Por Mauro Armanino
Niamey (Agencia Fides) - Desde finales de julio del año pasado hasta abril de este año han transcurrido nueve meses, el equivalente al tiempo de una gestación. El golpe de Estado perpetrado por los militares tomó a muchos por sorpresa, especialmente por el método utilizado en la circunstancia. El secuestro del presidente en funciones en la casa presidencial por parte de la guardia que debía protegerlo de esta y otras intentonas golpistas resultó impactante. El patrón cíclico de los golpes de Estado en Níger evidencia los obstáculos en el ejercicio del pacto democrático entre los partidos políticos y la "fragilidad" de las instituciones encargadas de garantizarlo. Entre estas, cabe destacar a los militares, que han desempeñado un papel decisivo en la configuración democrática o no del país desde los inicios de la República. Nueve meses de arena para una gestación, también esta, de arena. La que yace, complaciente, en las calles que casi a diario limpian los trabajadores municipales y que vuelve, puntual, al mismo lugar al día siguiente.
La política adoptada durante la transición también parece ser, por supuesto, efímera como la arena. Las banderas tricolores del país, que solían ser transportadas en taxis y en los numerosos y peligrosos triciclos, están desapareciendo. Incluso las multitudes abrumadoras de los primeros días en el estadio y las protestas en las rotondas han sido reemplazadas por la terquedad de la vida cotidiana. A pesar de la reapertura de las fronteras y el levantamiento de las sanciones por parte de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, no se ha producido el alivio esperado para los pobres y los empresarios. Las piraguas y las extorsiones institucionalizadas siguen siendo el medio de conexión entre las dos orillas del río Níger, en la frontera con Benín. Tras expulsar a los militares franceses y conseguir que los pocos civiles que quedaban fueran discretos, llegó el turno de pedir a los militares estadounidenses que se marcharan. Se han quedado, discretos y a la espera de futuros equilibrios diplomático-económicos, los soldados italianos en el lugar.
La Alianza de Estados del Sahel, AES para abreviar, que incluye a Malí, Burkina Faso y Níger, los países más afectados por el terrorismo, el bandidaje y el negocio, pretende ser una respuesta político-militar a la dramática situación de inseguridad de las poblaciones. Los desplazados en esta parte del Sahel se cuentan por millones y las condiciones de vida de miles de campesinos están al límite de la supervivencia. La temida hambruna, desgraciadamente "institucionalizada" desde hace años, afecta a una parte importante de la población.
Las opciones políticas vinculadas a la absolutización del concepto de "soberanía nacional" y "autarquía" han acarreado consecuencias y "repercusiones" sobre el pueblo que no siempre se han tenido debidamente en cuenta. El punto quizás crucial de la transición/contemplación de estos meses reside en la dificultad de encontrar el núcleo del proyecto político que anima el presente. Éste, para no traicionar el principio de "realidad", debería poner en el centro el "bien común", es decir, la justicia para los pobres. Para no reproducir el pasado en el futuro, se inventó la política y, sobre todo, la democracia.
(Agencia Fides 9/4/2024)