Ciudad del Vaticano (Agencia Fides)- “Después Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía. Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: ¡Sálvanos, Señor, nos hundimos! Él les respondió: ¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?. Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma. Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: ¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mt 8, 23-27).
La tormenta calmada es uno de los más impresionantes milagros de Jesús. Tal vez lo que lo hace especial es el hecho que todos podemos identificarnos con la situación descrita por los Sinópticos. Reflexionemos juntos: ¿nosotros cristianos no percibimos la existencia terrena como una larga travesía hacia la eternidad, cual barca que navega en el mar del tiempo, en medio a pruebas que con frecuencia son inesperadas y nos dan miedo? Si creemos verdaderamente el hecho que Jesús está en nuestra misma barca, no nos debería infundir una serenidad inalterable, una convicción firme que, como dice San Pablo “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio.” (Rm 8, 28)?
¡Cuántas enseñanzas se pueden sacar del evento de la tormenta calmada! Toda prueba en la vida, sobre todo aquellas que se “elevan” improvisadamente como olas del mar, es para el cristiano ocasión para “reposar” en el Corazón de Jesús. Es estupendo escuchar las reflexiones que hacen los niños sobre los pasajes evangélicos. Estos pueden dar respuestas con profundidad teológica, haciendo de profesores para los grandes.
Un niño de nueve años, de una escuela primaria de Ostia (Roma), comentó delante de todos sus compañeros de clase el episodio ya mencionado: “los apóstoles, ciertamente, tenían mucho miedo, pero esto sucedió porque no hicieron como hizo Jesús. Jesús dormía, porque reposaba en el corazón del Padre. Ellos en cambio no reposaban en el corazón de Jesús. Es por ello que se asustaron; pero pobres apóstoles, ¿cómo podían reposar en el corazón de Jesús si aún no Lo conocían?”.
Frente a un comentario de este tipo, no se puede sino exclamar: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mt 11, 25). En efecto, la razón de fondo del miedo de los apóstoles, que el Evangelio nos revela, es la poca fe de estos; pero ¿por qué tenían tan poca fe? Porque aún estaban lejos del verdadero conocimiento de los planes de Jesús: “¿Quién es este a quien vientos y mar obedecen?”. ¡Aquel pequeño niño lo había comprendido por una intuición del Espíritu Santo!
También nosotros confiamos poco en Jesús porque no lo conocemos lo suficiente. Si lo conociésemos mejor, entonces la fe sería más sólida, porque se fundaría en un conocimiento vivo de la misteriosa presencia de Jesús en nuestra vida. San Pedro destaca la importancia de este conocimiento: “Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud” (2Pe 1, 3).
El conocimiento y el amor exigen atención y tiempo dedicados al Señor. Cuando nos dejamos distraer por las cosas, por las creaturas y los avenimientos, cuando solo en apariencia hemos decidido seguir a Jesús porque estamos aún anclados en el puerto de nuestras seguridades humanas y de nuestras ilusiones, entonces basta la nada para hacernos vacilar en nuestra débil fe.
La fe, en cambio, para ser auténtica, debe enraizarse en un profundo conocimiento de Cristo; no basta haber escuchado de Él ni hablar de Él, la fe debe ser vivida día a día. Para vivirla verdaderamente es necesario profundizarla sin detenerse. Cuántos santos como don Bosco, Ignacio de Loyola han afirmado justamente esto: la importancia de la meditación cotidiana de los misterios de Jesús. Ciertamente, retornando al episodio narrado en el Evangelio, se podrían pensar que para los apóstoles no fue un mal el despertar a Jesús para que calmara la tormenta. Pero debemos más bien fijarnos en las palabras de Jesús más que a la oración llena de miedo: “¿Por qué tenéis miedo hombres de poca fe?”
Son palabras actuales para nosotros. Tienen el poder, si son asimilados en la fe, de eliminar todo miedo que llega a nuestros corazones frente a lo desconocido, al imprevisto, a lo indomable … a todo aquello que parece “inundarnos” y “hundirnos”.
Incluso si Jesús “duerme”, su Presencia cambia radicalmente nuestra vida si creemos. La misma prueba, soportada en la fe en Jesús, incluso si permanece en el tiempo, no lleva al creyente a la inquietud ni a la desesperación, sino que lo purifica y santifica: “Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo.” (1Pe 1, 7).
En el Tabernáculo, Jesús esta como Uno que duerme, pero Su Omnipotencia no se duerme nunca y suscita en el corazón de quien la adora olas de amor y paz que contrastan y calman todas las olas del mal. Adorando al Señor Jesús, como la Virgen María, el cristiano experimenta que Él, incluso “durmiendo”, gobierna el mundo y nuestro corazón. (Agencia Fides 26/11/2008; 63 líneas, 948 palabras)