VATICANO - El arzobispo Nwachukwu a los nuevos obispos: pertenecer a la “tribu de Cristo” libera a la Iglesia del tribalismo y el etnocentrismo

sábado, 6 septiembre 2025 obispos   tribalismo   dicasterio para la evangelización  

Photo KNA

Por Gianni Valente

Roma (Agencia Fides) – «El tribalismo y el etnocentrismo no han perdonado a la Iglesia. Al contrario, muchas veces han penetrado y herido al Cuerpo de Cristo». «Y cuando la identidad cultural, étnica o de casta se coloca por encima del nuevo nacimiento en el bautismo, la fe y la unidad del Pueblo de Dios se ven amenazadas.

Con palabras claras y realistas, el arzobispo nigeriano Fortunatus Nwachukwu ha descrito un problema «cuya persistencia no se puede negar» y «cuya gravedad no se debe minimizar».

En su intervención del viernes 5 de septiembre en el Curso de formación para obispos de reciente nombramiento, el secretario del Dicasterio para la Evangelización ha expuesto cómo las llagas del tribalismo y el etnocentrismo afectan a muchas Iglesias locales llegando incluso a influir
en los procesos de nombramiento de obispos y en la distribución de los diferentes cargos en las comunidades eclesiales. El prelado ha citado casos recientes en los que obispos designados para dirigir diócesis han sido rechazados por parte del clero y de las autoridades civiles locales al no pertenecer a los grupos étnicos o tribales dominantes de la región. También ha recordado las divisiones que persisten en los seminarios entre candidatos al sacerdocio provenientes de distintas castas o grupos étnicos.


El “síndrome del hijo de la tierra”.

El arzobispo Nwachukwu ha definido el problema como el síndrome del “hijo de la tierra”: la obstinada convicción de que la dirección y la gestión de los cargos eclesiásticos deben permanecer en manos de un clan concreto: el de los “hijos” de una determinada tierra, etnia o grupo social.


Una cuestión de fe.

El tribalismo y el etnocentrismo, cuando se infiltran en las dinámicas eclesiales, deben ser combatidos no por motivos de prestigio o por obedecer a criterios «políticamente correctos». El secretario del Dicasterio Misionero, como biblista ha documentado cómo estos fenómenos perniciosos se oponen a toda la historia de la Salvación, desde el admirable don de la Creación hasta el misterio aún más admirable de la Redención inaugurada con la Encarnación de Cristo. Se trata de un «desafío teológico que socava el poder reconciliador de la Cruz y la unidad del Espíritu».

En la Creación, Dios mismo «se complace en la riqueza de la diversidad», como «un artista que compone un mosaico con muchos colores en lugar de un solo tono». Las diferentes especies mencionadas en el Libro del Génesis «pueden compararse analógicamente con nuestras diferentes tribus y etnias, castas y llamadas razas». La diversidad, según el designio del Creador, es belleza, como se manifiesta en la diferencia entre el hombre y la mujer, «distintos pero igualmente creados a imagen de Dios».

Solo cuando la humanidad se apartó de Dios, cuando «desvió su atención de Él y, por así decirlo, comenzó a hacerse “selfies”, descubrió su propia desnudez». Fue tras el Pecado Original cuando la diferencia se convirtió en motivo y pretexto de división, enfrentamiento y violencia.


Referencias instrumentales a la “inculturación”.

La insidia del tribalismo y el etnocentrismo infiltrados en la Iglesia -ha advertido el arzobispo Fortunatus- también se manifiesta en los intentos de justificar estos fenómenos apelando a la necesidad, reconocida por todos, de adaptar la presencia eclesial y el anuncio del Evangelio a las culturas y situaciones locales.

En realidad - ha precisado Nwachukwu-, la llamada inculturación «es un don cuando atrae a las culturas hacia Cristo, purificándolas y elevándolas». Sin embargo, se vuelve estéril cuando las culturas se repliegan sobre sí mismas, favoreciendo la división en lugar de la comunión.

El mismo Cristo, en el misterio de la Encarnación - ha proseguido el arzobispo -, abrazó una lengua, una tierra y una tradición particulares. Pero, con su venida, «dio a todos los que creen en Él el poder de convertirse en hijos de Dios». Así, introdujo en el mundo una «filiación diferente, que no viene de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios», como proclama el Evangelio según san Juan.

De ahí la tarea de los obispos – ha añadido el arzobis Nwachukwu dirigiéndose a los nuevos sucesores de los apóstoles: «Guiar a su pueblo para que su cultura no se encierre en sí misma, sino que se abra al encuentro transformador con Cristo».

La inculturación degenera en etnocentrismo cuando se reduce a una estrategia humana, desligada del misterio de la Encarnación. Ya los apóstoles reconocieron y enseñaron que ninguna cultura ni pertenencia étnica puede monopolizar el Evangelio ni apropiarse de la Iglesia.

El etnocentrismo -ha reiterado el arzobispo nigeriano- aparece cuando la cultura se trata se absolutiza y la pertenencia que prevalece no es la que brota del bautismo, sino la de la tribu, el grupo étnico o la casta. En ese contexto, incluso los nombramientos episcopales, el ejercicio de la autoridad y la vida comunitaria entera se ven condicionados por la lógica tribal y no por el Evangelio.


Una “Nueva Tribù”

En Cristo –ha recordado el arzobispo Fortunatus- la pertenencia ya no está determinada por la tribu, la casta o la descendencia, sino por el bautismo, que «nos inserta en esta nueva comunidad, en esta nueva “tribu” de Cristo». Una tribu singular, que no está unida por la sangre o por la afiliación al clan, sino «por el Espíritu que nos hace un solo Cuerpo». En ella, ya no hay «extranjeros ni huéspedes», sino únicamente «conciudadanos de los santos y familiares de Dios», como afirma san Pablo en la Carta a los Efesios.

La Iglesia –ha subrayado el arzobispo nigeriano-, por su naturaleza y por su origen, «no es una institución tribal ni de castas, sino el Cuerpo de Cristo». Los oficios eclesiásticos no son herencias tribales, sino dones encomendados para realizar un servicio.

El secretario del Dicasterio Misionero ha citado el documento Apostolorum Successores, promulgado por la Congregación para los Obispos en 2004, que recuerda a los prelados su deber de actuar por el bien de las almas, guiados no por sentimientos o pertenencias locales, sino por criterios sobrenaturales. Porque, como ha concluido Nwachukwu, «la viña del Señor pertenece solo al Señor».


Algunos antídotos.

La autoridad en la Iglesia –ha recordado el arzobispo Nwachukwu- debe ejercerse al servicio de la pertenencia común a Cristo. Por eso, «cuando la autoridad degenera en tribalismo, etnocentrismo, espíritu de casta o racismo, repite el error de Babel y rompe la comunión». Si, por el contrario, quienes ejercen la autoridad en la Iglesia reconocen las diferencias, incluso las étnicas, como un don, entonces el episcopado se convierte en un ministerio de armonía, asegurando que ninguna cultura, grupo étnico o casta domine los nombramientos eclesiásticos.

El secretario del Dicasterio Misionero ha presentado para concluir algunas orientaciones concretas para combatir las lacras del tribalismo y el etnocentrismo en la Iglesia:
En primer lugar, los nombramientos episcopales y las responsabilidades pastorales deben basarse en la fidelidad al Evangelio y nunca en la pertenencia étnica, de casta o racial.

En segundo lugar, quienes ejercen funciones de autoridad en la estructura eclesial deben actuar de manera equitativa, sin favoritismos hacia personas y grupos. Deben involucrar, en la medida de lo posible, a los diferentes componentes heterogéneos de la comunidad local en las decisiones y en la distribución de los cargos.

Los obispos – ha dicho como tercera sugerencia práctica a los pastores recién nombrados- deben reprender y combatir, incluso públicamente, a quienes fomentan y explotan los sentimientos tribales, raciales y de casta. Por último, la Iglesia debe promover un diálogo sincero y una auténtica reconciliación, capaces de sanar las heridas provocadas por el tribalismo y el etnocentrismo.
(Agencia Fides 6/9/2025)


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