Bienaventurados los Pobres 

martes, 19 noviembre 2024 jornada mundial de los pobres   evangelio  

VaticanMedia

Por Gianni Valente

«Bienaventurados vosotros, pobres, porque vuestro es el Reino de Dios», dice Jesús en el Evangelio según San Lucas. Y quien sigue a Jesús en el camino dentro de la historia del mundo, advierte y reconoce que a los pobres se les facilita ese camino. Es el signo de la predilección, de la «opción preferencial» por los pobres que marca el misterio de la salvación a lo largo de la historia.

Los pobres y los pequeños pasan más fácilmente por puertas estrechas y pasadizos escabrosos. Se encuentran facilitados, precisamente porque tienen menos estorbos y lastres que transportar.

Son los primeros destinatarios del «Cien veces más en esta tierra» que Jesús promete a los suyos en el Evangelio.

Y pueden brillar con una felicidad que no es posesión suya, no es fruto de su actuación. No tienen nada de sí mismos, tienen las manos vacías. Y precisamente por eso su felicidad es y se manifiesta como un don gratuito, reverberación de un milagro de predilección.

Unos dones que son por naturaleza más lejanos para los ricos y los grandes, los que tienen "un alma bien hecha" (Charles Péguy), los que se han «hecho a sí mismos». Y no pueden comprar ni una gota más de felicidad con todos sus logros.

La predilección de Jesús, del Padre y del Espíritu Santo hacia los pobres está inscrita en el Misterio y en la historia de la Salvación. A este Misterio de predilección se refiere también el Papa Francisco cuando repite con insistencia que «los pobres son la carne de Cristo».

Es Cristo mismo quién se identifica con ellos. Y la salvación puede llegar a todos a través de aquellos que Cristo mismo elige. Las palabras del Papa Francisco recuerdan también esta dinámica vertiginosa, reconocida y confesada desde siempre en la Iglesia de Cristo.

Dios da su felicidad y su luz a los pobres, los prefiere. Los privilegia. Y por el misterio de caridad que anima a la Iglesia, incluso los que no son pobres, incluso los ricos pueden participar de la misma alegría, si se dejan abrazar por esta predilección. No con un esfuerzo ascético, sino siguiendo algo que les atraiga más que sus propios balances de bienes.

San Agustín escribió que Cristo, en su obra de redención, quiso tocar el corazón del Rey a partir del anuncio hecho por el pescador pecador, y no al revés. Para que se manifestara más claramente que su salvación se comunica gratuitamente, por gracia, y no por presión, cálculo o esfuerzo humano.

En tiempos no muy lejanos, resultaba sospechoso para las redes ideológicas de los círculos eclesiásticos influyentes hablar siquiera de preferencia y opción preferencial por los pobres. Decían que era una politización del mensaje evangélico.

Actualmente, en apariencia, ya no es así. Pero también ahora, bajo otras apariencias paradójicas, se percibe la misma impaciencia, el mismo malestar y recelo ante tal predilección, cuando es manifestada.

Todos los conservadurismos y progresismos compasivos, así como las posturas del pauperismo de moda, no reconocen, y son estructuralmente incapaces e indiferentes a la predilección efectiva y operativa de Cristo por los pobres, que son los destinatarios privilegiados de la prenda de su salvación, ya en esta vida. En última instancia, tratan a los pobres según las categorías del mundo. Los ven como miserables, como fracasados, como simples receptores pasivos de las dádivas y atenciones ajenas. Los consideran material humano-plástico, amorfo y pasivo, que debe ser moldeado; como una materia inerte a la que pretenden insuflar vida mediante sus propias estrategias de "valorización".

Los pobres, reducidos a una categoría abstracta y neutralizada, pueden transformarse en meros adornos decorativos de coreografías neoclericales. En estas coreografías, se disipan y eliminan también los impulsos subversivos y proféticos de las corrientes eclesiales que, en el siglo pasado, habían reconocido y abrazado el poder real de las multitudes, un poder que se ha siempre ejercido. Asimismo, habían comprendido sus luchas como factores potenciales de cambio estructural en los mecanismos mundanos de producción, explotación, distribución del poder y de la riqueza.

A lo largo de la historia de la Iglesia, y comenzando por el Evangelio, el diácono san Lorenzo, san Ambrosio y los Padres de la Iglesia, los pobres nunca han sido tratados como sombras buscando visibilidad, ni como quienes intentan obtener, mediante la mendicidad, su "cuarto de hora de celebridad" mediática que la sociedad actual concede a todos, tal como lo profetizó Andy Warhol.

El Evangelio y la Fides romana nunca han afirmado que los pobres estén exentos de pecado o de miseria humana. Sin embargo, siempre han sostenido implícitamente que los pobres pueden experimentar más fácilmente la felicidad que el Señor les ha otorgado por su elección y preferencia gratuitas. No solo el grito ni el clamor de los pobres oprimidos, sino también su felicidad gratuita e inimaginable, tocan y conmueven el corazón de Dios.

Así lo reconocieron y atestiguaron los Padres de la Iglesia. Grandes sacerdotes de nuestro tiempo cómo Don Lorenzo Milani y Don Primo Mazzolari. O como Rafael Tello y Lucio Gera, exponentes argentinos más conocidos de la «Teología del Pueblo», que también lo han repetido a su manera. Para los dos últimos, no son las declaraciones y conjeturas eclesiásticas las que dan dignidad a los pobres. Pues Cristo mismo custodia sacramentalmente a los pobres en la memoria de su dignidad.

Una dinámica -escribía el padre Rafael Tello- consagrada y expresada en la espiritualidad popular, aquella con la que el pueblo de los pobres de Dios se evangeliza a sí mismo «mejor de lo que suelen hacerlo incluso los sacerdotes», y de la que la solicitud por bautizar a sus hijos es «la manifestación más importante». «Un hecho sensible, el rito bautismal -explicaba el padre Rafael Tello-, percibido como signo de que Dios los toma para sí. Para nuestro pueblo es así. Toma al niño para bautizarlo y lo reviste de Cristo. Esto es el catolicismo, hasta el fondo de la cosa: yo traigo al niño a esto; puede vivir como un desgraciado, pero ya está revestido de Cristo».

(«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños». Mt 11, 25)
(Agencia Fides 19/11/2024)


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