Niamey (Agencia Fides) - "No hay tráfico en la ciudad porque estamos celebrando el final del mes sagrado del Islam, el Ramadán, nombre del noveno mes del calendario musulmán que significa 'calor ardiente'", escribe a la Agencia Fides el padre Mauro Armanino, misionero de la Sociedad de Misiones Africanas (SMA) de Niamey, capital de Níger.
“Nada podría ser más cierto dado que estos días las temperaturas rondan los 42 y 43 grados a la sombra cuando la hay y se esperan 44 grados en la capital. Aid el Fitr significa que el ayuno ha terminado y que, tras la oración y la profesión de fe, comienza la fiesta, que en algunas partes dura tres días. Le siguen la limosna a los pobres, los saludos cordiales a los hermanos de fe, los regalos y el vestido de fiesta. Durante el mes de Ramadán, se reparten alimentos a los pobres en las mezquitas tras la oración de la tarde. Varios emigrantes sin hogar, desplazados internos y necesitados aprovechan esta particular forma de solidaridad ritual. Son los mejores representantes, sin quizá saberlo ni quererlo, de esas mencionadas ‘identidades de arena’. Habiendo abandonado su país de origen porque a menudo habían sido abandonados por él, adoptan otras y múltiples identidades de emigrantes. Luego se les define como irregulares o, en el pasado, simplemente clandestinos, porque no quieren confiar a los ‘documentos impresos’ su ‘identidad de arena’ común a la nuestra”.
Hay miles de emigrantes - escribe el padre Armanino - enterrados bajo la arena, en Níger, en la frontera con Argelia. Pero también en otros lugares se han instalado en las oficinas de la Organización Internacional para las Migraciones y en las numerosas estaciones de autobuses. “Éstas les ofrecen alojamiento para unos días y los servicios mínimos de agua e higiene, a condición de que se hagan lo más invisibles posible. Y así es como, poco a poco, nuestra identidad se va moldeando con las situaciones, los interlocutores y las imprevisibles estaciones de la vida. La arena, como la identidad, no es más que polvo. Desde aquí, la Europa soñada por muchos emigrantes parece más cercana y más lejana al mismo tiempo, como un espejismo que, a medida que se acerca, se aleja cada vez más. Un gigante con pies de barro que lucha por mantenerse en pie. Incapaz de ofrecer cualquier apariencia de identidad que no sea el rostro envejecido de muros, controles y medidas coercitivas que reducen todo a números y estadísticas. Lo que ocurre en este lado del mundo con los migrantes no son más que ‘efectos colaterales’ de las políticas europeas de gestión de los movimientos migratorios. Seguir pagando a guardacostas tunecinos, libios o marroquíes sólo hace que el mar sea aún más mortífero. Las fronteras, los campos de detención y las razones para emigrar se externalizan a otros lugares”.
(M.A.) (Agencia Fides 24/4/2023)