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Bruselas (Agencia Fides) – «Todos, con el bautismo, hemos recibido una misión en la Iglesia. Pero se trata de un don, no de un motivo de orgullo». Así finaliza el Viaje Apostólico del Papa Francisco a Bélgica, su 46º fuera de Italia, con la Santa Misa en el Estadio Rey Balduino de Bruselas.
Ante 35.000 personas, y la familia real, el Pontífice ha presidido el rito de beatificación de Ana de Jesús, llamada Ana de Lobera, de la orden de las Carmelitas Descalzas, y ha anunciado el inicio del proceso de beatificación del rey Balduino, el monarca que dimitió unos días por no firmar la ley pro-aborto. Recibido con aplausos y vítores, antes de revestirse con los ornamentos sagrados, el Papa ha saludado a la multitud en el papamóvil, bendiciendo a los niños y repartiendo rosarios y caricias. En su homilía, pronunciada en italiano y con varios añadidos al momento, ha reflexionado sobre tres palabras clave: apertura, comunión y testimonio.
Comentando el episodio evangélico de hoy, que tiene lugar en Cafarnaún, donde los discípulos quieren impedir que un hombre expulse demonios en nombre del Maestro, porque -según ellos- «no nos seguía», Francisco dice: «Ellos piensan así: “Quien no nos sigue, quien no es ‘de los nuestros’, no puede hacer milagros, no tiene el derecho”. Pero Jesús los sorprende como siempre, y los reprende, invitándolos a ir más allá de sus esquemas, a no “escandalizarse” de la libertad de Dios. Les dice: “No se lo impidan […], el que no está contra nosotros, está con nosotros”».
De ahí la reflexión sobre la misión de los bautizados, que es “un don”, «no de un motivo de orgullo». La comunidad de los creyentes, en efecto, destaca al Obispo de Roma, «La comunidad de los creyentes no es un círculo de privilegiados, es una familia de salvados, y nosotros no somos enviados a llevar el Evangelio al mundo por nuestros méritos, sino por la gracia de Dios, por su misericordia y por la confianza que, más allá de todos nuestros límites y pecados, Él continúa poniendo en nosotros con amor de Padre, viendo en nosotros lo que nosotros mismos no alcanzamos a vislumbrar. Por esto nos llama, nos envía y nos acompaña pacientemente cada día».
«Si queremos cooperar, con amor abierto y premuroso, a la acción libre del Espíritu sin ser motivo de escándalo, de obstáculo a nadie con nuestra presunción y nuestra rigidez, necesitamos realizar nuestra misión con humildad, gratitud y alegría. No debemos resentirnos, sino más bien alegrarnos de que también otros puedan hacer lo que nosotros hacemos, para que crezca el Reino de Dios y para reunirnos todos unidos, un día, en los brazos del Padre», añade el Papa.
«La Palabra de Dios es clara, nos dice que el “clamor de los pobres” no se pueden ignorar» o «cancelar», como si fuesen «una nota desafinada en un concierto perfecto del mundo del bienestar, ni se pueden atenuar con alguna forma de asistencialismo de fachada», dice a continuación, reflexionando sobre la segunda palabra clave, “comunión”. Por el contrario, subraya Francisco, «son la voz viva del Espíritu» y «nos recuerdan quiénes somos: todos somos pobres pecadores, todos, el primero yo… y nos llama a convertirnos».
De ahí la reflexión sobre la tercera palabra, «testimonio»: «Podemos inspirarnos, a este respecto, en la vida y la obra de Ana de Jesús, el día de su beatificación. Esta mujer fue una de las protagonistas, en la Iglesia de su tiempo, de un gran movimiento de reforma, tras las huellas de una “gigante del espíritu”, Teresa de Ávila».
Por último, recordando el encuentro que mantuvo la otra tarde en la Nunciatura Apostólica de Bruselas con un grupo de víctimas de abusos por parte del clero belga, ha afirmado: «He sentido su sufrimiento como abusados y lo repito aquí: en la Iglesia hay lugar para todos, todos» pero «no hay lugar para el abuso, para encubrir el abuso». «Pido a los obispos: no encubran los abusos», ha añadido el Pontífice, cuyas palabras han sido recibidas con un largo aplauso de los fieles presentes. «El mal no se puede ocultar, hay que sacarlo a la luz con valentía». Francisco pide que se «juzgue» a los abusadores, «sean laicos, sacerdotes u obispos». El de las víctimas «es un lamento que clama al cielo y nos avergüenza».
En el Ángelus, rezado al final de la celebración, el pensamiento del Pontífice se ha dirigido a Oriente Medio, en particular al Líbano, devastado por el conflicto cada vez más extendido: «Sigo con dolor y gran preocupación el crecimiento e intensificación del conflicto en el Líbano. El Líbano es un mensaje, pero en este momento es un mensaje de dolor, y esta guerra tiene efectos devastadores sobre la población. Muchas, demasiadas personas, continúan muriendo día tras día en Oriente Medio».
«Oremos por las víctimas, por sus familias, recemos por la paz. Pido a todas las partes en conflicto un alto el fuego inmediato en el Líbano, en Gaza, en el resto de Palestina y en Israel. Que se liberen los rehenes y se permita la ayuda humanitaria», el llamamiento del Pontífice, pide también oraciones por Ucrania: «No olvidemos la lastimada Ucrania».
(F.B.) (Agencia Fides 29/9/2024)