Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En el período entre la Ascensión y Pentecostés la Iglesia invita a los fieles a detenerse en oración en el Cenáculo, en modo particular ante Jesús Eucaristía, para prepararse a acoger al Espíritu Santo “en unión espiritual con la Virgen María”, como el Santo Padre Benedicto XVI afirmó recientemente en el Ángelus del 20 de mayo de 2007.
El mes de mayo, dedicado a María, nos ayuda a entrar con mayor intimidad en comunión con la Virgen, que tiene una relación totalmente única con el Espíritu Santo, porque es Él el que se posó sobre Ella, cuando “extendió sobre Ella su sombra la potencia del Altísimo” (Lc 1, 35) para obrar el más grande milagro de la salvación: la Encarnación del Verbo.
Escribe Montfort a propósito de este sublime misterio: “el Espíritu Santo, que es estéril en Dios, es decir que no da origen a otra persona divina, se hizo fecundo por medio de María a quien esposó. Con ella, en ella y por ella Él ha realizado su obra maestra, que es un Dios hecho hombre, y todos los días, hasta el fin del mundo, dona la vida a los predestinados y a los miembros del cuerpo de esta Cabeza adorable. Por lo tanto, cuanto más el Espíritu Santo encuentra a María, su esposa querida e indisoluble, en un alma, tanto más se esfuerza por formar a Jesucristo en esta alma y a esta alma en Jesucristo” (TVD n. 20). Así también, otro gran santo, el franciscano Maximiliano María Kolbe, afirmaba: “el Espíritu Santo, el divino Esposo de la Inmaculada, actúa solamente en Ella y a través de Ella, comunica la vida sobrenatural, la vida de la gracia, la vida divina, la participación al amor divino, a la divinidad” (SK 1326).
Dichas expresiones pueden ser comprendidas únicamente a la luz del misterio de la Encarnación, cuando Dios entró en el mundo y en la historia uniéndose esponsalmente a una creatura querida por Él Inmaculada: “te haré mi esposa para siempre, te haré mi esposa en la justicia y en el derecho, en la benevolencia y en el amor” (Os 2,21).
El vínculo entre el Espíritu Santo y la Virgen María debe ser profundizado por todo cristiano, sobre todo en este especial tiempo de preparación a Pentecostés, a una nueva efusión del Amor de Dios que, junto a María, quiere reproducir en nuestras almas el milagro de una “encarnación mística”, como la llamaba la mística mexicana Concepción Cabrera de Armida.
El único objetivo de nuestra vida, efectivamente, es justamente el de la plena conformación a Jesús, a través de un progresivo camino de conversión actuado por el Espíritu Santo, que nos hace subir cada vez más alto, ¡para llegar a vivir a Cristo!
Descubrir el vínculo que une María al Espíritu Santo dona a nuestra vida un empuje inexpresable, porque entramos en sintonía con el potente misterio de la Encarnación de Dios, del que surge nuestra salvación. Entrar en unión espiritual con la Virgen María, en esta dimensión del Amor trinitario, significa encontrar la clave para acceder al más profundo conocimiento de Jesús: ¡Fruto del Espíritu Santo en María!
El Magisterio Pontificio ha presentado al creyente varias veces esta unión indisoluble entre el Amor eterno del Padre y la Virgen Madre, mostrándolo como un vínculo esponsal. Por ejemplo Paolo VI, en la Exhortación apostólica “Marialis cultus”, recuerda como algunos santos Padres y escritores eclesiásticos, “vieron en la misteriosa relación Espíritu-María un aspecto esponsalicio, descrito poéticamente por Prudencio: ‘la Virgen núbil se desposa con el Espíritu’” (MC, n. 26). En la Redemptoris Mater, el Siervo de Dios Juan Pablo II, reafirmaba claramente que, cuando el Espíritu descendió sobre María en la Anunciación, ella “se convirtió en su fiel esposa” (RM n. 26). Tantos santos y beatos, innumerables fieles la han invocado y la invocan con el título “esposa del Espíritu Santo”, viendo en María la “esposa de Dios”, es decir la que es “toda de Dios”, siempre e incondicionalmente fiel a su Amor. También nosotros no nos cansamos de invocar la venida del Paráclito a nuestros corazones y mirando a la Inmaculada repitamos: ¡“Ven Espíritu Santo, ven por María”! (Agencia Fides 23/5/2007; líneas 48, palabras 711)