Port Moresby (Agencia Fides) – Niños torturados, mujeres violadas. Luego asesinados y sus cuerpos arrojados al río. Este es el más reciente y espantoso balance de la guerra tribal que desde hace meses asola las aldeas de Papúa Nueva Guinea, una nación que en poco más de un mes acogerá al Papa Francisco en el que será el viaje apostólico más largo de su pontificado.
Se han confirmado 26 muertes. Mujeres y niños perdieron la vida en una serie de ataques en tres aldeas situadas en la provincia de Sepik Oriental, en el norte del país. Hace solo unos meses, otra ola de ataques entre tribus devastó la provincia de Enga, en el corazón de la nación, donde los enfrentamientos se han vuelto cada vez más letales debido a un aumento significativo del uso de armas de fuego (véase Fides 26/2/2024).
En el pasado, el gobierno nacional había incrementado las operaciones, militares y de otro tipo, para frenar esta violencia, sin mucho éxito. En los últimos años, los enfrentamientos tribales han aumentado en intensidad: se ha pasado de las simples armas blancas a las armas automáticas y de fuego. Al mismo tiempo, la población del país se ha más que duplicado desde 1980, lo que ha provocado un aumento de las tensiones por el acceso a los recursos y la tierra, reavivando las rivalidades tribales.
Ahora, mientras la nación se prepara para dar la bienvenida al Santo Padre, la tierra vuelve a estar bañada en sangre. Según los informes de la policía local, las masacres se produjeron en distintos momentos. Comenzaron el 17 de julio y continuaron durante varios días. Se teme que la cifra de 26 muertos pueda ser mayor. El número, de hecho, solo se ha calculado sobre la base de los cadáveres encontrados a lo largo del río. Pero, según las autoridades, podría incluso duplicarse. Los tres pueblos fueron destruidos y los supervivientes, unas doscientas personas, huyeron al bosque, quedando completamente abandonados a su suerte.
Según ha sabido la Agencia Fides, la directora nacional de Cáritas, Mavis Tito, está en constante diálogo con la diócesis de Wewak para seguir de cerca la situación. De hecho, los ataques a las aldeas se han producido en la zona de la parroquia de Kanduanum: «No se trata de un caso aislado. Lo que está ocurriendo es un conflicto entre cuatro grupos diferentes que se está acentuando cada vez más».
La policía, señala la directora de Cáritas, «está presente en la zona. Pero el terreno no es de fácil acceso y llegaron cuando la violencia ya había terminado. Desgraciadamente, aunque hay un despliegue de fuerzas policiales, el número de agentes es insuficiente para gestionar esta situación cada vez más inestable». Hasta la fecha, casi diez días después de los atentados, no ha llegado ninguna ayuda al lugar, lo que aumenta el riesgo de una catástrofe humanitaria: «Las personas que huyeron al bosque no tienen nada. No hay ningún tipo de ayuda. Incluso el centro de atención temporal se ha quedado sin suministros».
El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk, también ha intervenido en el asunto, declarándose «horrorizado por el estremecedor estallido de violencia mortal en Papúa Nueva Guinea, al parecer debido a una disputa sobre la propiedad y los derechos de uso de tierras y lagos».
La ONU vuelve a pedir a las autoridades locales y nacionales de Papúa Nueva Guinea «que lleven a cabo investigaciones rápidas, imparciales y transparentes. También hago un llamamiento a las autoridades para que colaboren con las aldeas a fin de comprender las causas de los conflictos y prevenir así la reaparición de nuevos actos de violencia».
Una violencia que surge por diversos motivos, como ya había explicado a la Agencia Fides el padre Giorgio Licini, misionero italiano del PIME y secretario de la Conferencia Episcopal de Papúa Nueva Guinea y las Islas Salomón: «Los enfrentamientos entre los indígenas, algunos de los cuales tuvieron sus primeros contactos con el mundo exterior hace solo 70 años, pueden deberse a diversas razones, pero sobre todo dependen del control del territorio, que en su cultura tradicional es muy sentido. Estas tensiones son mantenidas por miembros de los distintos grupos que han emigrado a las ciudades donde han establecido negocios y, por tanto, pueden enviar armas o pagar a mercenarios».
Los enfrentamientos, subraya el padre Licini, «tienen lugar en zonas remotas del interior, rurales o forestales, con una alta incidencia de analfabetismo, caracterizadas por el atraso cultural y social donde, por ejemplo, están vigentes prácticas de brujería e incluso la caza de mujeres consideradas brujas». En el pasado, la situación de estos grupos era más estable. Hoy, con la movilidad y la globalización, todo es más caótico. Estamos en una fase de transición entre la vieja cultura y una nueva identidad que, sin embargo, aún no es sólida ni está bien definida». Las razones de la violencia, por tanto, hay que buscarlas en este proceso de transformación cultural, social y económica que afecta a toda la nación.
(F.B.) (Agencia Fides 24/7/2024)