Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "¡La realidad por el contrario es Cristo!" (Col 2, 17). Esta extraordinaria afirmación de San Pablo, engarzada como piedra preciosa en la gran teología paulina, reconoce al Señor Jesús la total supremacía sobre la creación, sobre la historia y sobre todas las criaturas. Cristo es el Señor del universo y sin Él no habría nada de lo que existe. Vivir la fe cristiana significa abrir la mente, el corazón y entregar toda nuestra vida a esta Verdad, Luz para nosotros cristianos y polo central de nuestra fe.
El Santo Padre Benedicto XVI, con el reciente anuncio de un año dedicado a San Pablo, nos ayuda también a encontrar y profundizar, día tras día, en la amistad con el Señor Jesús que deriva de esta fe sincera y fuerte en su omnipotencia de amor. La presencia de Cristo es tan penetrante que San Pablo llega a decir, en la citada carta a los Colosenses, "donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos” (Col 3, 11). Si queremos tener la mirada de Pablo sobre la realidad sobrenatural debemos poner a funcionar otros ojos, los del espíritu, que muchas veces tenemos cerrados porque los de la carne son prepotentes y quieren imponer su visión, tan mezquina, de las cosas que nos circundan. El mundo, por su parte, nos susurra continuamente: ¡lo que cuenta es lo que se ve, no lo que es invisible!
Cuántas veces esta insidiosa idea, lanzada por los medios de comunicación social por todas partes, quiere introducirse en el corazón de los hombres. Son una pequeñísima minoría los que se esfuerzan en mirar más allá de las apariencias y que pueden repetir con Pablo "cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas" (2 Cor 4, 18). Los verdaderos creyentes en Cristo saben que Él es la verdadera realidad de las cosas y que tras el velo de los acontecimientos terrenales siempre se esconde un mensaje suyo, una signo particular que nos recuerda al Cielo, la eternidad.
Cuánto necesitamos la mirada pura de Maria Santísima que veía más allá de lo visible y siempre llegaba, con su fe indefectible, a descubrir, tras los pequeños y los grandes acontecimientos, el inmenso amor de Dios por sus criaturas. Su continuo contacto con Dios, gracias a su oración incesante que alimentaba su vida interior, le daba una mirada purísima; las palabras de su Hijo, “velad y orad en todo momento" (Lc 21, 36) la Virgen las encarnó con su vida.
Sin la oración, no se abren los ojos del espíritu y nosotros quedamos esclavos de la mirada concupiscente de nuestra naturaleza herida por el pecado. La Madre Teresa de Calcuta, a propósito de la oración, que hace el corazón puro, decía: "la oración alimenta el alma: ella es para el alma como la sangre para el cuerpo, y nos lleva a estar más cerca de Dios. Además nos da un corazón límpido y puro. Un corazón límpido puede ver a Dios, puede hablarle a Dios y puede ver el amor de Dios en los otros. Cuando tienes un corazón límpido, quiere decir que eres abierto y honesto con Dios, que no le escondes nada, y esto es lo que le permite a El tomar de ti lo que quiere".
No olvidemos estas palabras que nos permitirán vivir nuestra fe en la radicalidad evangélica: ¡teniendo a Jesús presente entre nosotros, día tras día, hora tras ahora! Si le perdemos precisamente a El de vista ¿dónde dirigiríamos nuestros pasos, hacia que fin tenderíamos, nosotros que no podemos hacer nada sin El?
¡Cuánta necesidad tenemos de una mirada sendilla y pura, nosotros que tantas veces nos vemos tentados de fijar la mirada sobre las cosas visibles olvidando las invisibles! Pidamos esta gracia a la Mediadora de todas las gracias, especialmente rezando el Rosario. En efecto, "cuando la comunidad cristiana reza el Rosario, se sintoniza con el recuerdo y con la mirada de Maria"! (Juan Pablo II, Carta Apostólico "Rosarium Virginis Mariae" del 16 de octubre de 2002, n. 11) (Agencia Fides 11/7/2007; Líneas: 45 Palabras: 709)