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El Cairo (Agencia Fides) - «Este año he tenido la alegría y la gracia de celebrar dos veces la Navidad. El 25 de diciembre, celebré y festejé como todos los católicos el nacimiento de Jesús en la parroquia de Shubra, en El Cairo. Después, el 7 de enero, celebré la Navidad con mis hermanos católicos de rito copto en la aldea de Kom Ghareeb (كوم غريب), donde me encuentro desde hace una semana».
Así lo cuenta a la Agencia Fides Anselmo Fabiano, un misionero de la Sociedad de Misiones Africanas (SMA), que se encuentra en la casa de la SMA en el distrito de Shoubra desde el pasado mes de septiembre.
«Inmediatamente después de Año Nuevo, salí de El Cairo hacia el sur, en el Alto Egipto», continúa Anselmo. «Fui acogido fraternalmente en la parroquia copta por el párroco Abuna Iusif. Fue todo un salto: de la gran e interminable ciudad de El Cairo a este pequeño pueblo de agricultores y ganaderos. De la gran catedral de Shubra, con una docena de cristianos, a esta pequeña iglesia que, la noche de Navidad, estaba abarrotada de cristianos dentro y fuera».
«Desde el primer momento he experimentado una acogida extraordinaria, empezando por el párroco, luego los niños y los jóvenes que me hacen fiesta cada vez que me ven, me buscan y me acompañan para enseñarme como son sus vidas. Por no hablar de todas las familias que han abierto las puertas de sus casas para saludarme y acogerme calurosamente. Aquí, la vida y el entorno son muy diferentes, estamos rodeados de campos verdes de cebollas, trigo, pepinos, tomates. Por la mañana, son los gallos y los burros los que hacen de despertador natural. El sonido de los cascos de caballos y bueyes acompaña mis días. La realidad es, sin duda, mucho más pobre: me encuentro con niños descalzos en la polvorienta carretera, con ropas harapientas y desgastadas, su trabajo en el campo es duro y agotador, las casas son muy pobres y sencillas. Pero también he podido tocar una riqueza humana extraordinaria, hecha de una acogida generosa, a veces desarmante, y de una fe fuerte, arraigada en la vida de la gente».
«Guardaré en mi corazón el recuerdo de mi primera misa copta el día de Navidad», concluye el misionero. «El olor del pan, del vino y del incienso, tantos gestos y ritos tan diferentes de los nuestros, pero llenos de significado. No puedo olvidar a los pequeños monaguillos alrededor del altar que se movían hábilmente por los diversos ritos, cantando, recitando y rezando con alegría y entusiasmo. A pesar del lenguaje complicado, me he sentido inmediatamente como en casa, acogido como un hermano en la fe. He conseguido aprender el Padrenuestro gracias a la ayuda de un pequeño grupo de niños: los pequeños son mis maestros y mis catequistas, que me abren la puerta a su manera de celebrar y vivir la fe».
(AP) (Agencia Fides 13/1/2025)
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