Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "Los fieles de Nagasaki en su historia han tenido la fuerza de superar muchas y graves dificultades. Primero perseveraron en el tiempo de la persecución y después, en el siglo XX, cuando fueron alcanzados por la bomba atómica, sucedió lo mismo: en un trágico acontecimiento fueron preservados en la fe y comenzaron a vivir y a esperar de nuevo. En nuestras raíces, mirando a nuestra historia, encontramos la esperanza que nos acompaña", subraya el arzobispo Peter Michiaki Nakamura, que guía la comunidad católica de Nagasaki, archidiócesis donde residen 58.000 católicos en un territorio de 1,2 millones de habitantes.
Nagasaki es la ciudad símbolo del catolicismo japonés. Fue el centro más importante de la comunidad católica japonesa. Su historia se remonta al siglo XVI, un periodo de persecución implacable, donde los fieles mantuvieron su fe en secreto durante más de dos siglos. Los padres bautizaban en clandestinidad a sus hijos, sin acceso a la Eucaristía por la escasez de sacerdotes. En 1597, Nagasaki fue testigo del martirio de 26 católicos, y en 1622, otros 52 creyentes se enfrentaron al mismo destino. Además, en la historia reciente, la explosión atómica del 9 de agosto de 1945 causó una herida que ha dejado huellas profundas e indelebles.
El arzobispo destaca como la comunidad actual de Nagasaki es “un testimonio vivo de la esperanza en Cristo resucitado. A pesar de haber atravesado momentos tan trágicos como la muerte, la persecución y la bomba atómica, han emergido de estos eventos devastadores con esperanza en sus corazones”. Y reconoce que, gracias a la obra de Dios, han experimentado una recuperación y un renacimiento que los fortalece.
Y continúa reflexionando sobre la situación actual: "De los mártires de Nagasaki hemos heredado el don de la fe. Sin embargo, en nuestra región, la labor de difundir el Evangelio ha perdido un poco de fuerza. Cuando salimos de la Iglesia, el testimonio de fe, es decir, mostrar nuestra vida cristiana a la sociedad, se ha vuelto difícil y arduo por diversas razones". El obispo identifica esta actitud hasta el "gran periodo de persecución", cuando los fieles necesitaban protegerse, ya que mostrar la fe podía resultar en arresto o incluso muerte. Quizás, señala, "las semillas de esta actitud aún persisten hoy en día; existe una cierta dificultad en mostrar públicamente y explicar nuestra fe. Existe en el ADN de la gente un instinto de protección, un deseo de permanecer en privado, en el ocultamiento. Pero ahora necesitamos cambiar, salir de nuestro caparazón", añade.
"La cuestión sobre la que estamos reflexionando, de cara al futuro, es precisamente la de ser una 'Iglesia en salida', no quedarnos encerrados en la sacristía sino abrirnos al mundo exterior. Nos sentimos particularmente interpelados por las palabras y los llamamientos del Papa Francisco: sentimos que esas palabras suyas son para nosotros, precisamente para Nagasaki. Nuestro deseo es abrirnos al mundo exterior, no guardar la fe y el don de Jesucristo solo como un tesoro dentro de nuestras iglesias, sino verlo como un regalo valioso para la sociedad y el mundo. Esto nos interpela y nos impulsa en nuestro camino", declara.
En el contexto japonés, la comunidad de Nagasaki no cuenta -como ocurre en otras zonas de Japón- con un fuerte componente de inmigrantes católicos (aunque hay católicos filipinos y vietnamitas en la zona) que también puedan ofrecer apoyo a la vida de fe. Sin embargo, Nagasaki -aunque en el archipiélago japonés es una "ciudad periférica", muy alejada de la capital- es la ciudad que más está ligada a la historia de las misiones católicas en la nación y ha sido modelada por esa historia, albergando todavía un gran número de iglesias, parroquias, varios museos y monumentos católicos. “En esas huellas, en esas raíces, en esa obra del Señor - concluye Mons. Nakamura -, residen nuestra vida y nuestra esperanza: hoy caminamos juntos como comunidad para que vuelva a florecer”.
(PA) (Agencia Fides 24/4/2024)