Por Fabio Beretta
Roma (Agencia Fides) – “Hay alguien que te ama antes de que puedas merecerlo.” Desobedeciendo las órdenes del legado pontificio, don Giovanni Merlini, en sus homilías, no condenaba ni atacaba a nadie. Ni siquiera a los bandidos y brigantes que alteraban con sus fechorías el orden y la paz interna del Estado Pontificio. Según él, la represión violenta no era el camino adecuado para resolver los problemas en las tierras del centro de Italia, que habían visto la invasión de las tropas napoleónicas francesas. Y sus palabras penetraban como una bala incluso en los corazones de los criminales empedernidos que sembraban el terror entre los campos. Así sucedió que algunos bandidos, a través de don Giovanni, escribieron al Papa una carta solicitando el perdón.
A dos siglos exactos de la redacción de esa carta, fechada en 1825, don Giovanni Merlini, misionero de la Preciosisima Sangre, es proclamado beato. El lugar de su beatificación no es Spoleto (Italia), su ciudad natal, ni Albano, el centro habitado de los Castelli Romani donde don Merlini vivió. Sino la Catedral de Roma, el Laterano. Él, misionero en las tierras del Estado Pontificio, acusado en varias ocasiones de ser cómplice de los bandidos y de desobedecer a la misma Iglesia que servía, es elevado a los honores de los altares en la Catedral del Obispo de Roma. Él, que fue también consejero de un Papa, el beato Pío IX.
Y su santidad radica precisamente en su manera de vivir en el mundo. Una manera de vivir que, don Valerio Volpi, director de la Oficina de Pastoral Juvenil y Vocacional de la Provincia Italiana de la Congregación de los Misioneros de la Preciosa Sangre, coautor de la última biografía de don Merlini, define en una conversación con la Agencia Fides, como “de una libertad interior desconcertante”.
“En una Iglesia que a veces persigue el éxito pastoral, que se pregunta: 'Si la gente no viene, estamos fracasando nosotros', el ejemplo de don Giovanni es iluminador. Confiaba en que Dios haría el resto, que donde él no llegaba, llegaría Dios”, añade don Valerio, recordando las palabras que el beato Merlini dirigía a su hija espiritual, Maria de Mattias, hoy santa: “Usted se preocupa de muchas cosas, yo solo me preocupo de la voluntad de Dios. Recuerde siempre que nosotros somos canales, no fuentes”.
La fuente de su obra “está toda en esto. Y esta libertad de acción lo llevó a emprender grandes proyectos, a veces descabellados, como decirle al Papa, que en ese momento había abandonado Roma a causa del levantamiento de 1848: 'Santidad, si quiere volver a Roma, extienda la fiesta de la Preciosa Sangre a toda la Iglesia universal. Si lo hace, tendrá la posibilidad de regresar a Roma antes de la fiesta’ (en esa época la fecha fijada era el 1 de julio, ed.). Pío IX no hizo un voto, sino una simple promesa”, cuenta don Valerio. Y efectivamente, el 30 de junio, en vísperas de la fiesta de la Preciosa Sangre, tuvo lugar la batalla que, de facto, sancionó el fin de la República Romana. El 10 de agosto de 1849, fiel a la promesa hecha en Gaeta, Pío IX promulgó la bula Redempti sumus, con la que la fiesta de la Preciosa Sangre se extendió a toda la Iglesia, fijándola para el primer domingo de julio (hoy se ha fusionado con la solemnidad del Corpus Christi, ed.).
Don Merlini, continúa el “biógrafo”, actuaba así porque “estaba convencido de que esa era la voluntad de Dios. Si Dios lo quería, tendría los medios y las maneras para realizar su voluntad”. Esta forma de proceder conquistó también a Pío IX.
La reputación de don Merlini como director espiritual le precedía. Como todas las iniciativas que emprendió en su misión de “transmitir el amor de Dios a las tierras de los Estados Pontificios, donde grandes franjas de la población”, cuenta el P. Valerio. “No necesitaban conocer a Jesús por su nombre. Todos sabían quién era y lo que había hecho. Lo que les faltaba era experimentar que ese Jesús les amaba tanto que había dado la vida por cada uno de ellos. Aunque fueran bandidos, o miserables”.
Y Merlini fue escuchado por esa gente porque, como señala el P. Volpi, “utilizó el diálogo. Junto con San Gaspar del Búfalo inició la construcción de varias casas de misión en los territorios de los Estados Pontificios. San Gaspar eligió a don Merlini porque era muy práctico y porque era arquitecto. Y muchas de estas casas se construyeron fuera de las zonas edificadas para facilitar el encuentro y el diálogo con los brigantes. Don Merlini hablaba con ellos y los bandidos le escuchaban. A menudo, por las tardes, cuando todos volvían a los asentamientos de trabajar en el campo, ofrecía agua a todos, indiscriminadamente. Nunca llevaba escolta armada”.
Y fue precisamente esta manera suya la que impulsó a Pío IX a quererlo como consejero. Pero el Papa, para escucharle, no le hacía acudir a Roma: “Era el Pontífice quien iba a Albano para hablar con don Giovanni. No pocas veces ocurría que el Papa llegaba mientras él estaba en el gallinero dando de comer a los animales. Tareas que en la congregación no correspondían ciertamente a un miembro de alto rango”, explica don Valerio a la Agencia Fides. Merlini, de hecho, fue elegido tercer Moderador General de la Congregación de la Preciosa Sangre en 1847, cargo que ocupó hasta su muerte. Con él al timón, la Congregación fundada por San Gaspar del Búfalo tomó el aspecto estructural que conocemos hoy.
Merlini, misionero en tierras del Papa, es también el primer beato del Jubileo 2025, dedicado al tema de la esperanza. Éste, concluye el P. Valerio Volpi, “también es un gran mensaje. Como cristianos a veces nos damos un poco por descontados, mientras que el don Giovanni nos dice que no debemos dar nada por descontado. Don Merlini nos ayuda además a vivir Roma, una ciudad con una tradición milenaria de fe, a través de su deseo de seguir la voluntad de Dios. Nos ayuda a reconocer que no hay situación en la que vivamos en la que Dios no pueda enseñarnos algo”.
(Agencia Fides 11/1/2025)