VIAJE APOSTÓLICO - El Papa en Oceanía: pasajes clave del discurso a la Iglesia de Papúa Nueva Guinea y las Islas Salomón

sábado, 7 septiembre 2024

Vatican Media

Port Moresby (Agencia Fides) - Después de la visita a los niños de Street Ministry y Callan Services, el Papa Francisco ha llegado en coche al Santuario de María Auxiliadora donde se ha reunido con los Obispos de Papúa Nueva Guinea y de las Islas Salomón (aquí la Conferencia Episcopal une a ambas naciones, ed), con los Sacerdotes, Diáconos, Consagrados y Consagradas, Seminaristas y Catequistas.

A su llegada, el Papa ha sido recibido por el Arzobispo de Port Moresby, el Cardenal John Ribat, M.S.C., el Presidente de la Conferencia Episcopal de Papúa Nueva Guinea y de las Islas Salomón, Otto Separy, Obispo de Bereina, el Rector del Santuario y dos niños vestidos con trajes tradicionales que le han hecho entrega de una ofrenda floral.

Tras la alocución de saludo del Presidente de la Conferencia Episcopal, seguida de los testimonios de una religiosa, un sacerdote, un catequista y un representante del Sínodo sobre la Sinodalidad, el Pontífice ha pronunciado su discurso, el segundo de los cinco previstos en Papúa Nueva Guinea.

Al final del encuentro, tras la bendición, el intercambio de regalos y una foto de grupo con los obispos, el Papa se ha detenido brevemente en la terraza para saludar a los fieles presentes en el patio de la entrada. Luego ha regresado en coche a la Nunciatura Apostólica.
A continuación, los pasajes más destacados del discurso:

Estoy contento de estar aquí, en esta hermosa iglesia salesiana. Los salesianos saben hacer bien las cosas. ¡Los felicito! Este es un Santuario diocesano dedicado a María, Auxilio de los cristianos; María Auxiliadora -yo fui bautizado en una parroquia de María Auxiliadora en Buenos Aires-, un título tan querido por san Juan Bosco; o María Helpim, como ustedes cariñosamente la invocan aquí.

Este hermoso santuario en el que nos encontramos, inspirado en esa historia, puede ser un símbolo también para nosotros, sobre todo si hacemos referencia a tres aspectos de nuestro camino cristiano y misionero, como lo han resaltado los testimonios que hemos escuchado: la valentía de empezar, la belleza de existir y la esperanza de crecer.

Primero, la valentía de empezar […] Los misioneros llegaron a este país a mediados del siglo XIX y los primeros pasos de su labor no fueron fáciles; de hecho, algunos intentos fracasaron. A pesar de eso no se rindieron, sino que con gran fe y celo apostólico continuaron predicando el Evangelio y sirviendo a sus hermanos y hermanas, recomenzando muchas veces a partir de los fracasos y pasando por muchos sacrificios.

Así nos lo recuerdan estas vidrieras -que ahora no se ven porque es de noche-, a través de los cuales la luz del sol nos sonríe en los rostros de los santos y beatos: mujeres y hombres de todas las procedencias, vinculados a la historia de vuestra comunidad, como Pedro Chanel; Juan Mazzucconi y Pedro To Rot, mártires de Nueva Guinea; y luego Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, María de la Cruz MacKillop, María Goretti, Laura Vicuña, Ceferino Namuncurá, Francisco de Sales, Juan Bosco y María Dominga Mazzarello. Todos hermanos y hermanas que, de distintas maneras y en tiempos diferentes, comenzando y recomenzando tantas veces obras y caminos, han contribuido a llevar el Evangelio entre ustedes, con una riqueza multicolor de carismas, animados por el mismo Espíritu y por la misma caridad de Cristo.

Gracias a ellos, a sus “salidas” y “re-comienzos”, -los misioneros son mujeres y hombres “en salida”, y cuando regresan “vuelven a salir”. Esta es la vida del misionero, salir y volver a salir-, es gracias a ellos que estamos aquí y, aun a pesar de los desafíos que no faltan hoy en día, seguimos adelante, sin miedo, no estoy seguro que sea siempre sin miedo, sabiendo que no estamos solos, porque es el Señor quien actúa en nosotros y con nosotros (cf. Ga 2,20), haciéndonos, como a ellos, instrumentos de su gracia.

Quisiera indicarles un rumbo importante hacia el cual dirigir sus “salidas”: el de las periferias de este país. Me refiero en concreto a las personas de los sectores más desfavorecidos de las poblaciones urbanas, así como a aquellas que viven en las zonas más remotas y abandonadas, donde a menudo falta lo indispensable. Pienso también en las personas marginadas y heridas, tanto moral como físicamente, a causa de los prejuicios y las supersticiones, en ocasiones, hasta el punto de arriesgar la propia vida.

No olviden esto: cercanía, compasión, ternura.

El segundo aspecto, la belleza de existir […] el tesoro más hermoso a los ojos del Padre somos nosotros, acurrucados en torno a Jesús, bajo el manto de María y unidos espiritualmente a todos los hermanos y hermanas que el Señor nos ha confiado y que no han podido venir; todos animados por el deseo de que el mundo entero conozca el Evangelio y de compartir con nosotros la fuerza y la luz.

¿Cómo se transmite el entusiasmo de la misión a los jóvenes?. No creo que haya “técnicas” para esto. Sin embargo, una forma comprobada es la de cultivar y compartir con ellos nuestra alegría de ser Iglesia  - así lo decía Benedicto XVI - de ser un hogar acogedor hecho de piedras vivas, escogidas y preciosas, colocadas por el Señor unas junto a otras y cimentadas por su amor.

Si nos estimamos y nos respetamos unos a otros, y si nos ponemos al servicio de los demás, podemos mostrarles a ellos, y a cualquier persona que nos encontremos, lo hermoso que es seguir juntos a Jesús y anunciar su Evangelio.

La belleza de existir, por tanto, no se experimenta tanto en los grandes acontecimientos y momentos de éxito, sino más bien en la lealtad y el amor con que nos esforzamos por crecer juntos cada día.

Tercer y último aspecto, la esperanza de crecer. En esta iglesia encontramos una interesante “catequesis en imágenes” del paso del Mar Rojo, con las figuras de Abraham, Isaac y Moisés: patriarcas fecundos por la fe, que por haber creído recibieron como don una descendencia numerosa.

Este es un signo importante, porque también a nosotros nos anima hoy a confiar en la fecundidad de nuestro apostolado, a seguir sembrando pequeñas semillas de bien en los surcos del mundo.
Parecen acciones minúsculas, como un granito de mostaza, pero si tenemos confianza y no nos cansamos de esparcirlas, brotarán por la gracia de Dios, darán una cosecha abundante y producirán árboles capaces de dar cobijo a las aves del cielo.

Lo dice san Pablo, cuando nos recuerda que el crecimiento de lo que sembramos no es obra nuestra, sino del Señor (cf. 1 Co 3,7), y nos lo enseña nuestra Madre la Iglesia, al enfatizar que, incluso a través de nuestros esfuerzos, es Dios «quién hace que su Reino venga a la tierra».
(F.B.) (Agencia Fides 7/9/2024)


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