergaba al menos a 1.200 familias cristianas.
Mosul fue liberada del Estado Islámico en 2017. Desde entonces, son muy pocos los cristianos que han regresado a sus hogares de forma estable. «Son unas 30-40 familias, con frecuencia no con todos sus miembros. Muchos son ancianos. Varias familias van y vienen de otros lugares, no representan una presencia estable que se note», confirma a la Agencia Fides Paul Thabit Mekko, obispo caldeo de Alqosh.
Los días de la conquista yihadista de Mosul se recuerdan como el comienzo de una época llena de traumas y dolor, que parece haber transformado profundamente el perfil de una ciudad que un tiempo era descrita como un lugar de coexistencia entre diversas comunidades confesionales, incluida la que estaba reconocida como una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo.
Hace apenas dos décadas, Mosul albergaba a más de 100 mil cristianos, quienes formaban parte de un tejido social en el que la mayoría suní convivía con chiítas, yazidíes y otras minorías. Sin embargo, el número de cristianos había comenzado a disminuir tras la intervención militar liderada por Estados Unidos que llevó a la caída del régimen de Sadam Husein en 2003. Desde entonces, la violencia sectaria había ido en aumento.
En junio de hace 10 años, muchas familias cristianas ya habían abandonado Mosul antes de la conquista total de la ciudad por los milicianos del Daesh. El 12 junio, el entonces arzobispo caldeo de Mosul, Amel Shimon Nona, confirmó a la Agencia Fides que la gran mayoría de las 1.200 familias cristianas habían abandonado la ciudad. Él y sus sacerdotes habían encontrado refugio en los pueblos de la llanura de Nínive, como Kramles y Tilkif, a unas decenas de kilómetros de Mosul. Al mismo tiempo, el arzobispo Nona desmintió los rumores de ataques a iglesias por parte de hombres del Daesh. «Nuestra iglesia dedicada al Espíritu Santo», dijo el Arzobispo a Fides en ese momento, «fue saqueada por bandas de ladrones ayer y anteayer, mientras la ciudad estaba siendo tomada por Daesh. Pero las familias musulmanas que viven en la zona llamaron a los propios milicianos islamistas, que intervinieron y pusieron fin a los saqueos. Las mismas familias musulmanas nos telefonearon para comunicarnos que ahora vigilan la iglesia y que no permitirán que vuelvan los saqueadores».
En las semanas siguientes continuó el éxodo de miles de cristianos de Mosul. Sus hogares fueron «marcados» junto con los de los chiíes como viviendas susceptibles de ser expropiadas por milicianos y nuevos seguidores del Estado Islámico. Los yihadistas apresaron temporalmente a dos religiosas y tres niños. Después, en enero de 2015, los milicianos del autoproclamado Califato expulsaron de Mosul a 10 ancianos cristianos caldeos y siro-católicos acorralados en pueblos de la llanura de Nínive y alojados temporalmente en la segunda ciudad de Irak, tras negarse a abjurar de la fe cristiana y convertirse al islam. Durante la ocupación yihadista, Mosul se convirtió en la capital iraquí del Estado Islámico. Un año después, en junio de 2015, Daesh controlaba un tercio de Irak y casi la mitad de Siria, amenazaba Libia y contaba con la afiliación de decenas de grupos armados en Oriente Medio y África.
La operación militar puesta en marcha para acabar con el dominio yihadista en Mosul en 2017 duró meses y tuvo fases extremadamente sangrientas. «Siete años después -dice a la Agencia Fides el obispo Paul Thabit Mekko-, creo que más del 90% de los cristianos que huyeron de Mosul no piensan regresar. Lo que han visto y sufrido ha creado un muro psicológico. Algunos han sido expulsados, otros se han sentido traicionados. No sabemos si la situación cambiará. Ahora muchos viven en Ankawa, el distrito de Erbil donde viven los cristianos, se sienten más seguros, hay más oportunidades de trabajo. No tienen intención de volver a una ciudad que ha cambiado mucho con respecto a cuándo ellos vivían allí. No la reconocerían».
(Agencia Fides 10/6/2024)