VATICANO - “AVE MARIA” por Mons. Luciano Alimandi - Saber hacer silencio

viernes, 18 septiembre 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El Evangelio nos muestra a Jesús que recorre los caminos de Galilea y de Judea para anunciar la Buena Nueva, para curar a la gente de toda enfermedad, para liberarlos de la acción nefasta de Satanás, para dar a cada uno “El Pan cotidiano” de su Palabra y de su Presencia salvadora.
Los Apóstolos lo siguen, lo escuchan, lo observan y se maravillan – junto con la gente – de las grandes obras que el Padre realiza a través de Él. Muchas veces se quedan sin palabras y otras, más bien, hablan demasiado. Más que hacer silencio hablan sin escuchar desde las profundidades de su corazón la voz del Espíritu Santo que busca explicarles el significado de cada frase, de cada gesto y de cada “signo” realizado por Jesús.
A los apóstoles, así como a cada uno de nosotros hoy, nos sucede de equivocarnos en el “trato” con el Señor: cuantas veces lo menospreciamos o lo ignoramos, incluso no faltan las situaciones donde nos ponemos por encima de Él, como si nosotros, pobres pecadores – como lo somos todos – tuviéramos algo que “enseñarle” a Jesús.
“¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! – exclama el Apóstol Pablo –¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa?” (Rom 11, 33-35).
La tentación de ensoberbecernos delante de Dios es siempre una amenaza. Por eso, es necesario rezar al Espíritu Santo para que haga siempre dóciles nuestros corazones a aquel “trazado” de vida que el Seño ha determinado para nosotros. ¡Seguramente es el camino más fácil y más directo a la santidad y, por lo tanto, al Paraíso!
El camina delante de nosotros, nosotros simplemente tenemos que estar detrás de él, armándonos de una “santa paciencia”, sobre todo cuando nos parece que la respuesta y la solución que esperamos del Señor se demora o parece ser distinta de la que quisiéramos. “La paciencia obtiene todo” afirmó Santa Teresa de Ávila, que sabía muy bien cuan misteriosas pueden ser las “vías” del Dios.
“Ven y sígueme” (MC 10,21) continúa a repetirnos Jesús a quién lo quiere encontrar en la fe para convertirse en su discípulo, permaneciendo en comunión de vida con Él mediante el amor a Dios y al prójimo. El camino no es siempre fácil, pero si permanecemos detrás de Cristo no estamos solos, es decir, si permanecemos fieles a sus enseñanzas.
El hecho de que también los Apóstoles, muchas veces hayan cedido a la tentación de “resistir” a Jesús o, incluso, de “regañarlo”, nos debe ayudar a estar en guardia para no subestimar aquellas situaciones – y hay muchas en la vida – en las que en nuestro interior se forma como un sentimiento de descontento hacia el Señor que, si no es corregido, puede provocar, antes de lo que pensamos, un “endurecimiento” del corazón hacia Él.
Cuantas veces Dios, a través de sus profetas, se ha lamentado de un comportamiento tan soberbio que ha desviado el corazón de su pueblo llevándolo a la rebelión. Él, sin embargo, ha estado siempre dispuesto al perdón como afirma el salmo 77: “... Mas le halagaban con su boca, y con su lengua le mentían; su corazón no era fiel para con él, no tenían fe en su alianza. El, con todo, enternecido, borraba las culpas y no exterminaba” (Sal 77, 36-38).
Ahí donde se murmura contra Dios, se le hace espacio al maligno y se pierde la orientación hacia el Reino. Precisamente el domingo pasado hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Marcos sobre la diabólica “desorientación” de la que fue víctima Simón Pedro, apenas después de su espléndida confesión de fe en Cristo. Ante la clara profecía que Jesús mismo había realizado de su próxima pasión y muerte, Pedro, asaltado por el miedo al sufrimiento, reprende al Señor.
“Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!’” (Mc 8, 31-33).
Simón Pedro y los otros Apóstoles no olvidaron nunca esas palabras, repetidas fielmente por los Evangelistas, con el fin de que los discípulos de Jesús, en cada época, recibieran la histórica lección del Señor. La Sagrada Escritura nos invita a acoger esta reprimenda, como por ejemplo la de un sabio (ver Ecle 7,5), pero nunca nos alienta a reprender al Señor.
Ante las situaciones de sufrimiento, de miedo o de inquietud, que hacen temblar nuestro frágil corazón humano, no debemos ceder nunca a la tentación de reprender a Dios, sino más bien, siguiendo el ejemplo de los Santos y en primer lugar de la Virgen María, debemos dejar que el silencio de la adoración ocupe el lugar del rumor de la murmuración. “Esto es importante también hoy para nosotros, aunque no seamos monjes: saber hacer silencio en nosotros para escuchar la voz de Dios, buscar, por así decir, un ‘salón’ donde Dios hable con nosotros” (Benedicto XVI, Audiencia General del 9 de setiembre 2009).
El “Stabat Mater” sea para todos nosotros, sobre todo en la hora de la prueba, un modelo para imitar: la Virgen estaba bajo la Cruz del Hijo (cf. Jn 19,25) sin rebelarse, porque creía, como siempre creyó, en la Palabra de Jesús: ¡Después de la noche del dolor nace el alba luminosa de la resurrección! (Agencia Fides 18/9/2009; líneas 65, palabras 961)


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