Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – El 2008 se cerró con un balance cargado de violencias y persecuciones contra los cristianos en el mundo. Áreas que por muchos años habían permanecido inmunes a la intolerancia y habían sido sede de la convivencia pacífica de cristianos e hindúes o musulmanes, se han transformado en verdaderos campos de batalla donde la violencia y el odio ciego han sustituido a la cordura y al respeto.
Da miedo además el hecho de que durante este año las persecuciones no han sido solamente expresión de un profundo odio casi racista y por lo tanto difundido entre los no cristianos, sino también producto de legislaciones y políticas fuertemente anticristianas cuya responsabilidad es de cada gobierno particular.
Ello comporta un empeoramiento sustancial del carácter de tales persecuciones, frecuentemente inspiradas y guiadas desde arriba o vagamente toleradas por las instituciones. No es casualidad que el mismo Santo Padre Benedicto XVI recordó recientemente, en su discurso a los participantes en el primer Seminario organizado por el Forum Católico-Musulmán instituido por el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso que: “los líderes políticos y religiosos tienen el deber de garantizar el libre ejercicio de estos derechos respetando plenamente la libertad de conciencia y de religión de cada uno”. Y agregó: “La discriminación y la violencia que sufren, también hoy los creyentes en el mundo, y las persecuciones a menudo violentas de las que son objeto, son actos inaceptables e injustificables, y son mucho más graves y deplorables cuando se llevan a cabo en nombre de Dios. El nombre de Dios sólo puede ser un nombre de paz y fraternidad, justicia y amor. Estamos llamados a demostrar, con palabras y sobre todo con hechos, que el mensaje de nuestras religiones es indefectiblemente un mensaje de armonía y de entendimiento mutuo” (Audiencia del 6 de noviembre de 2008).
Pero el campo de batalla en el que el cristianismo es combatido tenaz y despiadadamente no es solo el del enfrentamiento entre las religiones. El presunto laicismo modernos, entendido como depuración del hombre de su pertenencia religiosa y de su misma identidad cultural, actúa de la misma manera. Legislaciones que cada vez invaden más la esfera privada del hombre y del cristiano imponen a la fe en Cristo un retiro forzado hacia la oscuridad y la penumbra.
Eliminar los valores cristianos fundamentales de la herencia social y cultural de las naciones que se identifican con la historia misma del cristianismo equivale a perseguir a Cristo, a presionar a los cristianos para que sientan vergüenza de pertenecer a Cristo. Este laicismo imperante amenaza a la Iglesia de un modo más sutil y destructivo que la violencia física y que la intolerancia manifiesta, ya que justifica la anulación del cristianismo con la intención de proteger nuevos y falaces derechos. Y haciendo uso de una tolerancia entendida en el sentido más absoluto posible, impone a la religión cristiana su desaparición completa de la escena. Esto es lo que sucede en una Europa de cristianos cada vez mas tibios.
Tal vez deberíamos preguntarnos si estos eventos no deberían ser más bien una especie de estímulo para defender la pureza y la integridad de nuestra fe. Al respecto, resultan emblemáticas las palabras de la Madre Aloisious, clarisa de la India, testigo de las recientes persecuciones en la región de Orissa: “Todo sucede para bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28). Creemos, y estamos seguros de ello, de que estos castigos que vivimos hoy, aunque dolorosos y aparentemente más allá de nuestra capacidad de soportarlos, forman parte del plan de Dios que quiere corregir a una humanidad deshonesta, pidiendo al hombre cambiar su corazón y purificando de esta manera a la Iglesia”. (F.C.) (2ª parte) (Agencia Fides 16/1/2009; líneas: 42, palabras: 613)