ASIA/MYANMAR - Las inundaciones abruman a los desplazados de Loikaw. El obispo: “Sólo la fuerza que viene de lo alto nos mantiene en pie”

martes, 17 septiembre 2024 desplazados   desastres naturales  

Karuna

Yangon (Agencia Fides) - En diez campos de refugiados donde están acampados los católicos desplazados en Loikaw, «las inundaciones llegaron de repente abrumando la vida de familias, niños ancianos. Las víctimas confirmadas son al menos 18, otros están desaparecidos. Es un duro golpe para la pobre gente que ya sufre desde hace dos años el conflicto civil», afirma Celso Ba Shwe, obispo de Loikaw - ciudad del este de Myanmar en el estado birmano de Kayah-, en una entrevista concedida a la Agencia Fides, relatando los efectos del tifón Yagi que azotó Myanmar.

Esos 10 campos son sólo una pequeña parte de los aproximadamente 200 campos de refugiados que acogen a unos 150.000 refugiados en la diócesis desde hace uno o dos años. Todos los fieles están allí porque la población civil ha huido de Loikaw para buscar refugio de los enfrentamientos entre el ejército regular y las milicias opositoras a la junta militar, en el poder tras el golpe de Estado de febrero de 2021.

La comunidad diocesana se ha fragmentado porque «todos han huido de las parroquias y el rebaño se ha dispersado. Algunos han encontrado refugio en el territorio de la vecina diócesis de Pekhon, la mayoría de los bautizados se han quedado en unos 200 asentamientos de desplazados que salpican el territorio», dice el obispo, esbozando la situación local. Sacerdotes, religiosos, religiosas y catequistas también han abandonado la ciudad, que ha sufrido los bombardeos del ejército regular porque se cree que es uno de los bastiones de las Fuerzas Populares de Defensa, aliadas de los ejércitos de las minorías étnicas.

Un símbolo del sufrimiento de la Iglesia local ha sido la ocupación de la catedral y del contiguo centro pastoral de Loikaw, transformados por los militares birmanos en una base logística en noviembre de 2023, expulsando al obispo, que se convirtió así en un «refugiado entre los refugiados». «Los militares siguen allí desde hace casi un año», confirma a la Agencia Fides Mons. Ba Shwe. «Hemos intentado hablar con las autoridades civiles y militares», informa «pero por ahora no hay señales concretas para la liberación de nuestro centro. Hemos podido salvar los registros de bautismos y sacramentos, nada más. Nos sentimos casi exiliados, lejos de Jerusalén. Sólo la fe y la fuerza que viene de arriba nos permiten seguir adelante», afirma. El obispo Celso se ha trasladado temporalmente a la iglesia de una zona remota, la parroquia de Soudu, en la parte occidental de la diócesis. Desde allí, viaja continuamente por los campos de refugiados para visitar y consolar a los desplazados.

La comunidad católica está haciendo todo lo posible para continuar -en medio de una situación difícil- con la atención material y espiritual de los fieles. «Existe gran necesidad de ayuda para el sustento diario. Con Cáritas Loikaw, trabajamos incansablemente por la ayuda humanitaria. Manteniendo un perfil bajo, gracias a la providencia de Dios, cada día intentamos alimentar y asistir a todos», informa.
Además «en cada uno de los 200 campamentos hay una capilla, hecha a menudo de bambú, construida por los fieles. Nuestros sacerdotes no se han desanimado y han salido a buscar a los fieles de sus parroquias, en busca de la oveja perdida. Esta cercanía para la gente es un gran consuelo».

La Iglesia, observa, «se esfuerza por organizar mejor el servicio del alimento material y espiritual. A veces comprendemos claramente que esto garantiza que los fieles no desesperen. Celebramos la Eucaristía, los bautizos, las primeras comuniones y las confirmaciones en los campos de refugiados. Allí hay personas sencillas, que saben que pueden confiar en Dios, que Dios no les abandona. Saben que, juntos, estamos viviendo un calvario, estamos en una larga travesía en el desierto, esperando la tierra prometida, que para nosotros es la paz, es poder volver a nuestras casas y a nuestras iglesias».

Otro tema muy cercano al corazón del Obispo es la educación: «Nos preocupa mucho la educación de los niños y los jóvenes. Hacemos lo que podemos y tenemos que construir pequeñas escuelas provisionales donde religiosos, religiosas y catequistas se prestan a menudo a enseñar. Faltan libros y material escolar para los alumnos. Es una generación que sufrirá esta interrupción de la escolarización», señala. También para los seminarios la situación es precaria: el Seminario Interdiocesano de Loikaw se trasladó a Taunggyy hace dos años, y allí se encuentran los 13 seminaristas mayores de Loikaw. El Seminario Menor Intermedio, con otros 13 muchachos, se ha trasladado a una zona remota y la formación es muy difícil.

Sobre la situación general del conflicto civil en curso, el obispo de Loikaw señala que «se encuentra en un punto muerto, en el que las fuerzas de la resistencia controlan algunas zonas, pero el ejército regular sigue siendo muy fuerte y dispone de armamento grande y poderoso». Así pues, el resultado del conflicto sigue siendo incierto, la situación está en punto muerto y no parece cercana una victoria de la resistencia. «Seguimos hablando de paz y promoviendo la reconciliación, que es el horizonte al que nos lleva el Evangelio», afirma. «Pero desgraciadamente hoy -señala- la palabra “reconciliación” no es aceptada por ninguna de las partes enfrentadas. La junta militar lucha y llama 'terroristas' a los jóvenes de las fuerzas populares. Los jóvenes, por su parte, denuncian la violencia cometida por el ejército y no quieren dar marcha atrás. Y el conflicto continúa. Esta es la situación sobre el terreno. Estamos en medio de un túnel y sólo el Señor puede hacernos volver a ver la luz».
(PA) (Agencia Fides 17/9/2024)

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