Por Fabio Beretta
Bigene (Agencia Fides) - Malas carreteras, temperaturas tropicales, y entre los bosques pequeñas aldeas de cabañas rodeadas de campos cultivados con arroz, mango y cadjù. Este es el rincón del mundo donde vive y trabaja desde hace más de treinta años un grupo de religiosas misioneras, pertenecientes a la Congregación de las Hermanas Oblatas del Sagrado Corazón de Jesús, flanqueadas por algunos sacerdotes fidei donum de la archidiócesis de Foggia-Bovino.
Fue Settimio Ferrazzetta, el primer obispo de Guinea Bissau tras alcanzar la independencia, quien propuso a las Hermanas Oblatas iniciar una misión en virtud de su carisma, dedicada a colaborar con los sacerdotes en el servicio a las nuevas Iglesias particulares.
La misión nació en 1991 en Bigene, un pueblo situado al norte de Guinea Bissau, cerca de la frontera con Senegal, a 40 km de la ciudad de Farim y a 30 km de Ingorè. En la actualidad, el territorio de la misión comprende unas cincuenta aldeas repartidas en unos 300 kilómetros cuadrados. De ellos, sólo una veintena están habitados por cristianos. Los demás están habitados mayoritariamente por musulmanes o animistas.
«Los llamamos cristianos - dice a la Agencia Fides el padre Marco Camilletti, misionero fidei donum de la archidiócesis de Foggia-Bovino, que durante varios años ha desempeñado su ministerio precisamente en Bigene - pero muchos de ellos todavía no han recibido el bautismo. Sin embargo, participan en la catequesis, rezan, toman parte en la celebración eucarística».
Para recibir el bautismo, explica el sacerdote, «el camino dura siete años. Y durante este tiempo, cuando organizamos la catequesis, muchos dejan su trabajo en el campo durante el día para escucharnos. Siempre viene alguien, incluso en los momentos en que el trabajo es más ajetreado. Hay quien nos ayuda en la parroquia, o quien nos llama para rezar una oración cuando alguien muere, aunque la familia no sea católica...».
El camino hacia el bautismo es largo, pero el número de bautizados sigue creciendo. «Hace poco más de diez años - cuenta el P. Marco - en la parroquia de Bigene sólo había una familia casada por la iglesia. Comulgaban muy pocos, cuatro o cinco. Hoy podemos decir que muchos jóvenes, hijos de cristianos participan en la vida litúrgica y pastoral de la parroquia, aunque algunos de ellos no puedan recibir los sacramentos por ser polígamos».
Don Marco rememora lo que él llama una «megaceremonia» celebrada en 2014 el día de Pentecostés: «En la misma celebración tuvimos unos treinta bautizos, varias primeras comuniones y confirmaciones de jóvenes y adultos, además de cinco bodas. Éramos tantos que no había iglesias suficientemente grandes para contenernos. Así que los ritos de los distintos sacramentos se celebraron al aire libre, en el bosque, en un claro entre las palmeras».
En los últimos años, también han florecido algunas vocaciones en los pueblos de la parroquia: «En este momento -cuenta el P. Marco- hay una chica, Francisca, que se está formando con las religiosas. También hay un chico que ha entrado en una congregación de religiosos».
El ingreso en el seminario, señala el misionero, es complicado por el problema de la baja escolarización: «En los seminarios se exige un alto nivel de estudios, pero en Guinea Bissau no todo el mundo llega a la secundaria. A las familias les interesa que sus hijos sepan leer y escribir. Luego tienen que trabajar en el campo».
No obstante, hay muchas señales que sugieren que también se está viviendo un «tiempo de siembra» para las vocaciones sacerdotales y religiosas: «Son muchos los chicos y chicas que emprenden un camino de formación. Pocos lo continúan, muchos lo abandonan porque se dan cuenta de que no es para ellos. También ha surgido un grupo en torno a un centro vocacional dedicado a los adolescentes. Es el inicio del camino».
La labor apostólica que llevan a cabo los misioneros no parece apoyarse en medios sofisticados ni en estrategias planificadas. «Personalmente -dice el P. Marco-, nunca he ido por ahí anunciando cursos de catequesis en pueblos donde nadie sabe de qué se trata. Suelen ser los propios aldeanos los que vienen a llamarnos cuando alguno de ellos oye hablar de nuestro trabajo y nuestras oraciones. Hacen un simple razonamiento. Piensan: 'Ellos ayudan a todo el mundo, también nos ayudarán a nosotros'». Luego todo sucede según la dinámica misteriosa y sorprendente con la que actúa la gracia: «Con el tiempo, alguien se va, alguien se queda. Y alguien pide ser bautizado».
Para presentar la persona de Jesús a los pueblos africanos del siglo XXI, comenta el padre Camilletti, «partimos de cero, de a-b-c: la señal de la cruz. Ese es el punto de partida». «Luego están los relatos evangélicos que llegan con el tiempo, lentamente, junto con los del Antiguo Testamento. Son historias sencillas que muchos de ellos ya conocen en cierto sentido». El P. Marco pone el ejemplo de la Creación: «Si les cuento que Dios creó el mundo, lo entienden porque todo el mundo lo reconoce, incluso los animistas. La novedad es Jesús, que trae la salvación».
La novedad cristiana se propone adaptándose a las prácticas y valores de la cultura local: «No suprimimos su cultura», subraya el misionero, «sino que tomamos elementos y ejemplos de ella para comunicar el Evangelio, de modo que sea comprendido y acogido. Por ejemplo, cuando emprenden un viaje vierten agua o vino en una roca y recitan una oración a sus antepasados que dice así: 'Concédeme viajar bien y volver sano y salvo'. Un poco como nosotros que, cuando nos ponemos en camino, nos encomendamos a Santa María del Camino». Por eso «es bueno conocer primero muy bien su cultura. Vivimos en una sociedad agrícola, ellos llevan una vida muy sencilla. Pero su cultura es muy rica y ofrece muchas perspectivas y buenas oportunidades para proclamar y dar testimonio de la Buena Nueva de Jesús en nuestras vidas».
(Agencia Fides 27/7/2024)