VATICANO - El Papa a los embajadores: es necesaria una «diplomacia de la esperanza» para superar la lógica del enfrentamiento

jueves, 9 enero 2025

Vatican Media

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Ser «heraldos» de una «diplomacia de la esperanza» que dé a todas las naciones del planeta la posibilidad de «superar la lógica del enfrentamiento» y «abrazar» la del «encuentro», concretizando así los principios del Jubileo. Este es el deseo que el Papa Francisco dirige al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede durante el habitual encuentro de saludos de inicio de año, celebrado en el Aula de la Bendición.

Actualmente, 184 Estados mantienen relaciones diplomáticas plenas con la Santa Sede. A ellos hay que añadir la Unión Europea y la Soberana Orden Militar de Malta. Las misiones diplomáticas acreditadas ante la Santa Sede con sede en Roma son 90, entre ellas las de la Unión Europea y la Soberana Orden Militar de Malta. También tienen sede en Roma las Oficinas acreditadas ante la Santa Sede de la Liga de Estados Árabes, la Organización Internacional para las Migraciones y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

El Pontífice, que ha llegado en silla de ruedas y acompañado por el Cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, por el Secretario para las Relaciones con los Estados, Arzobispo Gallagher, y por varios funcionarios de la Secretaría de Estado, ha tejido su discurso siguiendo el hilo conductor del Jubileo de la Esperanza, recordando que el sentido mismo del Jubileo es «hacer una pausa» en el «frenesí que caracteriza cada vez más la vida cotidiana, para reponer fuerzas y nutrirse de lo que es realmente esencial». Es decir, «redescubrirnos hijos de Dios y, en Él, hermanos, perdonar las ofensas, sostener a los débiles y a los pobres, dejar descansar la tierra, practicar la justicia y renovar la esperanza. A ello están llamados todos los que sirven al bien común y ejercitan esa alta forma de caridad que es la política».

Debido a un resfriado, el Obispo de Roma ha cedido la lectura del largo discurso a Mons. Filippo Ciampanelli, Subsecretario del Dicasterio para las Iglesias Orientales.

Entre los temas iniciales del discurso figura una breve recapitulación de las acciones diplomáticas de la Santa Sede: desde los más de treinta Jefes de Estado recibidos en el Vaticano por el Pontífice hasta los numerosos viajes realizados por el Papa, sin olvidar los acuerdos con algunos países, entre ellos el del 22 de octubre firmado entre la Santa Sede y la República Popular China con el que se decidió prorrogar por otros cuatro años la validez del Acuerdo Provisional sobre el nombramiento de Obispos, firmado el 22 de septiembre de 2018 y ya renovado el 22 de octubre de 2020 y el 22 de octubre de 2022, «signo de la voluntad de proseguir un diálogo respetuoso y constructivo en vista del bien de la Iglesia católica en ese país y de todo el pueblo chino».

Diálogo con todos, incluso con «los se consideran más incómodos».

En cambio, mirando al nuevo año, «el mundo se encuentra azotado por numerosos conflictos, pequeños y grandes, más o menos conocidos, y también por la persistencia de execrables actos de terror». Al mismo tiempo, recuerda el Papa, «en numerosos países hay contextos sociales y políticos cada vez más exacerbados por contraposiciones crecientes». Y esto «se ve agravado por la creación y difusión continua de noticias falsas, que no sólo distorsionan la realidad de los hechos, sino que terminan por distorsionar las conciencias, suscitando falsas percepciones de la realidad y generando un clima de sospecha que fomenta el odio, perjudica la seguridad de las personas y compromete la convivencia civil y la estabilidad de naciones enteras. Trágicas ejemplificaciones de ello son los atentados sufridos por el Presidente del Gobierno de la República Eslovaca y el Presidente electo de los Estados Unidos de América».

Un clima que el Obispo de Roma define «de inseguridad» que «impulsa a erigir nuevas barreras y a trazar nuevas fronteras, mientras otros, como el que desde hace más de cincuenta años divide la isla de Chipre y el que hace más de setenta divide en dos la península coreana, permanecen firmemente en pie, separando familias y partiendo casas y ciudades». Y esto es realmente paradójico: el término “confín” indica «no un lugar que separa, sino que une, que “está contiguo con otro punto o lugar” (cum-finis), donde se puede encontrar al otro, conocerlo y dialogar con él».

El otro deseo del Papa para este Jubileo es que todos, «cristianos y no cristianos», encuentren en el Año Santo «una ocasión para repensar también las relaciones que nos unen, como seres humanos y comunidades políticas». Al fin y al cabo, «frente a la amenaza cada vez mayor de una guerra mundial, la vocación de la diplomacia es aquella de favorecer el diálogo con todos, incluidos los interlocutores que se consideran más “incómodos” o que no se estiman legítimos para negociar. Este es el único camino para romper las cadenas de odio y venganza que aprisionan y para desactivar las bombas del egoísmo, del orgullo y de la soberbia humana, que son la razón de toda voluntad beligerante que destruye».

Los políticos al servicio del bien común.

A partir de estas reflexiones, el Papa destaca « responsabilidades que todo líder político debería tener presente» en el cumplimiento de su servicio a la construcción del bien común en un tiempo minado por la «miseria»: «Nunca como en esta época la humanidad ha experimentado el progreso, el desarrollo y la riqueza, y quizá nunca como hoy se ha encontrado sola y perdida, prefiriendo con frecuencia tener animales domésticos en vez de hijos».

Y aunque «el ser humano está dotado de una innata sed de verdad», «en nuestro tiempo la negación de verdades evidentes parece tomar la delantera. Algunos desconfían de las argumentaciones racionales, consideradas instrumentos en las manos de algún poder oculto, mientras otros creen poseer de manera unívoca la verdad que se han construido a sí mismos, eximiéndose así del debate y del diálogo con quienes piensan diferente. Unos y otros tienen la tendencia a crearse su propia “verdad”, ignorando la objetividad de lo verdadero. Estas tendencias pueden ser incrementadas por los modernos medios de comunicación y la inteligencia artificial, usados abusivamente como medios de manipulación de la conciencia con fines económicos, políticos e ideológicos».

Desde esta perspectiva, la «diplomacia de la esperanza es, antes que nada, una diplomacia de la verdad. Allí donde falta el vínculo entre realidad, verdad y conocimiento, la humanidad deja de ser capaz de hablarse y de comprenderse, ya que le faltan los fundamentos de un lenguaje común».

«El objetivo del lenguaje es la comunicación, que sólo tiene éxito si las palabras son precisas y el significado de los términos es generalmente aceptado». Por este motivo, advierte el Pontífice, «resulta particularmente preocupante el intento de instrumentalizar los documentos multilaterales -cambiando el significado de los términos o reinterpretando unilateralmente el contenido de los tratados sobre los derechos humanos- para llevar adelante ideologías que dividen, que pisotean los valores y la fe de los pueblos».

«Se trata, en efecto, de una verdadera colonización ideológica que, según programas planificados en un escritorio, intenta erradicar las tradiciones, la historia y los vínculos religiosos de los pueblos… En ese contexto, es inaceptable, por ejemplo, hablar de un presunto “derecho al aborto” que contradice los derechos humanos, en particular el derecho a la vida. Toda la vida debe protegerse, en cada momento, desde su concepción hasta la muerte natural, porque ningún niño es un error o es culpable por existir, así como ningún anciano o enfermo puede ser privado de esperanza o ser descartado», subraya el Obispo de Roma.

Recuperar el «espíritu de Helsinki».

Para el Papa, «es más urgente que nunca recuperar el “espíritu de Helsinki” (la referencia es a la Declaración de Helsinki de 1975, ed.), con el que los estados enfrentados y considerados “enemigos” lograron crear un espacio de encuentro y no abandonaron el diálogo como instrumento para resolver los conflictos».

Hablando de guerras, el pensamiento del Pontífice se dirige primero a Ucrania y luego a Oriente Medio: «Mi deseo para este 2025 es que toda la comunidad internacional se esfuerce ante todo en poner fin a la guerra que desde hace casi tres años baña de sangre la afligida Ucrania y que ha causado un enorme número de víctimas, incluso muchos civiles. Algunos signos alentadores se vislumbran en el horizonte, pero se necesita todavía mucho trabajo para poner en pie las condiciones de una paz justa y duradera, y para sanar las heridas infringidas por la agresión. Del mismo modo renuevo mi llamada a un alto el fuego y a la liberación de los rehenes israelís en Gaza, donde hay una situación humanitaria gravísima e innoble, y pido que la población palestina reciba todas las ayudas necesarias. Mi deseo es que israelíes y palestinos puedan reconstruir los puentes de diálogo y de confianza recíproca, a partir de los más pequeños, para que las generaciones venideras logren convivir, en paz y seguridad, en ambos estados y Jerusalén sea la “ciudad del encuentro”, donde convivan en armonía y respeto cristianos, judíos y musulmanes».

A continuación, el Obispo de Roma vuelve a centrar la atención en el comercio de armas «cada vez más sofisticado y destructivo», que alimenta estas guerras en las que cada vez hay más civiles e infraestructuras no bélicas se ven implicadas. Y pide a la comunidad internacional que vele por que se respete siempre el derecho internacional humanitario: «Si nos olvidamos de lo que está al origen, es decir, los fundamentos de nuestra misma existencia, de la sacralidad de la vida, de los principios que mueven el mundo, ¿cómo podemos pensar que este derecho sea eficaz?».

Las «formas delicadas» de persecución.

Como en el Urbi et Orbi de Navidad, el Papa enumera a continuación todos los demás conflictos que desgarran el planeta, empezando por África: Sudán, Sahel, Cuerno de África, Mozambique, República Democrática del Congo. Y después Myanmar, Haití, Venezuela, Bolivia, Colombia y Nicaragua, «donde la Santa Sede, que está siempre dispuesta a un diálogo respetuoso y constructivo, sigue con preocupación las medidas adoptadas con respecto a personas e instituciones de la Iglesia y hace votos para que a todos sean garantizados adecuadamente la libertad religiosa y los demás derechos fundamentales».

Efectivamente, no hay verdadera paz si no viene garantizada también la libertad religiosa, que implica el respeto a la conciencia de los individuos y a la posibilidad de manifestar públicamente la propia fe y pertenencia a una comunidad. En este sentido, son muy preocupantes las crecientes expresiones de antisemitismo, que condeno firmemente y que afectan a un número cada vez mayor de comunidades hebreas en el mundo», subraya el Pontífice.

Seguidamente añade: «No puedo callar ante las numerosas persecuciones contra varias comunidades cristianas, frecuentemente perpetradas por grupos terroristas, especialmente en África y Asia, ni tampoco ante las formas más “delicadas” de limitación de la libertad religiosa que se observan a veces inclusive en Europa, donde aumentan las normas legales y las prácticas administrativas que “limitan o anulan en la práctica los derechos que las Constituciones reconocen formalmente a cada creyente y a los grupos religiosos”». Por el contrario, reitera, «la libertad religiosa constituye “una conquista de progreso político y jurídico”, ya que, “cuando se reconoce la libertad religiosa, la dignidad de la persona humana se respeta en su raíz, y se refuerzan el ethos y las instituciones de los pueblos”».

De hecho, los cristianos «pueden y quieren contribuir activamente a la edificación de las sociedades en las que viven. Incluso allí donde no son mayoría en la sociedad, ellos son ciudadanos de pleno derecho, especialmente en aquellas tierras en las que habitan desde tiempos inmemoriales». El Papa se refiere a Siria, « que después de años de guerra y devastación, parece que está recorriendo un camino de estabilización. Espero que la integridad territorial, la unidad del pueblo sirio y las necesarias reformas constitucionales no se vean comprometidas por nadie, y que la comunidad internacional ayude a Siria a ser una tierra de convivencia pacífica donde todos los sirios, incluida su componente cristiana, puedan sentirse plenamente ciudadanos y participar al bien común de esta querida nación».

«Del mismo modo pienso en el amado Líbano, deseando que el país, con la ayuda determinante de la componente cristiana, pueda tener la necesaria estabilidad institucional para afrontar la grave situación económica y social, reconstruir el sur del país golpeado por la guerra e implementar plenamente la constitución y el Acuerdo de Taif. Que todos los libaneses trabajen para que el rostro del país de los cedros no sea jamás desfigurado por la división, sino resplandezca siempre por el “vivir juntos” y que el Líbano permanezca como un país-mensaje de coexistencia y de paz», añade el Obispo de Roma, quien para concluir pide no permanecer indiferentes ante el drama de las «múltiples formas de esclavitud» de nuestro tiempo, empezando por «la forma poco reconocida pero muy practicada de esclavitud que afecta al trabajo», o «la horrible esclavitud de las toxicomanías, que afecta especialmente a los jóvenes». Sin embargo, «entre las otras esclavitudes de nuestro tiempo, una de las más terribles es aquella practicada por los traficantes de seres humanos». Vinculado a este último tema está el de las migraciones, «todavía cubiertas por una nube oscura de desconfianza, en vez de ser consideradas una fuente de crecimiento».

Para terminar, el Papa hace un nuevo llamamiento, ya lanzado en la Bula de Indicación del Jubileo y repetidamente subrayado en los últimos días, sobre la condonación de la deuda externa y la conmutación de las penas de los presos.
(F.B.) (Agencia Fides 9/1/2025)


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