La Santa Sede ha reconocido el martirio del obispo de Orán, Pierre Claverie, y de sus 18 compañeros, -sacerdotes, religiosos y religiosas-, asesinados entre 1994 y 1996 en Argelia. Una búsqueda en los archivos de la Agencia Fides revela el valioso patrimonio de su experiencia de fe
El Santo Padre autorizó el 26 de enero la publicación del decreto que reconoce el martirio del obispo de Orán, Pierre Claverie, y de 18 compañeros. Se calcula que unas doscientas mil personas murieron en esos años de crisis y gran tensión social, que comenzó en 1992 con la cancelación de las elecciones ganadas, en la primera ronda, por el Fis (Frente Islámico de Salvación). El terrorismo islamista también fijó como objetivo a los extranjeros y a la pequeña comunidad católica, integrada en gran parte por misioneros europeos, pero “la intolerancia religiosa no tiene nada que ver con eso”, aseguró en varias ocasiones el obispo Henry Teissier, entonces arzobispo de Argel. “La ola de violencia que afecta a Argelia tiene su origen en una lucha por el poder. Lo más grave es que los círculos que intentan tomar el poder esgrimen argumentos religiosos para legitimar su violencia” (Agencia Fides, 8/8/94).
“Caminando con el pueblo argelino nos encontramos en la cumbre de una crisis cuyo final se hace esperar - escribían los obispos argelinos en su mensaje del 2 de enero de 1994 a propósito de la grave situación -. No podemos saber qué nos depara el futuro. Debemos ayudarnos unos a otros a vivir esto ... Cada uno, de vez en cuando, debe poder contar con la ayuda de sus hermanos y hermanas más cercanos. En estos tiempos de incertidumbre, continuad haciendo vuestro trabajo concienzudamente, sabiendo establecer, junto a los muchos amigos argelinos, cimientos firmes para el futuro. Queremos agradecer a Dios esta serenidad y tenacidad en medio de dificultades cotidianas, a veces angustiosas”.
Todos los misioneros que fueron asesinados eran conscientes de los riesgos que corrían, y estaban al tanto de las peticiones de sus respectivos gobiernos nacionales, así como de las congregaciones religiosas a las que pertenecían y de los pastores locales de la Iglesia, pero siempre habían respondido, -incluso algunos días antes de su muerte-, que se quedarían en el país que amaban, con las personas que amaban, que formaban parte de la misión que el Señor les había confiado (...)