Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - " Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada podéis hacer Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo obtendréis" (Jn 15, 4-8).
En esta pasaje evangélico Jesús revela el secreto de la vida interior, de la auténtica fecundidad espiritual de un alma: "permanecer en Él". Invita repetidamente a "permanecer", un verbo, que aparece decenas de veces en el Evangelio de Juan. Jesús nos hace comprender que para "permanecer" en Él es necesario que, también sus palabras permanezcan en nosotros.
Sus palabras permanecen en nuestro corazón en la medida en que sabemos vivirlas testimoniándolas con nuestra vida. ¡No es un ejercicio mnemónico el que pide Jesús sino un ejercicio de vida! Si vivimos lo que nos dice, permaneceremos en El y su vida discurrirá en nosotros manteniéndonos unidos al Evangelio como un sarmiento a la vid. La palabra del Señor no sólo será escuchada, sino que entrará en nuestra existencia para cambiarla. No debería haber incoherencia entre fe y vida, entre palabra creída y palabra vivida pues de otra manera se produciría el alejamiento de Jesús y nosotros nos quedaremos solos con nuestro yo y nuestros deseos.
Entre las palabras que Jesús nos ha entregado, testamento de su amor por nosotros y portadoras de vida sobrenatural si se viven, está la que exclamó subido en la Cruz, el viernes santo, en las últimas horas de su vida terrenal: "he aquí a tu Madre” (Jn 19, 27).
Esta palabra, muchas veces comentadas por el Siervo de Dios Juan Pablo II, podemos acogerlas, de modo particular, en este mes de mayo dedicado, desde larga tradición, a la Madre de Dios. Precisamente hoy, 13 de mayo, se celebra la memoria de la Beata Maria Virgen de Fátima, en el día de su primera aparición en aquel lugar que se ha convertido casi, como otros grandes santuarios marianos, en la representación de esta palabra de confianza.
El Santo Padre Juan Pablo II, en una memorable homilía tenida en el Santuario de Fátima, a un año exacto del atentado sufrido en la plaza de San Pedro, nos iluminó sobre el misterio de la maternidad espiritual de Maria que esta revela palabra. Explicaba el sentido profundo, poniendo en relación la maternidad de Maria con la potencia del Espíritu Santo.
"Ya desde el tiempo en que Jesús, muriendo en la cruz, le dijo a Juan: 'He aquí a tu Madre'; ya desde el tiempo en que 'el discípulo la tomó en su casa', el misterio de la maternidad espiritual de Maria ha tenido su cumplimiento en la historia con una amplitud sin confines. Maternidad quiere decir solicitud por la vida del hijo. Ahora bien, si Maria es madre de todos los hombres, su solicitud por la vida del hombre es de un alcance universal. El cuidado de una madre abraza al hombre entero. La maternidad de Maria tiene su principio en su maternal cuidado por Cristo. En Cristo Ella aceptó a los píes de la cruz a Juan y, en él, ha aceptado a cada hombre y a todo el hombre. Maria abraza a todos con una solicitud particular en el Espíritu Santo. Es en efecto él, como profesamos en nuestro 'Creo', el que 'da la vida'. Es El quien da la plenitud de la vida abierta hacia la eternidad. La maternidad espiritual de Maria es pues participación en la potencia del Espíritu Santo, de Aquel que 'da la vida'. (Juan Pablo II, homilía en Fátima, el 13 de mayo de 1982.
Para ser verdaderos discípulos de Cristo, debemos cumplir todas sus palabras hasta el extremo:: "he aquí a tu Madre”. Es una de las palabras más fáciles de vivir, dónde se requiere un mínimo esfuerzo, aquel de "encomendarse" a Maria, de hacer en modo que nuestro corazón se sienta como naturalmente atraído por el suyo, con un movimiento espontáneo, parecido a aquel de un hijo hacia su madre. Este "movimiento" se remonta a los orígenes de nuestra existencia humana que comenzó precisamente, en el regazo de nuestra madre. Allí nos encontramos unidos por un lazo vital, inseparable con la maternidad. Incluso después del corte del cordón umbilical, queda otro lazo de unión profundo, que no se puede romper pues une el corazón de modo inseparable a la figura de la madre.
La unión con la propia madre es fuente, por este no es difícil establecer con la Madre de todas las madres, la Virgen Maria, una unión sobrenatural análoga a aquella natural que vivimos con nuestra madre. ¡Quien no tiene necesidad de una madre y cuanto más de esta Madre! "He aquí tu Madre”, de pequeños o grandes, en la alegría o en el dolor, para haberlo buscado o haberlo encontrado casi de casualidad, esta unión con Maria nos hace gustar, paso tras paso, toda la ternura, la protección, la prontitud… de la que es capaz esta Madre hacia cada uno de nosotros. No sólo el sacerdote experimenta, si se consagra a Maria, hasta que punto su vida está invadida por esta atención materna hacia el, sino que cada cristiano que ama a la Virgen lo sabe por experiencia, como lo expresó san Bernardo rezando a la Virgen, “que jamás se ha oído decir que ninguno de los que hayan acudido a ti implorando tu asistencia y reclamando tu socorro haya sido abandono de ti” (Del "Memorare” de S. Bernardo). (Agencia Fides 13/5/2009)