Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino? Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.» Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado.» (Mc 9, 33-37) En este pasaje del Evangelio aparece evidente la búsqueda de si de los apóstoles que, cuando volvían de una peregrinación apostólica junto al Señor, se dejaron llevar de consideraciones que no tiene mucho que ver con el autentico seguimiento de Cristo.
Pero Jesús, en su infinita bondad, no los reprende como quizás habrían merecido, por el contrario, se acerca a ellos como se comporta un verdadero amigo y, con tono sosegado, les ayuda a hacer un examen de conciencia, les lleva a entrar en si mismos: "¿de qué discutíais por el camino?”. La respuesta se hace esperar, porque era un autentico embarazo admitir la bajeza de sus discursos sobre "quien era el más grande", cuando el Maestro les había hablado poco tiempo antes de su pasión. He aquí entonces que Jesús aprovecha ese resbalón de los apóstoles - que caen como nosotros en el orgullo - para transmitir una enseñanza que también es el antídoto a todo afán de grandeza: "¡sed los últimos, sed los servidores de todos y seréis los primeros!"
El cristianismo sólo conoce un primado: ¡hacerse niños en el espíritu! Para imprimir en la memoria de la Iglesia naciente esta enseñanza, el Señor coge a un niño, lo estrecha contra si y lo presenta a los apóstoles, como para decirles que el mundo de los "adultos", debe inclinarse al de los "pequeños" dando todo el respeto que merece la mención de los niños, tan a menudo despreciada por los potentes. El mundo de los pequeños está hecho de sencillez y no de arrogancia, de humildad y no de arribismo; es un mundo en el que nadie quiere pisar al otro, porque todo tenemos un único modelo, el Jesús de las bienaventuranzas. El mundo de los pequeños fascina a los sencillos y hace sacudir la cabeza a los que se creen entre los que han "llegado". El mundo de los adultos, por el contrario, está hecho más bien de discusiones, de ambiciones más o escondidas, de sonrisas falsas para conseguir un beneficio y no de sonrisas espontáneas para recordarse los unos a los otros que somos hijos del mismo Dios.
El mundo de los pobres en espíritu es el mundo de Maria: aquí nació Jesús, en una pobre gruta, circundado por el amor de los más pobres en espíritu. Es este el mundo que la Madre de Dios ha venido a promover en esta tierra, sirviéndose a menudo de los más pequeños, como los beatos Francisco y Jacinta, los videntes de Fátima, cuya memoria celebrábamos precisamente ayer. Los dos pastorcillos vieron a la Virgen que les confió uno de los más sorprendentes mensajes que la historia conozca. A ellos, el mundo de los pequeños, Dios confía los misterios de su Reino. A quien se hace pequeño como Francisco y Jacinta, Dios les hace participe de su fuerza y su gloria. Las oraciones y los sacrificios de estos dos niños, que se entregaron voluntariamente al Corazón Inmaculado de Maria, han contribuido a la salvación de muchas almas, dando también consuelo al Santo Padre en sus sufrimientos. Nosotros los recordamos como ejemplos vivientes de santidad, una santidad al alcance de todos, la de las bienaventuranzas de la que la Madre de Jesús se hace nuestra Maestra y Guía.
Junto al Santo Padre Benedicto XVI, la invocamos: " "Maria, Madre del sí, Tú has escuchado a Jesús y conoces el timbre de su voz y el latido de su corazón. Estrella de la mañana, háblanos de Él y cuéntanos tu camino para seguirlo en la vía de la fe. María, que en Nazaret habitaste con Jesús imprime en nuestra vida tus sentimientos, tu docilidad, tu silencio que escucha y haz florecer la Palabra en opciones de verdadera libertad María, háblanos de Jesús, para que la frescura de nuestra fe brille en nuestros ojos y caliente el corazón de quien nos encuentra: como hiciste Tu visitando a Isabel que en su vejez gozó contigo por el don de la vida- María, Virgen del Magníficat ayúdanos a llevar la alegría al mundo, come en Caná, impulsa a cada joven, comprometido en el servicio a los hermanos, a hacer sólo aquellos que Jesús dice. María, pon tu mirada en el Agora de los jóvenes, Para que sea el terreno fecundo de la iglesia italiana. María ruega para que Jesús, muerto y resucitado renazca en nosotros y nos transforme en una noche plena de luz, llena de Él: María, Virgen de Loreto, puerta del cielo, ayúdanos a levantar la mirada a lo alto. Queremos ver a Jesús. Hablar con Él. Anunciar a todos su Amor". (Benedicto XVI 14 de febrero de 2007, Oración por el ágora de los jóvenes del Mediterráneo). (Agencia Fides 21/2/2007, Líneas: 57 Palabras: 906)