Ayunar para pedir el don de la paz

viernes, 22 agosto 2025

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Para implorar de Dios el don de “una paz desarmada y desarmante” que sane nuestro planeta, herido por las guerras en Tierra Santa, Ucrania y muchas otras regiones del mundo, el Papa León XIV ha convocado una jornada de oración y ayuno (ver Fides 20/8/2025). El Papa Francisco también había retomado esta iniciativa en los últimos años: orar y ayunar para alcanzar la paz.
Para comprender mejor el valor de los gestos propuestos por los Papas, puede ser útil releer algunas reflexiones contenidas en la Nota Pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana, “El sentido cristiano del ayuno”. Este documento, aunque data de 1994, es un útil recordatorio.

De la Biblia a los Padres de la Iglesia

Las raíces de la práctica cristiana del ayuno se remontan, como sugiere el texto de la CEI, a la Biblia. Moisés y Elías se prepararon para su encuentro con Dios absteniéndose de comer, y el pueblo de Israel lo practicaba en momentos de crisis para pedir perdón o invocar ayuda. Pero es Jesús quien le da un nuevo significado al ayuno ya que sus cuarenta días de ayuno en el desierto no son una prueba de resistencia, sino una señal de confianza total en el Padre. Cristo no impone reglas rígidas a sus discípulos, sino que los invita a vivir el ayuno no como un mero gesto externo. Lo presenta como un acto de amor oculto, hecho “en secreto” para Dios. Para el cristiano, por lo tanto, “la abstinencia no surge del rechazo de ciertos alimentos como si fueran malos, sino que abraza la enseñanza de Jesús, para quien no existen alimentos prohibidos ni observancias de simple pureza legal: ‘Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre’ (Mc 7,15)”. La doctrina y la práctica del ayuno y la abstinencia, continúa el documento de la CEI, “adoptaron una forma más definida en los círculos monásticos del siglo IV, tanto con el énfasis habitual en la frugalidad como con la privación de alimentos en ciertos momentos del año litúrgico. Durante el mismo período, bajo la influencia de las costumbres monásticas, las comunidades eclesiales desarrollaron formas concretas de práctica penitencial”.

“La antigua práctica del ayuno consiste normalmente en consumir una sola comida al día, después de las vísperas, seguida generalmente de una reunión vespertina para escuchar la palabra de Dios y orar juntos. Con el paso de los siglos, se ha extendido la costumbre de que todo lo que los cristianos ahorran mediante el ayuno se done a los pobres y enfermos. ‘¡Qué religioso sería el ayuno si lo que gastas en tu banquete se destinara a los pobres!’, exhorta san Ambrosio; y san Agustín se hace también eco: ‘Demos en limosna lo que recibimos del ayuno y la abstinencia’. Así, la abstinencia de alimentos siempre se combina con la escucha y la meditación de la palabra de Dios, con la oración y con el amor generoso hacia los necesitados”.

El mismo concepto se repite en el Concilio Vaticano II y en la Constitución Apostólica “Paenitemini” de Pablo VI, del 17 de febrero de 1966. Subraya específicamente el valor de la penitencia como actitud interior, como “un acto religioso personal, cuyo fin es el amor y el abandono al Señor: ayunar para Dios, no para uno mismo. La autenticidad de cualquier forma de penitencia depende de este valor fundamental”. Los cristianos, por lo tanto, no se abstienen de ciertos alimentos porque sean “malos”, sino para liberarse del exceso y lo superfluo. El objetivo es siempre crecer en la libertad interior, en la capacidad de elegir y en la entrega de uno mismo a los demás.
El ayuno y los signos de los tiempos

En la sociedad actual, el ayuno y la abstinencia corren el riesgo de parecer anacrónicos, a pesar de que el ayuno se practica a menudo en círculos seculares como forma de protesta o por motivos de salud. Esto sin mencionar las nuevas tradiciones religiosas que proponen otras formas de abstinencia alimentaria.

Por eso, la Iglesia nos invita a redescubrir la singularidad del ayuno cristiano, porque no es un acto que sea un fin en sí mismo, sino parte de un camino de fe acompañado de oración y un compromiso con la justicia y la solidaridad. En un mundo marcado por el despilfarro y una marcada desigualdad, renunciar a algo también se convierte en una postura contra la indiferencia: no ayunamos solo por nosotros mismos, sino para recordar que otros carecen de lo necesario.

Cuándo y cómo ayunar

La tradición cristiana ha identificado ciertos momentos específicos para el ayuno como el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, los días de ayuno por excelencia, junto con la abstinencia de carne. Cabe recordar también que todos los viernes del año son días de penitencia, aunque la abstinencia puede adoptar diversas formas que van desde la oración hasta un acto de caridad, desde un compromiso comunitario hasta un acto personal de sobriedad.

El ayuno en esos días es obligatorio para todos los católicos bautizados de entre 18 y 60 años, y la abstinencia de carne para los mayores de 14 años. En la época actual, la Iglesia enseña que la abstinencia no se limita solo a la comida. Se puede ayunar de la televisión o del móvil, así como evitar gastos innecesarios.

Ayuno y solidaridad

Existe una estrecha conexión entre el ayuno y la caridad. Los primeros cristianos insistían en que las recompensas económicas del sacrificio no se deben guardar para uno mismo, sino darse a los necesitados. Esto puede experimentarse individualmente o en comunidad. Algunas parroquias, por ejemplo, recolectan ofrendas precisamente en los días de ayuno, donándolas a familias necesitadas, ancianos que viven solos o víctimas de guerras o desastres. Desde esta perspectiva, la privación se convierte en riqueza compartida. El ayuno cristiano, continúa el documento, “debe convertirse en un signo concreto de comunión con quienes padecen hambre y en una forma de compartir y ayudar a quienes se esfuerzan por construir una vida social más justa y humana [...]. La Iglesia se siente llamada a revivir y proponer de nuevo, en el espíritu del Evangelio de la caridad, la práctica de la penitencia como signo concreto e incentivo para asumir la responsabilidad ante las situaciones de necesidad y para ayudar a las personas, familias y comunidades a afrontar los problemas cotidianos de la vida. Así, los ayunos que acompañan a ciertos eventos públicos, como asambleas de oración y marchas solidarias, pueden animar a las personas y familias, pero también a las comunidades e instituciones, a encontrar recursos para ponerlos a disposición de organizaciones dedicadas a la asistencia y promoción social. De esta manera, es posible implementar iniciativas de ayuda para los más pobres, como servicios de primeros auxilios o apoyo domiciliario a personas mayores, y al mismo tiempo sensibilizar a las comunidades a las exigencias de la paz, haciéndolas acogedoras y solidarias con las víctimas de la violencia y la guerra”.

“Con la práctica penitencial del ayuno y la abstinencia”, concluye la Nota de la CEI, “la Iglesia acoge y vive la invitación de Jesús a sus discípulos a abandonarse con confianza a la Providencia de Dios, sin preocuparse por la comida [...]. Cristo quiere que su Iglesia sea la guardiana vigilante y fiel del don de la salvación: lo proclama en la confesión de fe, lo comunica mediante la celebración de los sacramentos y lo manifiesta con el testimonio de su vida. Los cristianos pueden y deben aportar una contribución única y decisiva, no solo a la edificación del Cuerpo de Cristo, sino también al bienestar espiritual y social de la comunidad humana. Esta contribución la ofrece también su estilo de vida sobrio y a veces austero. Así se convierten en constructores de una sociedad más acogedora y solidaria, y fomentan en la historia esa ‘civilización del amor’ que tiene su origen en la verdad proclamada por el Concilio con las palabras: ‘El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene’ (Gaudium et Spes, 35)”.
(F.B.) (Agencia Fides 22/8/2025)


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