Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El reciente asesinato en Nairobi del misionero italiano Padre Giuseppe Bertaina, un hombre que dedicó su vida a los últimos de la tierra en una nación destrozada por guerras y pobreza, nos lleva con fuerza al tema del martirio cristiano. "Este es exclusivamente un acto de amor, a Dios y a los hombres, incluidos los perseguidores" (Ángelus 26.12.2007). Esta definición de Benedicto XVI nos ayuda a comprender el sentido de los mártires cristianos que hubo en el novecientos y que continua habiendo en tantas partes del mundo. Martirio es testimonio alegre del Salvador. No hay en ello rencor, odio, venganza. Ni en el cristiano superviviente vive la unívoca maldición y condena del verdugo porque el mártir "acepta en lo más intimo la cruz, la muerte y la transforma en una acción de amor".
En estos días de polémicas sobre la tragedia del holocausto, ¿qué mejor signo de distensión y clarificación entre católicos y judíos si no el recuerdo de los mártires católicos de la locura criminal nazi? Dos ejemplos entre todos nos ayudan a comprender no sólo el sentido de la abominación de una cultura que ha sustituido a Dios con un icono falso y pagano, pero también el sentido de victoria y triunfo sobre el mal vivido por el mártir y que se nos trasmite a nosotros como un don de fe. El primero es el del padre Massimiliano Kolbe, internado en Auschwitz en mayo de 1941. En él el martirio es vivido en el modo más triunfal, como don de amor al prójimo. Su sustitución voluntaria en el asesinato por represalia de uno de cada diez hebreos internados en aquel campo le costó la vida, pero le concedió la corona del martirio. En el mundo gris y ferino del campo de concentración, el padre Kolbe llevó el color y el afecto hacia el prójimo además de la mansedumbre del cordero que se ofrece a su verdugo. Después de los tormentos del hambre y la sed, cerrado en un búnker, que continua viéndose en aquel lugar mortífero, murió el 14 de septiembre de 1941, a causa de una inyección de ácido fénico. Su muerte aunque igual a las de millones de inocentes, continua siendo hoy un extraordinario ejemplo de ese amor que el cristiano en la total desesperación del alma y el cuerpo es capaz de ofrecer a su prójimo.
El otro ejemplo es la extraordinaria santa de la trágica modernidad, Sor Teresa Bendicta de la Cruz, en el siglo Edith Stein, deportada a Auschwitz donde murió en las cámaras de gas el 9 agosto de 1942. Esta increíble mujer, dotada de una formidable sabiduría y tensión espiritual es ejemplo extraordinario de como el martirio puede transformarse en un acto de amor, en un sufrimiento ofrecido a Cristo, por todos los perseguidos en la tierra. Ella solía repetir: “Nunca habría imaginado que los hombres pudieran ser así... y que mis hermanas y mis hermanos judíos tuvieran que sufrir tanto… Ahora yo pido por ellos. ¿Escuchará Dios mi oración? Ciertamente escuchará mi lamento". También en la desesperación y en el desaliento Santa Edith Stein encontró en Cristo y en la oración su arma de amor y vida. El mismo Santo Padre, al recordar a los dos Santos mártires el pasado agosto recordó que "Quien reza nunca pierde la esperanza, aún cuando se encontrase en situaciones difíciles y e incluso humanamente desesperantes” (Audiencia General 13.08.2008). Y después añadió "Asan Massimiliano Kolbe se le atribuyen las siguientes palabras que habría pronunciado en el pleno furor de la persecución nazi: 'El odio no es una fuerza creativa: sólo lo es el amor". Es pues con esta certeza como los hombres deberían aprender a convivir, de modo que se rompa la cadena de violencias, guerras y devastaciones que ni el progreso ni la diplomacia pueden frenar, sino sólo el amor al prójimo. (F.C) (3 parte) (Agencia Fides 18/2/2009)