ASIA/IRÁN - Franciscano, astrónomo, cardenal un poco por casualidad. Quién es Dominique Joseph Mathieu, primer cardenal en tierra iraní

martes, 3 diciembre 2024 cardenales   franciscanos   misión   evangelización   islam  

Por Gianni Valente

El Papa Francisco ha designado al padre Dominique Joseph Mathieu, franciscano conventual de 61 años, como el primer cardenal titular de una sede episcopal en suelo iraní. Primero lo llamó para dirigir la antigua sede episcopal de Ispahan, erigida ya en 1629, tras cambiar su nombre por el de Archidiócesis de Teherán-Ispahan de los Latinos. Luego ha decidido crearlo cardenal, en el Consistorio del sábado 7 de diciembre.

El padre Mathieu no cuenta con ningún “título” ni trayectoria que lo haya señalado explícitamente como candidato a este cargo. Tampoco se ha preparado a lo largo de su vida con el propósito de asumir una misión tan singular y delicada.

Sin embargo, al reflexionar sobre su pasado, asegura que cada experiencia ha sido un peldaño hacia el presente. “Cada paso, de alguna manera, parece haberme preparado para la situación que vivo ahora” confiesa.

ABADÍAS, MONASTERIOS Y TIERRAS FRONTERIZAS

Dominique Joseph nació en Arlon, en la Bélgica francófona, y creció en la flamenca Brujas, la “Venecia del Norte”. De las tierras de su infancia y adolescencia, recuerda los monasterios y las grandes abadías, como las de Orval y Zevenkerken, que visitaba a menudo con su familia. Y no tarda en enfrentarse a las invisibles brechas, lingüísticas y culturales, que dividen a los pueblos y clases a los que la historia ha colocado en el mismo rincón del mundo.
Los domingos en Brujas, Dominique sirve en misa como monaguillo hasta los 20 años, también en la catedral. Asiste a misa todos los días, junto con algunos compañeros de clase. Al principio eran unos diez, pero al terminar los estudios quedaban sólo un par. En cierto momento, debido a la falta de participantes, la misa deja de celebrarse. “Yo tenía 13 o 14 años”, recuerda hoy el arzobispo Mathieu, “y me dirigí al director del colegio para preguntarle si se podía restablecer la celebración diaria. El sacerdote volvía por la tarde, cuando terminaban las clases, para celebrar una misa especialmente para los alumnos. Lo hizo durante varios años, y a menudo el único presente en la misa era yo. Esto, cuando lo pienso, todavía me impresiona. Fue un testimonio muy fuerte. Ahora también me sucede a mí celebrar solo. Y entonces pienso en aquel sacerdote, que durante tantos años celebró la misa sólo para una persona, y lo hizo por mí. Me repito que ni él ni yo celebramos nunca solos, porque siempre se celebra la Misa en comunión con toda la Iglesia universal. Y ésta es la Iglesia”.

JESÚS Y LAS ESTRELLAS

Desde muy joven, en Brujas, el futuro arzobispo de Teherán entrelazó su camino cristiano con la pasión por la astronomía. Su primer telescopio llegó cuando tenía 12 años. Por la noche escudriñaba el cielo y las estrellas. “Pero eran como dos paralelos que avanzaban por separado. Hasta el día en que percibí que al escudriñar el espacio me llenaba de asombro y gratitud por las maravillas de Dios”.
Desde que es obispo, el padre Mathieu ha dejado un poco de lado la astronomía. Le falta tiempo y es demasiado complicado llevar consigo instrumentos para observar y fotografiar las estrellas. Pero le sorprende vivir ahora en la tierra donde los antiguos sacerdotes escrutaban el cielo desde las alturas de los zigurats. Y para los bautizados que ahora están con él, pone en práctica su otra pasión, la gastronomía, preparando dulces y cosas ricas para comer.

LA URDIMBRE FRANCISCANA

“Nací un 13 de junio, fiesta de San Antonio de Padua”, recuerda el padre Dominique. Para él, es sólo el primer matiz con el que el Santo de Asís quiso trazar su vocación hacia la gran familia de los hijos de San Francisco. Monasterios, encuentros con historias y epopeyas franciscanas, como la de los frailes capuchinos que en Arlon, su ciudad natal, y otros lugares eligieron vivir en las colinas para vigilar y dar la alarma en caso de incendio. En la habitación de la casa de su abuelo encontró los libros de un pariente lejano que había sido misionero capuchino en el Congo. “Yo leía con pasión las historias de los Oblatos de María Inmaculada en Canadá, y las de los misioneros jesuitas en China. Pero el libro que más me impactó fue un viejo volumen sobre San Francisco, con las páginas amarillentas”.
Un padre holandés le envió material sobre el franciscano conventual Maximiliano Kolbe, martirizado por los nazis. Así, a los 16 años, Dominique pasó la Semana Santa en el convento de los franciscanos conventuales de Lovaina. Son los años posteriores al Concilio Vaticano II, cuando la vida religiosa busca una nueva identidad. También hay tensiones y dialécticas acaloradas. “En el refectorio vi por casualidad a los padres discutiendo entre ellos, y esto no me chocó, al contrario: quería decir que estábamos con los pies en el suelo, y los padres se mostraban tal como eran, no querían ofrecer una imagen edulcorada de sí mismos y de la vida en el convento”.
Cuando entró en la comunidad, el padre Mathieu eligió a los franciscanos conventuales. Durante su periodo de formación en Bélgica, no faltaron los problemas. En Flandes crecía entonces la hostilidad hacia los flamencos francófonos, identificados como una aristocracia que había hecho sufrir a otros compatriotas en el pasado. “Con el tiempo”, añade el Arzobispo de Teherán, “me he reconciliado con aquel periodo lleno de tensiones, que me ayudó a tomar nota de la diversidad e incluso del conflicto sin cultivar prejuicios hacia pueblos y culturas”.
Dominique Joseph es el hijo mayor de una familia con dos hermanas. “Mis padres me dijeron que estaban contentos con mi vocación, nunca me lo impidieron, pero me repetían: si ves que las cosas no van bien, recuerda que siempre puedes volver a casa. Al principio esto me molestaba un poco. Luego me di cuenta de que la mayor muestra de su amor era precisamente que siempre dejaban la puerta abierta”.
Después de su noviciado en Alemania, del tiempo pasado en Roma, el padre Dominique recuerda también el que pasó en la cárcel de Regina Coeli, donde era capellán su hermano Vittorio Trani, gran testigo de la misión entre los presos durante 50 años. “Había varios presos musulmanes”, recuerda monseñor Mathieu, “y queríamos hacer algo para que tuvieran un lugar donde rezar en la cárcel. Era un problema nuevo. Encontramos esteras y el Corán que ofrecía la mezquita etíope. Funcionó durante unas semanas, luego empezaron los enfrentamientos. Los que entonces tenían que gestionar logísticamente la iniciativa no conocían muy bien la diferencia entre chiíes y suníes..... De vuelta a Bélgica, también allí me interesé por la práctica religiosa de los detenidos musulmanes, pero ahí el problema se había resuelto hacía mucho tiempo, todo estaba ya estrictamente reglamentado, y los cristianos ni siquiera podíamos tener contacto con los musulmanes para ayudarles. Fue entonces cuando fui a estudiar árabe literario a la mezquita...”.

LA MISIÓN EN LA ÉPOCA DE LA SECULARIZACIÓN

Tras su ordenación sacerdotal, el padre Dominique Joseph Mathieu regresó a Bélgica, donde experimentó la dimensión misionera de su vocación en un contexto marcado por la secularización. En aquellas tierras, la “deforestación de la memoria cristiana”, como la describió el cardenal belga Godfried Danneels, se hacía sentir con intensidad. “Desde hacía mucho tiempo no había vocaciones, y existía un abismo generacional entre quienes me precedieron y mi generación”, rememora el padre Mathieu. “En esa situación, sabía que nunca recibiría una invitación formal para partir de misión. Pero la misión estaba ahí”.
Aceptar la realidad de las cosas y adaptarse a las circunstancias fue clave en la trayectoria del padre Dominique Joseph Mathieu. En ese contexto, asumió primero el cargo de Vicario Provincial y, posteriormente, el de Provincial, en un periodo marcado por la reducción del número de hermanos en la orden. La situación llevó a decisiones difíciles: fusiones, traslados y el cierre de varias casas religiosas. Finalmente, los franciscanos conventuales se concentraron en el convento del barrio de inmigración en Bruselas. Para evitar el cierre de la provincia belga, se buscó el respaldo de otras provincias conventuales en Europa. “Tratamos de encontrar maneras de funcionar enfrentando las consecuencias de la secularización y la globalización”, explica el padre Dominique. En ese proceso, laicos y laicas se congregaron en torno a él, formando una comunidad que, ya en aquella época, “mostraba que necesitaba su libertad” para continuar creciendo espiritualmente.

LA SORPRESA DEL LÍBANO

En 1993, el entonces futuro arzobispo de Teherán viajó al Líbano para asistir a la ordenación sacerdotal de César Essayan, su compañero de estudios y actual vicario apostólico de Beirut para los católicos de rito latino. La capital libanesa, aún marcada por los estragos de la guerra civil, estaba llena de escombros y tanques. A pesar de este escenario desolador, lo conmovió la resiliencia de los más pobres, quienes, sin la posibilidad de emigrar, permanecieron para afrontar el sufrimiento, así como la profunda fe de quienes buscaban consuelo en los santuarios. Diez años después, tras una etapa de intenso trabajo en Bélgica, su vida dio un giro significativo al ofrecerse para regresar al País de los Cedros. “En mi viaje de 1993, vi que en el Líbano había un gran potencial para acompañar a los jóvenes en su crecimiento”, recuerda. “En Beirut, me encontré trabajando en una parroquia francófona, donde pude implicarme inmediatamente en la pastoral”. Además, asumió el cargo de maestro de novicios, experimentando la alegría de retomar los ritmos de la vida comunitaria, algo que había tenido que dejar de lado durante los años dedicados a la misión en Bélgica.
En Líbano, fue testigo de las tensiones persistentes entre el país, especialmente entre los grupos Hezbolá-Amal e Israel. “Veía en el valle de la Bekaa el dron que sobrevolaba constantemente el país; haciendo cálculos de astronomía, noté que pasaba cada minuto y 52 segundos”, recuerda.
Durante su estancia en Líbano, también se enteró por primera vez de que en los pasillos vaticanos comenzaba a considerarse la posibilidad de que un franciscano fuera nombrado obispo para Irán.

UN NOMBRE PARA IRÁN

En 2019, el General de los franciscanos conventuales pidió al padre Mathieu que regresara a Roma, a la Curia General en la Basílica de los Doce Santos Apóstoles, como Asistente General.
En esos años, tras la desaparición entre 2015 y 2018 de una presencia significativa de religiosos de rito latino en Irán, la Santa Sede había propuesto a los franciscanos conventuales el nombramiento de uno de sus frailes para ser enviado a Irán. La propuesta permaneció sobre la mesa hasta que el padre general de los conventuales le informó que su nombre había sido sugerido en respuesta a esa solicitud de la santa Sede.
Pero son los primeros meses de la pandemia de Covid 19, y el padre Dominique Joseph se ve afectado por la infección pulmonar de forma grave. Hoy cuenta: “Llevaba conmigo una reliquia de San Charbel traída del Líbano. Me dije: si muero y el Señor me recibe, no tendré más que pensar. Así que, en cualquier caso, no soy yo quien decide”.
En cambio, el padre Joseph Dominique se recupera. A pesar de seguir sintiéndose mal, acude a la Congregación para las Iglesias Orientales, donde los superiores le expresan su agradecimiento y le informan que “el Santo Padre está muy contento” por su disposición a ir a Irán. “A decir verdad”, confía hoy el arzobispo de Teherán-Isfahán, “no había comunicado oficialmente ninguna aceptación por mi parte. No había dicho que sí, ni tampoco que no. Solo estaba ese pensamiento que había tenido al imaginar que podía morir, y había puesto toda decisión en manos del Señor”.

LEJOS DE LA CONFORMIDAD

Dominique Joseph Mathieu fue nombrado arzobispo de Teherán-Ispahan de los Latinos el 8 de enero de 2023. En esta nueva etapa, percibe que, detrás de él, le respalda la fraternidad de los franciscanos conventuales: “A menudo —reconoce el padre Mathieu—, cuando hablamos de los Hermanos Menores Conventuales, damos más importancia a la ‘minoridad’ y a la pobreza. En realidad, también deberíamos poner el acento en la fraternidad. Ante todo, somos una fraternidad”.
En Teherán, el padre Mathieu no cuenta con ningún sacerdote que le apoye en su labor pastoral. A diferencia de otras Iglesias católicas de diferentes ritos, la Iglesia de rito latino carece de reconocimiento legal y de un estatuto jurídico definido. Por ello, en ocasiones, las reuniones con funcionarios de los departamentos gubernamentales pueden llegar a ser especialmente agotadoras.
Para constituir una asociación legalmente reconocida, se necesitan al menos 15 iraníes católicos latinos. Sin embargo, en la actualidad, los miembros de la comunidad católica de rito latino en Irán son principalmente extranjeros, como personal de embajadas y mujeres llegadas de Filipinas, Corea y otros países.
Por ello, el padre Dominique Joseph espera que el cardenalato que ha recibido le sirva, ante todo, para abrir puertas y fortalecer la percepción de su labor por parte del aparato iraní. Confía en que esta distinción contribuirá a intensificar las relaciones y los contactos, también a través de los canales entre Irán y la Santa Sede, los cuales siempre han permanecido abiertos desde la revolución jomeinista.
Existe una continuidad específica en las relaciones entre la República Islámica de Irán y la Santa Sede, que resiste a las campañas y la propaganda anti-iraníes que proliferan en Occidente.
“A lo largo de mi vida”, señala el arzobispo de Teherán, “he aprendido a vivir en situaciones límite, a reconocer la diversidad y a liberarme de estereotipos y tópicos a la hora de mirar a las personas y a los pueblos”. “Ciertamente”, prosigue el padre Dominique, “la gente de Irán es muy acogedora, y me doy cuenta de que es un país lleno de contrastes, lejos de las caricaturas que circulan”.

LAS PUERTAS CERRADAS PUEDEN ABRIRSE

En Irán, los católicos de rito latino son un pequeño rebaño, apenas unas 2.000 personas, de las cuales al menos 1.300 provienen de Filipinas. Son realidades pequeñas, que plantean interrogantes sobre el sentido y el futuro de la misión, sobre la viabilidad de mantener una presencia, e incluso una diócesis, en esa situación. El arzobispo de Teherán-Ispahan no duda al respecto. Recuerda que un hermano le habló de “una persona que, antes de convertirse al cristianismo, había rezado durante más de diez años ante la puerta cerrada de una iglesia armenia del norte de Irán. Rezar ante una puerta hace que uno se dé cuenta de la importancia de estar allí. Una puerta es una puerta, aunque permanezca cerrada. Tarde o temprano puede abrirse para mostrar el amor de Cristo a todos, con gestos más que con palabras, como sugería San Francisco”.
Mientras tanto, el trabajo al que dedicar tiempo y energía se enmarca en las dinámicas elementales de la vida eclesial: misas, catequesis, celebración de los sacramentos, obras de caridad. Son las mismas dinámicas que, en la vida cotidianidad, se vivían y compartían en los monasterios y beguinajes de Bélgica, donde el padre Dominique creció.
(Agencia Fides 3/12/2024)


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