Yangon (Agencia Fides) – «El terremoto ha exacerbado las lágrimas y las heridas de nuestro pueblo. Miles de personas no tienen comida ni agua potable. El miedo les obliga a dormir en la calle, bajo el sol abrasador y en noches de calor implacable. La población se encuentra en un estado de postración física y psicológica», declara a la Agencia Fides el cardenal Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon y presidente de la Conferencia Episcopal de Myanmar, mientras el país continúa haciendo frente a las secuelas del devastador seísmo que el 28 de marzo sacudió el centro-norte del territorio.
«Existe una necesidad urgente de alimentos, agua, refugio y medicinas para miles de heridos», advierte el purpurado. Pero también se necesitan apoyo moral y espiritual: «El pueblo que sufre necesita sentir el calor de otros seres humanos que compartan su dolor, su llanto, y que se preocupen por ellos. Vivimos en una nación traumatizada y herida, que no quiere rendirse a la desesperación y lucha por seguir adelante».
«La región central de Myanmar -informa el arzobispo de Yangon - está completamente devastada. Casi el 20% de nuestra población está en la calle, aún aterrada y traumatizada por lo que los geólogos describen como el mayor terremoto del siglo. Ya se han contabilizado más de 3.000 muertos, y la cifra sigue aumentando. Muchas víctimas siguen atrapadas bajo los escombros, mientras continúan las labores de recuperación de cadáveres. Es una tragedia desgarradora, las lágrimas no cesan».
La comunidad católica de Myanmar, que representa unas 700.000 personas en un país de mayoría budista con 51 millones de habitantes, llora junto al resto de la población la pérdida de cientos de familias. La Iglesia también ha sufrido daños materiales: iglesias, seminarios, institutos y estructuras pastorales han colapsado o quedado gravemente dañados. «Muchas iglesias y casas religiosas han quedado destruidas, especialmente en la diócesis de Mandalay», precisa el cardenal Bo. «Ya marcada por la guerra, esta zona verá cómo muchos edificios tendrán que ser demolidos y reconstruidos. Pero más urgente que levantar nuevos muros es reconstruir la comunidad cristiana con las “piedras vivas” del pueblo de Dios. Este proceso requerirá tiempo, paciencia y la guía del Espíritu Santo, que es quien edifica la Iglesia».
En este contexto de dolor, el cardenal elogia la entrega de sacerdotes, religiosos y catequistas que, desde hace cuatro años, han soportado diversas formas de violencia. «Muchos de ellos están desplazados –señala-. Tenemos cuatro obispos fuera de sus diócesis (Banmaw, Loikaw, Pekhon, Lashio), alejados de sus catedrales y residencias episcopales debido al conflicto. Nuestra Iglesia está en pleno éxodo, enfrentando enormes desafíos con valentía y confianza en Dios. Me alegra constatar que sacerdotes, religiosos, religiosas y agentes pastorales se mantienen fieles al lado de nuestro pueblo en este tiempo de dura prueba. Están dedicados al servicio y son portadores de misericordia y esperanza».
La gran esperanza de Myanmar, hoy más que nunca, es el fin de la violencia que desangra al país. «Fuimos los primeros en pedir un alto el fuego, una demanda aún más urgente ahora para permitir la llegada de ayuda humanitaria», recuerda el cardenal. «Hasta el momento, ese llamamiento no ha sido atendido. Pero ha llegado el momento de silenciar las armas, llevar alimentos, medicinas, y atender a la gente. Permítanme recordar que, tras el ciclón Nargis en 2008, el país inició el camino hacia la democracia. Hoy también, el terremoto puede abrir el camino para mostrar que la paz es nuestro destino común. Es el único rumbo que debemos seguir, de todo corazón y con todas nuestras fuerzas, por el bien de todos».
En medio del sufrimiento, el pueblo siente el aliento del Papa Francisco. «Desde su visita a Myanmar en 2017 -concluye el cardenal Bo-, el Papa parece haberse enamorado de nuestro pueblo. Siempre ha seguido de cerca la crisis en Myanmar y ha rezado por nosotros en numerosas ocasiones. En un gesto profundamente conmovedor, tras su reciente enfermedad, su primer pensamiento ha sido para Myanmar: nos ha enviado sus mejores deseos y su oración, que para nosotros es un bálsamo de consuelo».
(PA) (Agencia Fides 4/4/2025)