Por Mauro Armanino
Niamey (Agencia Fides) – Henri ahora se encuentra en Niamey, tiene el doble de años con respecto a cuando inició el éxodo de su país natal, la República Democrática del Congo, desde una de las regiones más desdichadas de su país.
El 'escándalo geológico' de la RDC, que posee los mejores yacimientos de tierras 'raras' para la electrónica y la informática, sólo ha facilitado la continuación de guerras teledirigidas desde el exterior y pagadas muy caras en el interior. Las coaliciones de varios países africanos y el apoyo, en dinero, armas y logística, de las Grandes Potencias con intereses sobre el terreno, han creado una larga guerra sin fin en los últimos años.
Henri, como muchos otros, abandonó su hogar a los 22 años y no ha vuelto desde entonces. No está reconocido por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, por lo que ha dejado de existir jurídicamente. No es un 'refugiado', no es un 'migrante', no es un 'desplazado', no tiene trabajo, ni familia, ni identidad, y sólo le queda lo que él se empeña en llamar un futuro.
Ha presenciado la masacre de los que huían de la martirizada Ruanda y, por el camino, el nacimiento y desarrollo de grupos armados a sueldo de empresas y potencias extranjeras 'hambrientas' de recursos minerales.
Para llegar a Benín, donde ha permanecido 11 años con estatuto de refugiado, tuvo que atravesar África Central, Camerún y Nigeria. Al final, las autoridades, por razones políticas, consideraron que su estatus ya no era defendible, por lo que Henri se marchó a Ghana pensando que tendría más suerte con el Alto Comisionado para los Refugiados, con sede en Ginebra (Suiza). Así pues, pensó en tomar las riendas de su destino e intentar cruzar el Mar Medio que observa con temor a quienes se atreven a desafiar su misterio. Dejó Ghana y, en un largo viaje, llegó a Argelia, una de las orillas del Mediterráneo. Fue detenido, encarcelado y finalmente deportado a la frontera con Níger y, en 2019, acogido por la Organización Internacional para las Migraciones.
Como no quería volver a su región de origen, aún en guerra, es encomendado al Alto Comisionado para los Refugiados por razones humanitarias. Pasa otros cuatro años como solicitante de asilo en un campamento-pueblo no lejos de Niamey llamado Hamdallay, sólo para ver su solicitud de asilo rechazada.
La institución le ha ofrecido una modesta suma de dinero como 'liquidación' y Henri ha encontrado una habitación de alquiler en uno de los nuevos barrios de las afueras de la capital, Niamey 2000. La vida de Henri, en su vana búsqueda de una tierra de asilo debido a la guerra en curso en su país, aparece como una metáfora de nuestro tiempo. Tanto él como su país y millones de personas viven un exilio sin fin, en el silencio cómplice y ensordecedor del mundo que cuenta.
(Agencia Fides 4/6/2024)
MA