OCTUBRE MISIONERO - Hermana Suzanne Djebba: Alegría y esperanza en la misión entre los pueblos

miércoles, 29 octubre 2025 misión   institutos misioneros   jubileo   octubre misionero  

Photo Paolo Galosi

por la Hermana Suzanne Djebba*

ROMA (Agencia Fides) – Publicamos la intervención pronunciada por la Hermana Suzanne Djebba, Vicaria General de las Misioneras de la Inmaculada (PIME), con ocasión del Congreso Internacional Misionero “La Missio ad Gentes hoy: hacia nuevos horizontes”.

El encuentro, promovido por el Dicasterio para la Evangelización (Sección para la primera evangelización y las nuevas Iglesias particulares) y por las Obras Misionales Pontificias, se celebró en la tarde del sábado 4 de octubre en el Aula Magna de la Pontificia Universidad Urbaniana, en el marco del Jubileo del Mundo Misionero y de los Migrantes.

Roma (Agencia Fides) - Buenos días a todos. Como ya habéis escuchado en la presentación, soy la hermana Suzanne Djebba, de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada, originaria de Camerún. Tras mis estudios aquí en Roma, fui destinada a Guinea-Bisáu, donde trabajé como misionera durante unos ocho años. Ahora he regresado a la Ciudad Eterna para servir como vicaria en nuestro Consejo General. Y estoy hoy aquí para responder a la invitación que me habéis hecho de compartir con vosotros las alegrías y las esperanzas de la misión entre los pueblos.

1. Breve presentación de la misión MDI en Guinea-Bisáu

Como Misioneras de la Inmaculada (PIME), llegamos a Guinea en 1980, tras la invitación de Monseñor Settimio Ferrazzetta, primer obispo de Bisáu. Actualmente, Guinea cuenta con dos diócesis: Bisáu y Bafatá. Como misioneras, estamos comprometidas en la pastoral catequética, en la formación de líderes de comunidades cristianas, en la promoción social a través de la educación, en la asistencia a madres de gemelos y a huérfanos, en la promoción de la mujer y en el acompañamiento de jóvenes y estudiantes.
Para daros una idea del lugar del que hablamos, conviene señalar que Guinea-Bisáu es un Estado de África Occidental que limita al norte con Senegal, al sur con Guinea Conakry y al oeste con el océano Atlántico. En cuanto a la religión, la mayoría de la población es musulmana, después están los practicantes de religiones tradicionales y, por último, los cristianos de distintas confesiones.

2. Mi primera invitación misionera en Guinea-Bisáu

Para hablar de alegría y esperanza en la misión entre los pueblos, comenzaré por una experiencia que viví poco después de mi llegada a Guinea.
Un día, como comunidad religiosa, debíamos participar en la reunión de programación del año pastoral en nuestro sector, y para llegar allí había que tomar una barca. Al desembarcar en la orilla, escuché la invitación de un muchacho: «Ven a comer». Al principio no sabía de dónde venía esa voz; me giré por curiosidad, también para comprender quién me estaba invitando realmente. Pensaba que no podía dirigirse a mí, pues era nueva, acababa de llegar y, salvo mis hermanas, nadie me conocía.
Sin embargo, el muchacho siguió llamándome, señalándome con el dedo y repitiendo que se dirigía precisamente a mí. Aunque soy africana y sé que compartir es algo natural, me sorprendió y me conmovió aquel gesto. Yo no conocía en absoluto a ese joven, ni él tampoco a mí. Una vez que entendí que hablaba conmigo, le agradecí con una sonrisa y rechacé amablemente su invitación.
¿Con qué me quedó de esta primera experiencia? Con un gesto cálido, una llamada vibrante a entrar en comunión con un pueblo que, aun sin conocerme, ya me estaba esperando. Un pueblo al que no le importaba si acababa de llegar, si era extranjera, mujer, o a qué religión pertenecía. Todo lo que me ofrecía era una sencilla invitación: «Ven…». Como si me llamaran a permanecer siempre con ellos para vivir la misión en plenitud, no como espectadora, sino plenamente inmersa entre ellos, enviada por Dios y, al mismo tiempo, acogida por ellos para formar parte de su vida y entrar en su mundo, haciéndolo también mío. Entonces, ¿cómo fue en lo concreto mi vida misionera en Guinea?

3. La colaboración con la Iglesia local

El primer paso en la misión, para mí como para todos los misioneros, es precisamente conocer y abrirse a lo nuevo: la realidad, las personas, las distintas culturas y tradiciones del pueblo al que hemos sido enviados.
Así, la invitación que recibí me hizo comprender de inmediato que la comunión significaba para mí trabajar para la Iglesia y con la Iglesia. En este sentido, diría que para nosotros, los nuevos misioneros, a diferencia de quienes nos precedieron, hoy la realidad es muy distinta: cuando llegamos a la misión encontramos ya una Iglesia local bastante estructurada y en funcionamiento. Por tanto, no venimos a comenzar desde cero la plantatio de la Iglesia en ese lugar concreto, sino a reforzar su presencia y darle un rostro más misionero.
Esto, sin embargo, exige la capacidad de situarse al lado de los demás: no por delante, como protagonistas heroicos, ni por detrás, como espectadores pasivos y críticos, sino hombro con hombro, mano a mano, trabajando juntos como un único cuerpo eclesial y como hijos e hijas de la misma Madre Iglesia. Para mí, esta ha sido la actitud de fondo que he intentado vivir en la misión.
La imagen que siempre me ha acompañado en mi vida misionera es la de Jesús que camina con los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35), que entra en diálogo con ellos teniendo en cuenta sus preocupaciones, les ayuda poco a poco a comprender los designios de Dios y desaparece en el momento en que sus ojos se abren al partir el pan. Por eso, para mí, trabajar con la Iglesia local es vivir en lo concreto este caminar juntos, que se traduce en la comunión de la fe, de la formación y de los dones recibidos del Señor, pero también en la riqueza de compartir la vida de nuestra Iglesia de origen en un intercambio enriquecedor.
Otra imagen que me guía e ilumina en la vida misionera es la de Jesús semilla y sembrador, tan querida por mi Instituto, que es la fuente de nuestro carisma. Este sembrador generoso e incansable, como decía una de nuestras fundadoras, la Madre Igilda, que sale y esparce la semilla en todas partes, sin distinción de lugares, constituye precisamente el impulso de mi acción misionera cotidiana.
En términos concretos, ¿cómo fue mi colaboración con la Iglesia local? En mis primeros años de misión en Guinea, el mayor reto que se me presentó fue la formación de formadores para la vida religiosa. La Conferencia de Superiores Mayores había identificado esta realidad como una prioridad absoluta a la que debían dedicarse fuerzas y energías.
Respondiendo a este llamamiento, ofrecí mi disponibilidad y, durante el primer año, trabajé junto a una hermana de la Consolata que ya estaba dedicada a este ámbito. Esta experiencia de trabajo compartido fue realmente una riqueza para mí, porque me permitió experimentar la belleza de contribuir a la formación de formadores para el bien de la Iglesia local, ofreciéndoles orientaciones a nivel psicoespiritual y pedagógico para que pudieran cumplir bien su misión, pero sobre todo compartiendo con ellos las alegrías y las dificultades de la formación en contextos donde los recursos humanos y académicos son muy limitados.
No obstante, en el segundo año me encontré sola, y la tarea era demasiado grande para mí. Como era necesario dar continuidad a esta labor, propusimos a los Superiores la creación de un grupo de formadores ya presentes en el lugar, como los del Seminario Mayor, e identificamos también a otros religiosos preparados en este ámbito que pudieran colaborar en esta misión. Y desde entonces, todavía hoy, este grupo sigue llevando adelante la labor formativa. Para mí, esto es motivo de alegría y esperanza, porque traduce de manera concreta el compromiso de la Iglesia con el cuidado y la formación de las vocaciones locales.

4. La promoción social

A través de la educación, es decir, de las Escuelas, buscamos ofrecer una enseñanza de buen nivel a todos los niños y adolescentes que asisten a nuestras estructuras. Puedo afirmar, sin exagerar, que las escuelas que mejor funcionan y que obtienen resultados excelentes son precisamente las cristianas, y de manera particular las católicas. También en Guinea hemos optado por un modelo de escuelas de autogestión, en el que participan como protagonistas el Estado, la aldea y nosotras. Así, las escuelas que gestionamos pertenecen prácticamente al Gobierno y siguen los programas estatales. De este modo, el día en que se nos llame a evangelizar en otro lugar, la escuela podrá continuar sin mayores dificultades.
Además de esto, damos prioridad a la formación humana y al apoyo económico para los jóvenes que realizan estudios universitarios y profesionales. Esta opción que hemos asumido como Misioneras de la Inmaculada, con el apoyo constante de los benefactores, a quienes siempre estamos agradecidas, tiene como objetivo ofrecer a los jóvenes la posibilidad de un futuro distinto, pero sobre todo fomentar en ellos el deseo de vivir y trabajar en su propio país.
Sostener a los jóvenes en su formación académica y profesional es una tarea exigente, y sin embargo nos ha dado muchas alegrías. De hecho, después de años de esfuerzo y sacrificio, vemos cómo han llegado a ser económicamente autónomos, trabajando como profesores, empleados en oficinas, bancos, hospitales, etc. Ellos mismos nos ayudan después en las gestiones burocráticas, repitiendo que sin nuestro apoyo nunca habrían conseguido esos empleos. Ciertamente no trabajamos buscando agradecimientos o reconocimientos, pero su alegría y su gratitud nos hacen comprender que ha valido la pena realizar esos sacrificios.
Y algo aún más hermoso es constatar que algunos de los jóvenes que hemos ayudado, a su vez, están pagando la escuela o la formación profesional de otros jóvenes, que no necesariamente pertenecen a sus familias. Para mí, esto es un signo fuerte de esperanza: ver cómo el bien se multiplica, haciéndonos crecer y alimentar la confianza en una juventud mejor.
Como subrayaba el Papa Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año: “Hoy, ante la urgencia de la misión de la esperanza, los discípulos de Cristo están llamados en primer lugar a formarse, para ser ‘artesanos’ de esperanza y restauradores de una humanidad con frecuencia distraída e infeliz”.

5. La misión de la escucha

En la misión, a menudo hay mucho que hacer, y más aún en los lugares donde el misionero o la misionera debe ocuparse prácticamente de todo. Siempre existe, por tanto, la urgencia -o incluso la tentación- de trabajar mucho y, en ocasiones, de manera frenética, porque las necesidades suelen ser mayores que nuestras fuerzas. Por ello, con frecuencia estamos muy ocupados y preocupados por las cosas que hay que hacer. Sin embargo, en medio de todo esto, la llamada que recibí de los jóvenes y de las mujeres era la de dedicarles tiempo para escucharles.
Como otros misioneros, al principio yo también veía que había demasiado trabajo práctico y que escuchar era un camino demasiado lento para alcanzar mis objetivos. Era más fácil hacer algo por los demás que dedicar tiempo a estar con ellos y descubrir qué era realmente lo mejor para ellos.
¿Qué me hizo cambiar de perspectiva? Simplemente, una mujer que un día me lanzó una pregunta crítica: «Vosotros, los misioneros, ¿por qué no nos dejáis expresar nuestra alegría?». Yo le pregunté: «¿Por qué dices eso?». Y ella me respondió que los misioneros lo hacían todo por ellos, pero que no se abrían a recibir lo que el pueblo quería ofrecerles como expresión de gratitud. Este breve diálogo me hizo comprender que solo en la escucha podía existir ese espacio de dar y recibir.
Cuando decidí dar prioridad a la escucha, esto transformó también mi perspectiva. Desde aquel momento entendí que la misión no consiste únicamente en dar o en hacer, sino también en recibir. Puedo decir, sin exagerar, que en la escucha de las personas he recibido mucho más de lo que he dado. A través de la escucha comprendí qué era lo que realmente necesitaba el pueblo: su propio bien, y no el bien que yo pensaba ofrecerles o, a veces, hacerlo en su lugar.
Aquí la imagen de María, la mujer de la escucha, me ayudó mucho en la misión: escuchar a las personas como María las habría escuchado; escuchar como María escuchaba a su hijo Jesús en todas las etapas de su vida. Escuchar para compartir la profundidad del corazón del otro, su tesoro más íntimo, experimentando la confianza en Dios. No temer descender a esa hondura, a esas aguas turbulentas donde Dios mismo está con nosotros, como dice el ángel a María: «No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios» (Lc 1,30). Esta es la certeza que tengo cada vez que alguien viene a buscarme para ser escuchado.
Un día, llegó a nuestra comunidad una anciana que pedía ayuda económica. Me senté a su lado y enseguida comenzó a compartir su vida con todas sus dificultades. Lo que me sorprendió fue que, cuando terminó de hablar, ya no pidió nada más. Únicamente me dijo: «Gracias por haberme escuchado». Por eso, para mí, los tiempos dedicados a la escucha que, siendo realistas, suelen ser largos y que a veces incluso nos parecen una pérdida de tiempo, son momentos en los que, a través del diálogo y de la relación interpersonal, nace la esperanza, la alegría de sentirse tomado en serio, valorado y escuchado.
El Papa Francisco, en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año, nos recordaba que: “Por medio de sus discípulos, enviados a todos los pueblos y acompañados místicamente por Él; también hoy sigue inclinándose ante cada persona pobre, afligida, desesperada y oprimida por el mal, para derramar sobre sus heridas ‘el aceite del consuelo y el vino de la esperanza’”.
Como misioneros, en la escucha experimentamos también nuestros límites para resolver ciertos problemas. Pero, al mismo tiempo, es ahí donde surge el deseo de encomendarlos a Dios, con la plena convicción de que, sin la oración, no podemos llevar adelante la misión de Cristo, y que es Él quien hace crecer su Reino dentro y fuera del corazón de las personas. Por eso, para mí, llevar a las personas escuchadas a Jesús en la Eucaristía es un momento muy fuerte, en el que siento que es Dios mismo quien actúa y que nosotros somos únicamente sus humildes colaboradores. Como decía una de nuestras fundadoras: “La vida misionera, para ser fecunda en el bien, debe modelarse sobre la vida eucarística de Jesús en el Sagrario”. (Madre Dones, Circular 14/6/1946).

6. La misión del anuncio y del testimonio

El anuncio, tal como lo viví en Guinea, se realizó a través de la catequesis, en la cual no se puede escapar al diálogo entre fe y cultura, entre fe y tradiciones locales. Y es precisamente en este diálogo donde emergen los valores humanos y espirituales que ayudan a los cristianos a estar enraizados en su fe sin renegar de su identidad cultural, viviendo fe y cultura en la armonía del corazón y de la mente. Sin embargo, es necesario tener siempre presente el trabajo de purificación y conversión, tanto por parte del misionero como por parte de quienes reciben el Evangelio por primera vez. Como afirma la Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, en el número 57: “El africano cree en Dios creador a partir de su vida y de su religión tradicional. Está, pues, abierto también a la plena y definitiva revelación de Dios en Jesucristo, Dios con nosotros, Verbo hecho carne. Jesús, Buena Nueva, es Dios que salva al africano (...) de la opresión y de la esclavitud”.
En este anuncio damos también gran importancia a la formación de los catequistas. Es algo fundamental porque, muchas veces, ellos llegan allí donde nosotros no podemos llegar; saben usar el lenguaje local para explicar las cosas de un modo sencillo. Por eso, como decía un día una de mis hermanas, formar bien a un catequista significa levantar una comunidad cristiana, y la comunidad a su vez se convierte en un lugar de formación y así crece la fe.

7. Sembradores de paz y justicia

Otro punto que deseo compartir con vosotros, y que para mí es fuente de alegría y de esperanza, es el compromiso de los pastores de la Iglesia en Guinea por la paz. En un país marcado por guerras y diversos golpes de Estado, toda la Iglesia es consciente de este don precioso y trabaja para conservarlo. “A África, apremiada en todas partes por gérmenes de odio y violencia, por conflictos y guerras, los evangelizadores deben proclamar la esperanza de la vida fundamentada en el misterio pascual”. (cf. Exhortación Apostólica postsinodal de san Juan Pablo II “Ecclesia in Africa”, nº 57)
Para responder, pues, a la necesidad de sembrar paz y esperanza, obispos, sacerdotes, religiosos y todos los cristianos se comprometen cada día a promover la comunión, el diálogo entre las personas y las comunidades, y la amistad entre todos. Como se suele decir en Guinea: somos todos hermanos. Y, de hecho, en la realidad, en Guinea musulmanes, practicantes de religiones tradicionales y cristianos viven juntos, y a veces incluso forman parte de la misma familia.
Son gestos sencillos, ciertamente, pero que ayudan a sembrar la paz y la concordia entre las personas, también a nivel sociopolítico, animando a cada uno a asumir sus propias responsabilidades por el bien común. Hoy, por tanto, la evangelización en África pasa por la reconciliación de los corazones, con el fin de construir una sociedad donde sea posible esperar vivir en la justicia y en la paz.
Como subraya la Exhortación Apostólica postsinodal de Benedicto XVI, Africae Munus, nº 174: “El rostro de la evangelización lleva hoy el nombre de reconciliación, «condición indispensable para instaurar en África relaciones de justicia entre los hombres y para construir una paz justa y duradera en el respeto de cada individuo y de cada pueblo”.

Conclusión

Para finalizar esta ponencia, quisiera dar las gracias a los organizadores, quienes me han dado la oportunidad de revivir con vosotros mi camino misionero en Guinea. Concluiré diciendo simplemente que para mí la misión es presencia: una presencia que, a veces, es discreta y silenciosa, pero que incide profundamente en la vida de las personas. Una presencia que, en ocasiones, necesita también de palabras para expresar y compartir aquello en lo que creemos; una presencia que se convierte en compañía, y una presencia que comparte las alegrías y las esperanzas del pueblo al que hemos sido enviados. Deseo a cada uno de nosotros ser esa presencia en nuestra vida cotidiana. El Papa Francisco, en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año, citando Gaudium et Spes 1, formuló este deseo: “Siguiendo a Cristo el Señor, los cristianos están llamados a transmitir la Buena Noticia compartiendo las condiciones de vida concretas de las personas que encuentran, siendo así portadores y constructores de esperanza. Porque, en efecto, «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón»”. Gracias a todos y todas por vuestra atención y vuestra escucha.
(Agencia Fides 29/10/2025)

* Vicaria general de las Misioneras de la Inmaculada, PIME

imipime.org


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