Por Samuele Massimi y Fabio Beretta
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Para hacer la paz «hace falta valor». Y también hace falta valor «para decir sí al encuentro y no a la confrontación; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez». El Papa Francisco ha hecho converger en su voz la de toda la Iglesia y a los pies del Crucifijo de San Damián, colocado para la ocasión en el centro del altar cubierto por el baldaquino de Bernini, ha vuelto a invocar el don de la paz junto a los padres sinodales que desde mañana, y hasta el 27 de octubre, celebrarán la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos.
Una celebración que arranca tras dos días de retiro mientras el mundo, especialmente Oriente Medio, sigue sacudido por la violencia y los conflictos en estas mismas horas.
Esa tercera guerra mundial en pedazos que el Pontífice ha denunciado en repetidas ocasiones, pidiendo que se silencien de una vez por todas las armas en todos los rincones del planeta, cobra ahora más fuerza en el Líbano, devastado en las últimas horas por una lluvia incesante de bombas y misiles que no sólo destruyen «edificios y carreteras», sino también «los lazos más íntimos que nos anclan a nuestros recuerdos, nuestras raíces y nuestras relaciones», como ha relatado la hermana Deema.
La religiosa forma parte de la comunidad monástica de al- Khalil (el amigo de Dios) fundada en 1991 en el monasterio siro-católico de San Moisés el Abisinio por el padre Paolo Dall'Oglio. Entre los antiguos mármoles de la basílica vaticana, la voz de la Hermana Deema, en algunos momentos interrumpida por la emoción, ha relatado cómo en Siria la guerra ha llevado a una creciente deshumanización del otro hasta el punto de justificar su asesinato: «Un amigo cristiano me dijo una vez: sabes, no tengo miedo a la muerte en sí, pero tengo miedo de que me mate un amigo musulmán». Frases que traen a la mente imágenes similares a las de las últimas semanas que nos llegan desde Líbano y más allá.
«Ante el mal y el sufrimiento inocente nos preguntamos: ¿dónde estás Señor?», ha dicho el Papa Francisco en la breve reflexión que ha seguido al acto penitencial. «Pero la pregunta -ha puntualizado- nos la tenemos que dirigir a nosotros, y debemos interrogarnos sobre la responsabilidad que tenemos cuando no logramos detener el mal con el bien».
«No podemos pretender resolver los conflictos -ha concluido- alimentando una violencia cada vez más atroz, redimirnos causando dolor, salvarnos con la muerte del otro. ¿Cómo podemos perseguir una felicidad pagada con el precio de la infelicidad de nuestros hermanos y hermanas? Y esto es para todos, laicos, laicas, consagrados y consagradas, para todos».
(Agencia Fides 1/10/2024)