Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "Dios es amor" Con estas palabras San Juan nos presenta la Verdad, por así decir, máxima sobre Dios. De esta verdad deriva todo el resto. De ella parte y se desarrolla todo el proyecto de la creación y la redención y a ella todo debe volver.
He aquí pues que el Evangelio de San Juan centra precisamente en el amor el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: "tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito" (Jn 3, 16). Estas palabras deberían redundar en el corazón del creyente como una dulce poesía que narra la historia más bella de nuestra salvación como un cántico que no tiene fin.
El Santo Padre Benedicto XVI dio a toda la catolicidad, en su primera Encíclica, una profunda reflexión y una elevada enseñanza magisterial sobre esta verdad excelsa: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él »” (Deus Caritas est, n.1).
El gozne de la vida espiritual, el centro en torno al cual debe girar nuestra existencia humana, la fuente de la que sacar la fuerza y anhelo de bien, es el amor divino. Pero este amor, debe ser ante todo reconocido y creído, como nos recuerda el Santo Padre según la enseñanza de Juan.
¡En Dios sólo hay Amor, únicamente Amor! Esta sublime verdad el creyente podría, a primera vista, darla por descontada, pero en realidad no es así. Hay mucha necesidad de purificación del corazón y de la mente para "entrar" en ella. En efecto, la imagen del amor de Dios que tenemos se ha visto distorsionada por el pecado, nuestros "ojos" han sido ofuscados por el "no amor" - de aquel amor que no es amor -, he aquí porque nos cuesta reconocer el amor divino con el que Dios ama infinitamente a sus criaturas. Así llevamos en nuestro interior al mismo tiempo, la imagen del auténtico amor pero también la del contrario, debido al legado de nuestro pecado y el pecado del mundo, que tanto influencia nuestra cultura, nuestra educación, nuestros juicios y los proyectos de vida…
¡Sin una auténtica "metanoia" – ese progresivo cambio de mentalidad que también presupone la negación de si mismo -, no se llega a “encontrar" la sublime Verdad de Dios, que se ha encarnado en nuestro Señor Jesús, el Emmanuel, el Dios con nosotros y para nosotros.
Cuando se siente dificultad para creer que Dios nos ama, asi como somos, de modo absolutamente gratuito e incondicional, es señal de que los ojos del corazón están todavía son un poco ofuscado por el amor propio. El Evangelio da testimonio de ello, precisamente hablándonos del comportamiento de los Apóstoles que, a veces, no conseguían mirar más allá de las apariencias y, sobre todo, cuando tuvieron que medirse con el misterio del dolor, se cerraron y rechazaron ver en profundidad. Entre estos episodios, se encuentra también la escena conmovedora de la agonía de Jesús en el huerto de los Olivos dónde, en lugar de velar con su Maestro ya inmerso en el océano de amor y dolor por toda la humanidad, los tres Apóstoles se duermen: "porque sus ojos estaban cargados" (Mc 14, 40).
También nuestros ojos se cargan si no permanecemos en el amor por medio de la continua confianza en Dios y la caridad recíproca. El egoísmo nos carga, mientras que el abandono en Dios, con la oración y la caridad vivida y donada, nos alivia y nos hace disponibles al soplo del Espíritu Santo, que es puro soplo de libertad. Hay quien ha comparado el alma humana a una vela que, cuando se abre, es capaz de acoger el viento y de experimentar toda su fuerza. Sólo desplegando nuestras velas al "viento" de Dios, si abrimos nuestras voluntades a su amor, disponiéndonos a la benevolencia hacia todos los hermanos, entonces seremos capaces de "entrar", por la fe, en el gran misterio de la vida eterna. Ya que "Dios es amor", todo es atribuible a este Amor. También el pecado y la misma muerte, han sido vencidas por este Amor, porque nada ni nadie puede resistirle. ¡Esto nos anuncia la resurrección de Cristo!
Ciertamente, el amor de Dios nos ha creado libres, porque sería impensable un amor sin libertad, por ello el hombre tiene la "terrible" responsabilidad de no levantar muros contra el amor de Dios. Un no, seco y total, puede frenar incluso a Dios, impidiéndole penetrar, con su Amor, en esa criatura que se le opone.
Estupenda y terrible libertad humana: con un sí pleno a Dios, en la hora de la muerte, se puede volar hacia el Cielo como el buen ladrón (cfr. Lc 23, 43), y con un no total a la divina misericordia la criatura rebelde puede precipitarse en el abismo infernal.
¡Como no sentir la necesidad de aferrarse a la mano experta de Maria, la Madre de Jesús y nuestro Madre, Reina del mes de mayo, que nos quiere acompañar y nos quiere proteger de todo mal durante este maravilloso viaje hacia la eternidad! Un viaje, sin retorno, porque cada uno nace y muere una sola vez para poder nacer de nuevo, en Cristo Jesús, en la alegría sin fin del eterno e infinito amor del Padre! (Agencia Fides 20/5/2009)