VATICANO - Benedicto XVI en la Santa Misa en sufragio por los Cardenales y Obispos difuntos: “Frente a la muerte pierde interés todo motivo de orgullo humano y resalta en cambio lo que vale en serio. Todo acaba, todos en este mundo estamos de paso. Solo Dios tiene vida en sí mismo, es la vida”

martes, 4 noviembre 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "Al día siguiente de la Conmemoración litúrgica de todos los fieles difuntos, nos hemos reunido hoy, según una hermosa tradición, para celebrar el Sacrificio eucarístico en sufragio de nuestros hermanos cardenales y obispos que han abandonado este mundo durante el último año". Con estas palabras el Santo Padre Benedicto XVI ha iniciado la homilía durante la Concelebración Eucarística que ha presidido el lunes 3 de noviembre en el altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana, en sufragio de los Cardenales y los Obispos difuntos. El Papa ha citado los nombres de los 10 Cardenal difuntos (Stephen Fumio Hamao, Alfons Maria Stickler, Aloisio Lorscheider, Peter Porekuu Dery, Adolfo Antonio Suárez Rivera, Ernesto Corripio Ahumada, Alfonso López Trujillo, Bernardin Gantin, Antonio Innocenti y Antonio José Gonzáles Zumárraga) y también ha recordado a los Arzobispos y Obispos que han pasado de este mundo a la Casa del Padre, invitando a rezar por todo ellos.
Comentando la Palabra de Dios proclamada, el Papa ha subrayado que "si el Señor llama a sí a un justo antes del tiempo, es porque sobre él tiene un diseño de predilección que nosotros no conocemos". También en el Evangelio aflora el contraste " entre lo que aparece a la mirada superficial de los hombres y lo que en cambio ven los ojos de Dios. El mundo considera afortunado a quien vive muchos años, pero Dios, más que a la edad, mira la rectitud del corazón. El mundo da crédito a los "sabios" y a los "doctos", mientras Dios prefiere a los "pequeños". La enseñanza general que se deriva de ella es que hay dos dimensiones de la realidad: una más profunda, verdadera y eterna, la otra marcada por la finitud, por la provisionalidad y la apariencia". Sin embargo estas dos dimensiones no están en una simple sucesión temporal, ya que la vida verdadera, la vida eterna, ha explicado Benedicto XVI, inicia ya en este mundo, aún en la precariedad de los hechos de la historia, en cuanto que "la vida eterna inicia en la medida en que nosotros nos abrimos al misterio de Dios y lo acogemos entre nosotros".
"Dios es la verdadera sabiduría que no envejece - ha continuado el Santo Padre -, es la riqueza auténtica que no se marchita, es la felicidad a que aspira en profundidad el corazón de todo hombre. Esta verdad, que atraviesa los Libros sapienciales y vuelve a surgir en el Nuevo Testamento, encuentra cumplimiento en la existencia y en la enseñanza de Jesús. En la perspectiva de la sabiduría evangélica, la misma muerte es portadora de un saludable amaestramiento, porque obliga a mirar a la cara la realidad, empuja a reconocer la caducidad de lo que parece grande y fuerte a los ojos del mundo. Frente a la muerte pierde interés todo motivo de orgullo humano y resalta en cambio lo que vale en serio. Todo acaba, todos en este mundo estamos de paso. Solo Dios tiene vida en sí mismo, es la vida. La nuestra es una vida participada, dada "ab alio", por eso un hombre puede llegar a la vida eterna solo a causa de la relación particular que el Creador le ha dado consigo. Pero Dios, viendo el alejamiento del hombre de sí, ha dado un paso más, ha creado una nueva relación entre él y nosotros de la que habla la segunda lectura de la Liturgia de hoy. Él, Cristo, "ha dado su vida por nosotros". Siguiendo el ejemplo de Dios que nos ha amado gratuitamente, también nosotros podemos, y por tanto debemos dejarnos llevar por este movimiento oblativo, y hacer de nosotros mismos un don gratuito para los demás. De esta forma conocemos a Dios como Él nos conoce; de esta forma moramos en Él como Él ha querido morar en nosotros, y pasamos de la muerte a la vida como Jesucristo”.
Por medio de su Palabra, el Señor nos asegura que los Cardenales y los Obispos difuntos “han pasado de la muerte a la vida porque han elegido a Cristo, han acogido su yugo suave y se han consagrado al servicio de los hermanos". Por último el Papa ha exhortado a levantar la oración " al Padre de toda bondad y misericordia para que, por intercesión de María Santísima, el encuentro con el fuego de su amor purifique pronto a nuestros amigos difuntos de toda imperfección y los transforme para alabanza de su gloria. Y oremos para que nosotros, peregrinos en la tierra, mantengamos siempre orientados los ojos y el corazón hacia la meta última que anhelamos, la Casa del Padre, el Cielo”. (S.L) (Agencia Fides 4/11/2008)


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