Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Publicamos un testimonio de Mons. Massimo Camisasca, Fundador y Superior general de la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo, sobre como ha sobrevivido la fe en Siberia a pesar de una larga persecución.
"En la homilía de apertura de la asamblea del Sínodo de Obispos, el pasado 2 octubre, el Santo Padre invitó a los relatores a no decir sólo cosas bonitas sobre la Eucaristía, sino a vivir de su fuerza. Y la eucaristía realmente es una fuerza vital, la señal tangible de la presencia de Cristo. Puedo decirlo partiendo de la experiencia directa y de tantos testimonios de mis misioneros esparcidos por todos los rincones de la tierra.
En Siberia, dónde la fe cristiana ha estado perseguida durante más de setenta años, han sobrevivido milagrosamente algunas comunidades católicas. Estaban compuestas normalmente por campesinos de origen alemán o polaco, deportados por Stalin a aquellos tierras frías e inhospitalarias. En estos largos años, aún no pudiendo contar con ningún sacerdote y no pudiendo acercarse a los sacramentos, algunas mujeres dirigían la oración y el canto de sus pequeñísimas comunidades, manteniendo viva la fe.
Desde 1991 están presentes en estas tierras algunos sacerdotes de nuestra Fraternidad. Su llegada fue acogida con gran alegría por estos grupos de católicos, formados a veces solo por dos o tres personas. Eran muy esperados porque llevaban a Cristo y su presencia salvadora en la Eucaristía.
En Rescjoti, minúscula aldea de la estepa, un sacerdote nuestro me ha contado que se acercó hasta la cabecera de la abuela Agda, una babushka (trad. Abuela) de 96 años. Fuera de la casa se había encontrado al hijo, que le dio a entender la gravedad de la situación. Apenas entró en la habitación, la abuela Agda lo reconoció. Estaba feliz de verlo, a pesar de que le fallaban las fuerzas y se acercaba muerte. Don Francisco rezó el Padre Nuestro y el Ave Maria en su presencia. La babushka, después de abrir la boca hasta lo inverosímil, comulgó. El hijo se conmovió hasta derramar lágrimas y Don Francisco Más todavía. Tenía la certeza de estar ante una santa mujer.
Con aquellas últimas energías, la abuela Agda quería acoger el Cuerpo de Cristo, saborear su alegría y plenitud. Mientras se encontraba a su lado, en silencio, le venían a la mente de nuestro misionero algunas escenas de la vida de Agda. Un año antes, la abuela Agda, sentada al borde la cama, de la cama, después de haber recibido la Eucaristía comenzó a cantar en alemán. Su hija, arrodillada delante de ella, repetía con alguna fracción de segundos de retraso el canto de la mamá. Aquel día Agda dio a luz dos veces su hija, primera en la carne, luego en la fe. Éstos son los milagros de la Eucaristía. (Mons. Massimo Camisasca) (Agencia Fides 14/10/2005; Líneas: 34 Palabras: 479)