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Dili (Agencia Fides) – La segunda jornada del Papa Francisco en Timor Oriental ha concluido con una misa en la explanada de Taci Tolu. El Pontífice ha presidido el rito en el mismo lugar que acogió la celebración eucarística con Juan Pablo II en 1989. Han asistido más de 600.000 personas, llegadas a las afueras de la capital desde las primeras luces del alba. La misa, en portugués, es votiva de la Santísima Virgen María, figura en torno a la cual ha discurrido la homilía, cuyos pasajes clave relatamos a continuación:
Dios hace brillar su luz salvadora a través del don de un hijo. En todas partes del mundo el nacimiento de un niño es un momento luminoso, de alegría y de fiesta, que infunde en todos buenos deseos: de renovarse en el bien, de volver a la pureza y a la sencillez.
Ante un recién nacido, incluso el corazón más duro se conmueve y se llena de ternura.
La fragilidad de un niño lleva consigo un mensaje tan fuerte que toca incluso los ánimos más endurecidos, trayendo consigo propósitos de armonía y serenidad. ¡Es maravilloso lo que pasa cuando nace un bebé!
Esta realidad se revela hermosa en Timor-Leste, porque hay muchos niños; ustedes son un país joven en el que en cada rincón la vida se siente palpitar y bullir. La presencia de tanta juventud y de tantos niños es un don inmenso, de hecho, renueva constantemente la frescura, la energía, la alegría y el entusiasmo de su pueblo.
Pero es un signo aún más fuerte, porque hacer espacio a los pequeños, acogerlos, cuidarlos; y hacernos también todos nosotros pequeños ante Dios y ante los hermanos, son precisamente las actitudes que nos abren a la acción del Señor. Al hacernos pequeños, permitimos al Todopoderoso hacer en nosotros grandes cosas.
No tengamos miedo de hacernos pequeños ante Dios y los unos frente a los otros; de perder nuestra vida, de dar nuestro tiempo, de reexaminar nuestros programas No tengamos miedo de redimensionar, cuando se requiera, nuestros proyectos, no para minimizarlos, sino para hacerlos aún mejores a través del don de nosotros mismos y de la acogida a los demás.
Todo esto está muy bien simbolizado por dos hermosas joyas tradicionales de esta tierra, el Kaibauk y el Belak. Ambas son de metal precioso; eso significa que son importantes.
La primera simboliza la luz del sol. Simboliza la fuerza, la energía y el calor, y puede representar el poder de Dios que da la vida. Nos recuerda que, con la luz de la Palabra del
Señor y con la fuerza de su gracia, también nosotros podemos colaborar con nuestras opciones y acciones al gran designio de la salvación.
La segunda, el Belak, que se pone en el pecho, complementa la primera. Recuerda la delicada luz de la luna. Nos habla de paz, de fertilidad y de dulzura, a la vez que simboliza la ternura de la madre, que con los delicados reflejos de su amor vuelve resplandeciente lo que toca por la misma luz que, a su vez, recibe de Dios.
Kaibauk y Belak, fuerza y ternura de Padre y de Madre. Así manifiesta el Señor su realeza, hecha de caridad y misericordia.
Pidamos juntos, en esta Eucaristía, como hombres y mujeres, como Iglesia y como sociedad, saber reflejar en el mundo la luz potente y tierna del Dios del amor.
(F.B.) (Agencia Fides 10/9/2024)