VATICANO - “Antiquum ministerium”: un nuevo ministerio para un antiguo servicio

sábado, 6 mayo 2023 catequistas   catecumenos   papa francisco  

Por Stefano Lodigiani

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Por primera vez en la historia de la Iglesia, el ministerio laical del catequista ha sido reconocido e instituido con la Carta Apostólica “Antiquum ministerium” del 10 de mayo de 2021. Una novedad que perfuma de antiguo, como lo manifiestan también las primeras palabras en latín de la misma Carta, “Antiquum ministerium”, que según la tradición dan título a todo el documento. El Papa Francisco recuerda que “El ministerio de Catequista en la Iglesia es muy antiguo. Entre los teólogos es opinión común que los primeros ejemplos se encuentran ya en los escritos del Nuevo Testamento” (AM n.1).
Los estudiosos están de acuerdo en que en los primeros tiempos del cristianismo no encontramos los términos “catecismo, catequista” tal como se entienden hoy, pero sin duda se redactaron presentaciones del mensaje cristiano y de sus contenidos fundamentales (el credo, los sacramentos, la vida moral), que conducen a los catecismos de nuestros días. A medida que empieza a tomar forma y estructura el camino catecumenal de los adultos que pretenden hacerse cristianos y recibir los sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), comienza también a esbozarse una forma de catequesis que recuerda el significado actual.
El camino catecumenal que se desarrolló en el siglo II está intrínsecamente ligado a los escritos de los Padres de la Iglesia, que pueden considerarse “catequistas con autoridad”. Entre los documentos más conocidos de la época se encuentra la “Didaché” o Doctrina de los Doce Apóstoles, de autor desconocido, cuyo texto sólo se encontró en 1800, aunque ya se había citado profusamente en los escritos de los primeros siglos. En tal documento se lee la exposición de los “Dos Caminos, el Camino de la Muerte y el Camino de la Vida”, a lo que sigue la presentación de los ritos del Bautismo y la Celebración Eucarística, después una sección sobre la estructura de la Iglesia primitiva y, por último, la conclusión de carácter escatológico.
Otro documento de esta época es “El Pastor de Hermas”, de género apocalíptico, que consta de cinco Visiones, doce Mandamientos y diez Similitudes (o Parábolas). A san Justino, filósofo y mártir, debemos el Diálogo con Trifón, las Apologías y, sobre todo, la descripción más antigua del rito eucarístico, en la Carta al emperador Antonino Pío. No podemos dejar de mencionar a San Ireneo de Lyon, cuyas obras recibieron la influencia de Policarpo de Esmirna, que había sido discípulo directo de San Juan Evangelista.
En el siglo III, el catecumenado alcanzó su máximo desarrollo, con un itinerario sistemático articulado a lo largo de varios años, como atestiguan, entre otros, Tertuliano, Cipriano, Hipólito, Clemente de Alejandría, Orígenes y las “Escuelas” catequéticas de la época. Con el Edicto de Milán de febrero de 313, el emperador Constantino el Grande garantizó la libertad religiosa y de culto. El siglo IV constituye lo que los historiadores llaman “la edad de oro de la catequesis patrística” y, al mismo tiempo, el comienzo del declive del instituto catecumenal. Destacan en este periodo las 18 catequesis de San Cirilo de Jerusalén, las 8 catequesis bautismales de San Juan Crisóstomo, las 16 homilías catequéticas de San Teodoro de Mopsuestia, el De mysteriis y el De sacramentis de San Ambrosio, el De catechizandis rudibus de San Agustín, que contiene indicaciones para estructurar la enseñanza catequética, ejemplos prácticos de catequesis, indicaciones metodológicas sobre la relación que debe establecerse con el alumno, rasgos sobre la fisonomía del catequista. San Juan Pablo II lo llamó “Pequeño tratado sobre la alegría de catequizar” (Catechesi tradendae, 621).
Los textos de este período de la historia de la Iglesia, de los que sólo hemos citado algunos, siguen siendo hoy objeto de estudio y fuente de inspiración para la liturgia y la catequesis, dada su riqueza doctrinal. El Rito de la iniciación cristiana de adultos, publicado el 6 de enero de 1972, en el número 2 del Prefacio subraya la referencia al catecumenado de los primeros siglos y a su valor misionero: “En efecto, el Rito comprende no sólo la celebración de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía, sino también todos los ritos del catecumenado, que, ya experimentado por los antiguos usos de la Iglesia y adaptado ahora a la acción misionera que se desarrolla en las diversas regiones, ha sido tan solicitado por todas partes, que el Concilio Vaticano II decretó que debía ser restablecido, revisado y adaptado a las tradiciones locales” (cfr. Ad Gentes 14).
A partir del siglo VI, el catecumenado decae progresivamente. Ya no existe una catequesis sistemática como la prevista por el itinerario catecumenal, sino que ésta se deja en manos de los párrocos y de los padres, mientras crece la difusión del bautismo de niños, ya presente en las comunidades de los orígenes. Entre los periodos y acontecimientos que se pueden citar, sin ninguna pretensión de exhaustividad, cabe mencionar el siglo XVI, que con la invención de la imprenta y el crecimiento de la población alfabetizada vio nacer también el “libro del catecismo”, un texto que presentaba las verdades fundamentales de la fe en forma de preguntas y respuestas. El “Catecismo del Concilio de Trento”, promulgado oficialmente por el Concilio celebrado allí de 1545 a 1563, era un manual para la instrucción de los laicos por parte de los sacerdotes, en el clima de la respuesta a la Reforma protestante. También aparecieron en esta época los primeros textos de profundización para catequistas (entre sus autores figura san Roberto Belarmino).
En la segunda mitad del siglo XVIII, los catecismos se extendieron por las diócesis. El nacimiento y difusión del “movimiento catequético” fue consecuencia del Concilio Vaticano I (1870). Bajo el pontificado de León XIII (1878-1902), los catequistas empezaron a organizarse, se promovieron cursos de formación, congresos, revistas y publicaciones para ellos. San Pío X publica la encíclica Acerbo nimis (1905), sobre la ignorancia religiosa y la importancia de la enseñanza del catecismo, y los catecismos (Compendio de la doctrina cristiana en 1902 y Catecismo de la doctrina cristiana en 1912). En Europa, sobre todo en Francia e Italia, se difundió el compromiso de un gran número de catequistas laicos. En la primera mitad del siglo se multiplicaron los Centros Catequísticos promovidos y dirigidos por diversos institutos religiosos, que se convirtieron en centros de estudio, formación, preparación de textos y de subsidios.
(Agencia Fides 6/05/2023)


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