VATICANO - Papa Benedicto XVI en Sydney (2) - “Nuestro corazón y nuestra mente anhelan una visión de la vida donde reine el amor, donde se compartan los dones, donde se construya la unidad, donde la libertad tenga su propio significado en la verdad, y donde la identidad se encuentre en una comunión respetuosa”

jueves, 17 julio 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – En la tarde del jueves 17 de julio, el Santo Padre Benedicto XVI llegó al muelle de Rose Bay donde fue acogido con danzas y cantos tradicionales por parte de los jefes ancianos de la población aborigen de Australia. Luego el Papa se embarcó en la nave “Sydney 2000” para trasladarse al muelle de Barangaroo para la fiesta de acogida de los jóvenes. Aquí un grupo de jóvenes aborígenes australianos y un grupo de jóvenes del área del Pacífico entonaron algunos cantos indígenas y el "Tu es Petrus". Después del saludo del Arzobispo de Sydney, Card. George Pell, y del Presidente de la Conferencia Episcopal australiana, Su Exc. Mons. Philip Edward Wilson, el Santo Padre pronunció el primer discurso dirigido a los jóvenes.
“Cualquiera que sea el País del que venimos – dijo el Papa –, por fin estamos aquí, en Sydney. Y estamos juntos en este mundo nuestro como familia de Dios, como discípulos de Cristo, alentados por su Espíritu para ser testigos de su amor y su verdad ante los demás”. El Santo Padre agradeció a los Ancianos de los Aborígenes por su bienvenida y dijo que estaba “profundamente conmovido” sabiendo de los sufrimientos y de las injusticias perpetradas sobre esta tierra, “pero consciente también de la reparación y de la esperanza que se están produciendo ahora”.
“Veo ante mí una imagen vibrante de la Iglesia universal – afirmó Benedicto XVI –. La variedad de Naciones y culturas de las que provenís demuestra que verdaderamente la Buena Nueva de Cristo es para todos y cada uno; ella ha llegado a los confines de la tierra. Sin embargo, también sé que muchos de vosotros estáis aún en busca de una patria espiritual. Algunos, siempre bienvenidos entre nosotros, no sois católicos o cristianos. Otros, tal vez, os movéis en los aledaños de la vida de la parroquia y de la Iglesia. A vosotros deseo ofrecer mi llamamiento: acercaos al abrazo amoroso de Cristo; reconoced a la Iglesia como vuestra casa. Nadie está obligado a quedarse fuera, puesto que desde el día de Pentecostés la Iglesia es una y universal”. Un pensamiento particular lo dirigió el Papa a los enfermos, a los discapacitados psíquicos, a los jóvenes en prisión, a los que sufren al margen de nuestras sociedades y a aquellos que por cualquier razón se sienten ajenos a la Iglesia. “A ellos les digo: Jesús está cerca de ti. Siente su abrazo que cura, su compasión, su misericordia”.
Luego el Papa recordó el acontecimiento de Pentecostés como es narrado en los Hechos de los Apóstoles: “En aquel momento extraordinario, que señaló el nacimiento de la Iglesia, la confusión y el miedo que habían agarrotado a los discípulos de Cristo, se transformaron en una vigorosa convicción y en la toma de conciencia de un objetivo. Se sintieron impulsados a hablar de su encuentro con Jesús resucitado, que ahora llamaban afectuosamente el Señor... Desde entonces, hombres y mujeres se han puesto en camino para proclamar el mismo hecho, testimoniando el amor y la verdad de Cristo, y contribuyendo a la misión de la Iglesia”.
El Santo Padre invitó asimismo a pensar en aquellos pioneros – sacerdotes, religiosas y hermanos – que legaron a Australia de diversas partes del mundo, “La mayor parte de ellos eran jóvenes, algunos incluso con apenas veinte años... Sus vidas fueron un testimonio cristiano, sin intereses egoístas. Se convirtieron en humildes pero tenaces constructores de gran parte de la herencia social y espiritual que todavía hoy es portadora de bondad, compasión y orientación a estas Naciones. Y fueron capaces de inspirar a otra generación”. Benedicto XVI citó a la beata Mary MacKillop y al beato Peter To Rot, invitando a los jóvenes a mirar asimismo a sus abuelos y a sus padres, “los primeros maestros en la fe”.
Durante el vuelo que lo llevó a Australia, el Papa confió haber apreciado en modo particular la “magnífica” vista de nuestro planeta: “El relampagueo del Mediterráneo, la magnificencia del desierto norteafricano, la exuberante selva de Asia, la inmensidad del océano Pacífico, el horizonte sobre el que surge y se pone el sol, el majestuoso esplendor de la belleza natural de Australia... Inmersos en tanta belleza, ¿cómo no hacerse eco de las palabras del Salmista que alaba al Creador: «!Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8,2)? Pero hay más, algo difícil de ver desde lo alto de los cielos: hombres y mujeres creados nada menos que a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). En el centro de la maravilla de la creación estamos nosotros, vosotros y yo, la familia humana”
Benedicto XVI se detuvo asimismo sobre las “heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la deforestación, el derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar un consumismo insaciable”. Y hablando del hombre, vértice de la creación de Dios, el Papa subrayó que “vemos cada día los logros del ingenio humano... La cualidad y la satisfacción de la vida de la gente crece constantemente de muchas maneras”. Sin embargo no sólo el ambiente natural, sino también el ambiente social “tiene sus cicatrices, heridas que indican que algo no está en su sitio”. Entre éstas el abuso del alcohol y de las drogas, la exaltación de la violencia y el degrado sexual, “presentados a menudo en la televisión e Internet como una diversión”, el relativismo que lleva a separar las experiencias de toda consideración de aquello que es bueno o verdadero.
“Queridos amigos, la vida no está gobernada por el azar, no es casual – exclamó el Santo Padre –. Vuestra existencia personal ha sido querida por Dios, bendecida por él y con un objetivo que se le ha dado... No os dejéis engañar por los que ven en vosotros simplemente consumidores en un mercado de posibilidades indiferenciadas, donde la elección en sí misma se convierte en bien, la novedad se hace pasar como belleza y la experiencia subjetiva suplanta a la verdad. Cristo ofrece más. Es más, ofrece todo. Sólo él, que es la Verdad, puede ser la Vía y, por tanto, también la Vida. Así, la «vía» que los Apóstoles llevaron hasta los confines de la tierra es la vida en Cristo. Es la vida de la Iglesia. Y el ingreso en esta vida, en el camino cristiano, es el Bautismo”.
En la parte conclusiva de su discurso el Papa se dedicó al Bautismo, recordando que este sacramento “es una gracia, es obra de Dios”, e invitó a los jóvenes a recordar, “en casa, en la escuela, en la universidad, en los lugares de trabajo y diversión” que son “criaturas nuevas”. “Cómo cristianos, estáis en este mundo sabiendo que Dios tiene un rostro humano, Jesucristo, el ‘camino’ que colma todo anhelo humano y la ‘vida’ de la que estamos llamados a dar testimonio, caminando siempre iluminados por su luz”.
El Santo Padre reconoció también que “la tarea del testigo no es fácil” y que hoy muchos pretenden “que a Dios se le debe “dejar en el banquillo”, y que la religión y la fe, aunque convenientes para los individuos, han de ser excluidas de la vida pública, o consideradas sólo para obtener limitados objetivos pragmáticos”. Esta visión secularizada busca “plasmar la sociedad con pocas o ninguna referencia al Creador... Si Dios es irrelevante en la vida pública, la sociedad podrá plasmarse según una perspectiva carente de Dios, y el debate y la política sobre el bien común serán conducidos más a la luz de las consecuencias que de los principios radicados en la verdad”. La experiencia enseña que “el alejamiento del designio de Dios creador provoca un desorden que tiene repercusiones inevitables sobre el resto de la creación” y sobre el mismo ambiente social.
“La creación de Dios es única y es buena – afirmó el Papa –. La preocupación por la no violencia, el desarrollo sostenible, la justicia y la paz, el cuidado de nuestro entorno, son de vital importancia para la humanidad. Pero todo esto no se puede comprender prescindiendo de una profunda reflexión sobre la dignidad innata de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, una dignidad otorgada por Dios mismo y, por tanto, inviolable. Nuestro mundo está cansado de la codicia, de la explotación y de la división, del tedio de falsos ídolos y respuestas parciales, y de la pesadumbre de falsas promesas. Nuestro corazón y nuestra mente anhelan una visión de la vida donde reine el amor, donde se compartan los dones, donde se construya la unidad, donde la libertad tenga su propio significado en la verdad, y donde la identidad se encuentre en una comunión respetuosa. Esta es obra del Espíritu Santo. Ésta es la esperanza que ofrece el Evangelio de Jesucristo. Habéis sido recreados en el Bautismo y fortalecidos con los dones del Espíritu en la Confirmación precisamente para dar testimonio de esta realidad. Que sea éste el mensaje que vosotros llevéis al mundo desde Sydney”. (S.L.) (Agenzia Fides 17/7/2008; líneas 91 palabras 1484)


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