En Asia: “Permaneced firmes en los grandes ideales que os fueron transmitidos por San Francisco Javier”
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El Santo Padre, Juan Pablo II, viajó por el continente asiático en 13 ocasiones; visitando un total de 17 países distintos. El primer viaje apostólico en Asia fue en febrero de 1981 en un viaje de 11 días a Pakistán, Filipinas y Japón, pasando por Guam y Anchorage; en Estados Unidos. El último viaje por Asia fue en septiembre del 2001 a Kazajstán.
Los países más visitados han sido Filipinas, India y la República de Corea, que ha visitado en dos ocasiones cada uno. Juan Pablo II ha estado también en Bangladesh, Japón, Indonesia, Líbano, Kazajstán, Pakistán, Singapur, Siria, Sri Lanka, Tailandia y Tierra Santa, en la peregrinación jubilar realizada en el 2000.
En 1981 viajó a Filipinas para clausurar la celebración del IV Centenario de la Iglesia en Manila y la beatificación de Lorenzo Ruiz, primera beatificación de un hijo nativo, junto con 15 compañeros mártires. Fue además la primera beatificación del Pontífice fuera de Roma. En 1989 en Seúl (Corea), Juan Pablo II participó en el XLIV Congreso Eucarístico Internacional, y en 1995 en Manila (Filipinas) en la X Jornada Mundial de la Juventud. El viaje a Beirut (Líbano) en 1997 tuvo como motivo la celebración en la fase conclusiva de la Asamblea Especial para el Líbano del Sínodo de Obispos. Y también en 1999, en Nueva Delhi (India), el Papa participó en la fase conclusiva de la Asamblea especial para Asia, del Sínodo de obispos. En el 2000 pudo realizar las dos grandes peregrinaciones Jubilares al Monte Sinaí en febrero y a Tierra Santa en marzo, realizando así un gran deseo expresado desde el inicio de su Pontificado.
En su primer viaje a Asia, en Filipinas, en el barrio de Tondo, en Manila, el Santo Padre habló de la misión de la Iglesia de defender la dignidad humana de los pobres “no para servir a intereses políticos, ni adquirir poder, sino para salvar al hombre en su humanidad y en su destino sobrenatural”. Y en la Misa de beatificación de Lorenzo Ruiz y compañeros mártires dijo que “la vida de todos debe estar a disposición de Cristo” añadiendo que “morir por la fe es un don para algunos; vivir la fe es una llamada para todos”. En Morong visitó el Papa un campo de refugiados, haciendo un llamamiento a todas las naciones para que se incrementasen las ayudas a todos los desplazados del mundo. En Tala visitó una leprosería para llevarles su aliento y mostrar su cercanía a los enfermos. A través de los micrófonos de Radio Veritas Juan Pablo II lanzó un mensaje de esperanza para toda Asia con un llamamiento dirigido a todos y a cada uno “a que se respeten los valores y los derechos de las personas y de los pueblos”.
En esta ocasión también fue a Japón y quiso acercarse a Hiroshima, uno de los puntos negros de la historia de la humanidad, donde presidió una ceremonia en la que el Santo Padre gritó con firmeza: “¡La guerra es una invención del hombre; es destrucción, es muerte! Que no se repita jamás lo sucedido. Que la humanidad no sufra el terrorífico precio de una lucha entre sistemas de poder”. Y se despidió de Japón pidiendo a todos a “permanecer firmes en los grandes ideales que os fueron transmitidos por San Francisco Javier”.
En su primera visita a la India, en 1986, recibió la vista del Dalai Lama, jefe espiritual del Budismo tibetano, subrayando en aquella ocasión la importancia que la Iglesia reconoce al dialogo interreligioso. Tuvo un encuentro con representantes de diversas tradiciones religiosas y culturales ante los que afirmó que “la verdadera liberación sólo se alcanza cuando se busca la visión espiritual del hombre”. En Calcuta se reunió con la Madre Teresa, reafirmando el valor de la dignidad humana, el valor inestimable de toda vida: la existencia humana no puede ser considerada en base a criterios de utilidad.
En octubre de 1989 participó en Seúl en la clausura del 44º Congreso Eucarístico que tuvo por tema “Cristo nuestra paz”. En la Misa de conclusión, ante más de un millón de personas, habló de la reconciliación y la paz que trae Cristo, que no es mera ausencia de guerras, sino la transmisión del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. En el Año Jubilar del 2000 fue a Egipto y Tierra Santa, en una peregrinación de conversión y penitencia, de reconciliación de y de paz. Afirmó que “los Diez Mandamientos son la divina pedagogía del amor, porque indican el único camino seguro para la realización de nuestro anhelo más profundo: la búsqueda del espíritu humano del bien, de la verdad y de la armonía”. En Belén celebró la Eucaristía en la Plaza del Pesebre: “la Cuna y la Cruz son el mismo misterio de amor que redime; el Cuerpo que María puso en el pesebre es el mismo Cuerpo sacrificado en la Cruz” -dijo en aquella ocasión el Papa- el Cuerpo que María puso en el pesebre es el mismo Cuerpo sacrificado en la cruz”. En Jerusalén, lugar de la primera Eucaristía y de la institución del Sacerdocio, Juan Pablo II firmó la Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo del 200, en que afirmaba: “La presencia sacramental de Cristo en la Eucaristía es la mayor riqueza de la Iglesia”.
En Líbano, en 1997, Juan Pablo II firmó la Exhortación Postsinodal “Una esperanza nueva para el Líbano” ante un grupo de jóvenes a los que pidió: “¡No alcéis nuevos muros en vuestro país! Por el contrario, es labor vuestra construir puentes entre las personas, entre las familias y entre las distintas comunidades”. (Agencia Fides - SIGUE)