Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El Adviento es un tiempo lleno de ternura divina, inconcebible amor de un Dios que se enternece tanto por Sus criaturas hasta hacerse Niño en el seno de una Mujer, la Virgen Maria. En este período fuerte de la liturgia, todo nos habla del indecible amor del Creador por todo el género humano redimido con Su venida y que contemplamos precisamente en el Adviento.
Dante, en aquella gran obra maestra que es la Divina Comedia, describe el augusto misterio de la Encarnación del Hijo de Dios que se realiza en Maria, usando expresiones poéticas insuperables, puestas en boca de San Bernardo, quien dice: "Virgen Madre, hija de tu hijo, humilde y alta más que ninguna criatura, término fijo de eterno consejo, tú eres aquella que la humana naturaleza ennobleció, que su Factor no desdeñó de hacerse su factura. En tu vientre se enciende el amor" (Paraíso canto XXXIII).
Durante estas semanas de espera de la Navidad, la Iglesia nos hace recorrer las páginas del antiguo y del Nuevo Testamento que hablan de la llegada del Mesías y de sus inconfundibles signos mesiánicos. Descubrimos, asombrados, paso tras paso, la ternura divina que envuelve los acontecimientos salvadores. Esta ternura se extiende sobre todas las criaturas de buena voluntad que, son reanimadas con esta misma misericordia infinita, y resucitan de sus tinieblas a la irresistible luz del amor de un Dios que se hace uno de nosotros.
¿Qué sería el mundo sin el Adviento? Lo podemos decir: ¡el mundo sería una nada sin la encarnación del Verbo! ¡La venida de Dios en el tiempo y en la historia conquista el corazón y rescata la vida! ¡Sin este misterio inefable de Su venida resbalaríamos hacia la nada!
En el fondo del corazón de toda persona está, potencialmente, toda la capacidad para salir al encuentro del Señor que viene gracias a Su Madre. En los abismos interiores de la criatura, precisamente por se imagen y semejanza con el Creador, corre una energía invisible e impalpable, que la mantiene con vida, que la anima y le da la fuerza de soñar con el bien duradero, de desear la reciprocidad del amor, de buscar la verdad.... El anhelo de vida verdadera y de auténtica libertad tiene necesidad de encontrar la ternura del Dios Niño que se ofrece, entre los brazos de la Inmaculada Concepción, a toda alma deseosa del bien. No sirven muchas palabras para entender este misterio; se necesita un corazón capaz de escuchar en lo profundo de si a Aquel que lo ha creado: ¡se necesita la oración!
El corazón de todo hombre está marcado por un profundo anhelo "de felicidad", pero para realizarse se necesita reciprocidad: el deseo de felicidad debe encontrarse con la Felicidad, el anhelo de eternidad debe encontrarse con lo Eterno, el afán de amor sin límites debe encontrarse con el Amor Infinito. Por este Dios viene, ya que si no viniera el hombre quedaría sólo sin ninguna posibilidad de cumplimiento.
La Virgen Maria está allí, entre el corazón del hombre y el Corazón de Dios que viene. Esta Madre une dos puntos separados por una infinita distancia; en este Corazón Inmaculado la distancia se anula y "el totalmente Otro" es concebido: ¡el Dios Niño encuentra al hombre!
La Virgen de la ternura no tiene otro deseo que atraernos al Corazón del Hijo, que le ha dado la plenitud de gracia: "en ti misericordia, en ti piedad, en ti magnificencia, en ti se reúne aunque en criatura es de bondad" (Dante).
A lo largo de estas semanas de Adviento busquemos con confianza la cercanía de este Corazón Inmaculado, y digamos también nosotros con confianza de hijos: "O Señora, que tienes un corazón compasivo y de gran ternura, cura los males, las heridas... para que te glorifiquemos como conviene" (Teofanie Grapto, Canon Paracletito a la Madre de Dios: Parakletikè, oda IX) (Agencia Fides 6/12/2006 - Líneas: 46 Palabras: 659)