EUROPA/CHIPRE - Las esperanzas traicionadas de los “presos al aire libre” de Pournara

lunes, 15 enero 2024

Multimedia Centre- European Parliament

Por Roberto Morozzo della Rocca*

Nicosia (Agencia Fides) - De los 27 países de la Unión Europea, la República de Chipre es el más excéntrico y marginal. Lo es geográficamente (se encuentra en la plataforma continental asiática); políticamente (es el producto de una falla de civilización entre los mundos turco y griego que acabó dividiendo la isla); demográficamente (los habitantes actuales son griegos, pero también árabes, ingleses, rumanos, búlgaros, rusos incesante crisol de culturas iniciado por hititas, asirios, fenicios, persas, macedonios, romanos, bizantinos, francos, venecianos, otomanos); estratégicamente (entre el imperioso expansionismo turco, el fracaso y la destrucción del Estado sirio, la crisis y fragmentación del Líbano, el brutal conflicto israelí-palestino, los diversos intereses de las grandes potencias en el Mediterráneo oriental) y económicamente (a pesar de todo, tiene una economía floreciente, especialmente en servicios financieros y turismo, con una notable renta per cápita de 34.163 $ en 2023, cifra para nada inferior a la de Europa).

En este singular equilibrio geopolítico, desde hace unos años ha estallado la cuestión migratoria, confirmando una vez más el carácter excepcional de este Estado de 9.251 kilómetros cuadrados, de los que 3.355 están ocupados por Turquía y otros 604 son inaccesibles debido a la zona desmilitarizada de seguridad (buffer zone) entre el Sur y el Norte bajo los auspicios de la ONU o las bases militares británicas. En 2022, de los 912.703 habitantes censados, 22.190 personas, es decir, el 2,4% de la población residente, llegaron a Chipre solicitando asilo. Para tener algunos elementos de comparación, en el mismo año, Italia recibió 84.290 solicitudes de asilo, es decir, el 0,14% de su población, y Suecia, país histórico de inmigración, recibió 18.605, es decir, el 0,17% de su población.

La República de Chipre tiene el mayor índice de solicitantes de asilo de toda la UE. En el conjunto de la última década, el número de solicitantes de esta forma de protección internacional se acerca a los 100.000, más de una décima parte de la población. Como si a Italia hubieran llegado 6 millones de solicitantes de asilo, o a España 5 millones. Cosa que no ha ocurrido. Por cifras mucho menores, otros países mediterráneos penalizados por las normas de Dublín, que imponen la retención de los migrantes en el país de su primera llegada, acostumbran a quejarse crónicamente a la Unión Europea de la ausencia de solidaridad activa y de reubicación en otros Estados miembros.

Este número relativamente grande de migrantes llega de dos maneras. Por mar, navegando por cualquier medio (incluso motos acuáticas) desde las costas no demasiado distantes de Líbano, Siria, Turquía, ruta por la que transitan principalmente sirios, afganos, libaneses, somalíes, eritreos, palestinos ( y ahora también familias de Gaza). Por tierra, atravesando la buffer zone de la isla de Norte a Sur gracias a los traficantes, tras haber llegado a Turquía en avión con una costosa matrícula en una de las numerosas universidades privadas creadas ad hoc en la parte de Chipre bajo control de Ankara, y es la ruta seguida hasta ayer por numerosos africanos, interrumpida en estos momentos por las mismas autoridades turcas que la habían permitido.

¿Qué destino espera a los inmigrantes en Chipre? Una minoría obtiene el estatuto de refugiado, de cuya regularización se deriva la obligación canónica de residir en el país al menos cinco años antes de trasladarse eventualmente a otro lugar, según la normativa de la UE. Por otra parte, la mayoría de los inmigrantes, tras el rechazo de su solicitud de asilo, es decir, tras pasar de refugiados potenciales a inmigrantes económicos sin derechos, se convierten en irregulares. Ni que decir tiene que, para la mayoría de los estudiosos del tema, los migrantes económicos necesitados de trabajo, los refugiados procedentes de contextos de violencia y persecución, los solicitantes de asilo, es decir, los refugiados potenciales, no se distinguen claramente. Los migrantes son básicamente refugiados, y los refugiados son migrantes. Son los gobiernos los que establecen la distinción para conseguir argumentos para el rechazo.

Hay pocas repatriaciones en el sistema chipriota, ya sean forzosas a cargo del Estado, o voluntarias, a veces a cambio de unos dos mil euros en concepto de indemnización. Permanecen así en el limbo, varados en la isla, prisioneros a la intemperie, viviendo y durmiendo en la calle, luchando en la economía sumergida, expuestos a penurias y enfermedades, mantenidos por las remesas de parientes lejanos en los casos más afortunados. En cualquier caso, se trata de un destino funesto. En verano, las plazas y jardines de las ciudades chipriotas rebosan de emigrantes fracasados además de turistas. Llegar a Chipre como inmigrantes ilegales es muy fácil, salir para ir a otros países de la UE resulta en cambio difícil sin regularización: la geografía es inexorable.

La población chipriota no está en absoluto contenta con los numerosos emigrantes que permanecen en la isla sin documentos de residencia, pero en general es tolerante y la integración resulta posible, la economía es floreciente, hay trabajo en mayor o menor medida y también existe el hábito de una sociedad plural. A la aparición de un grupo xenófobo neonazi se ha unido la de asociaciones de defensa de los inmigrantes. Hay que recordar que muchos chipriotas también tienen una historia como refugiados, aunque sea sui generis. Tras la invasión turca de 1974, los éxodos transfronterizos entre el norte y el sur de la isla, con abandono de hogares y propiedades, afectaron a casi la mitad de la población: cientos de miles de personas de cultura griega huyeron del norte, al igual que muchas de cultura turca lo hicieron del sur. Durante un cuarto de siglo, hasta 1999, ACNUR tuvo mucho trabajo para asistir a estos refugiados, reconocidos como tales por la comunidad internacional, a los que sólo la determinación del gobierno de Nicosia de no reconocer la autoproclamada independencia del norte de Chipre hizo que se les llamara desplazados internos.

Con una misión humanitaria de la Comunidad de Sant'Egidio, a principios de enero visité algunos campos donde se reúnen los inmigrantes (también llamados refugiados) que llegan, a decenas o incluso centenares cada día. El más grande, el punto neurálgico por el que pasan todos, con una capacidad básica de mil personas, es el de Pournara, a 10 km de Nicosia. Está situado en una campiña agradable en invierno y reseca en verano, en la llanura entre las dos cordilleras de la isla, la de Pentadaktylos y la de Trodos, la primera en la zona turca y la segunda en la griega. Los cielos son luminosos y llamativos, como suele ocurrir en Oriente, pero son el único consuelo para los habitantes del campo. Este lugar es utilizado para la acogida inicial, que puede suponer hasta un año de estancia en condiciones esencialmente primitivas. Su objetivo es el de disuadir, de acuerdo con las recientes directrices del "paquete migratorio" de la UE. Fuera, un triple muro de barreras metálicas y alambre de espino. Hasta hace seis meses era uno solo, pero las nuevas directrices europeas de seguridad sobre inmigración están convirtiendo los campos de acogida en prisiones, aunque muchos de los huéspedes sean familias, menores, mujeres solas. Los guardias de seguridad no adoptan una línea dura con el encierro, dejando algunas libertades que ayudan a aliviar las tensiones.

Pournara es una masa promiscua de seres humanos sin nada o casi nada. Contenedores, chabolas de cartón, tiendas improvisadas donadas de forma puntual por alguna institución europea y actualmente destartaladas y ruinosas albergan a un gran número de personas que a menudo duermen en el suelo, carecen de ropa de invierno, caminan en chanclas sin calcetines y apenas reciben alimentos para subsistir. No se ven árboles y, en verano, los internos se apiñan bajo los pocos toldos existentes para escapar del sol abrasador. Las reyertas internas son frecuentes, sobre todo entre árabes y africanos, aunque el número cada vez menor de estos últimos y su segregación en rincones apartados del campamento hacen que ahora sean raras. Los huéspedes no tienen nada que hacer en todo el día, sólo pueden entregarse a la pereza, aburrirse, deprimirse o soñar si les queda espíritu. Es la condena del tiempo sin fin. Esto explica por qué, cuando cualquier voluntario o visitante entra en el campamento, por muy discreto que quiera ser, enseguida se crea a su alrededor una multitud interesada y curiosa.

Hombres robustos, en su mayoría jóvenes si no muy jóvenes, que llegaron con grandes esperanzas, se sienten traicionados. Muchos intuyen que no se les concederá el asilo solicitado. La mayoría, en Pournara, hasta ayer, eran congoleños, nigerianos, cameruneses y otros africanos llegados por tierra desde el norte de Chipre, pero en estos momentos la mayoría son asiáticos. Se trata de afganos, iraníes, paquistaníes, palestinos y, sobre todo, sirios. Estos últimos son refugiados de una guerra que dura ya trece años: tendrían pleno derecho al asilo, pero ahora varios miembros de la Unión Europea -y la República de Chipre no es una excepción- quieren declarar a Siria país seguro para poder expulsar a los refugiados.

Los sirios de Pournara son en su mayoría adolescentes en la dolorosa condición de no haber podido ir nunca a la escuela. Antes de la guerra, Siria tenía altos niveles de escolarización, desde 2011 todo se vino abajo. La falta absoluta de educación es una hipoteca muy grave para el futuro de estos niños que, entre otras cosas, a diferencia de sus padres, no hablan inglés ni francés, sino solo árabe. “English problema”, te dicen inmediatamente. Es más: no saben escribir y a veces ni siquiera firmar. Al igual que a menudo desconocen su fecha de nacimiento, dados los avatares familiares y la disolución de los registros civiles.

La escuela significa disciplina, cultura, comunicación, sociabilidad, sentido moral. ¿Quién se hará cargo de esta generación? Cuando por fin concluyan los tediosos procedimientos de asilo, sea cual sea el resultado, estos jóvenes sirios se encontrarán a la deriva en los núcleos de población de Chipre, y serán las compasivas instituciones de la sociedad civil, tanto de inspiración laica como religiosa, las que procurarán su recuperación humana en la medida de lo posible.

La pequeña pero viva Iglesia católica de la isla (predominantemente cristiana ortodoxa) hace mucho, ocupándose de ayudar a emigrantes y refugiados, incluso abriendo centros de acogida que reconstituyen entornos familiares de protección y educación. Es un catolicismo dual, existen de hecho la comunidad latina del Patriarcado de Jerusalén y la comunidad maronita de presencia igualmente antigua, y ambas, hay que decirlo, renacen a nueva vida con los inmigrantes, muy presentes en las misas dominicales de las parroquias.

A principios de diciembre de 2021, el Papa Francisco realizó un viaje apostólico a Chipre. Merecería la pena releer sus discursos, impregnados de simpatía por esta isla que él considera verdaderamente original, por sus antiguas memorias apostólicas, por una historia tan variada y rica desde siempre, por un presente calificado de “multicolor”, por ser “un verdadero lugar de encuentro entre etnias y culturas diferentes”, marcado en particular por migrantes y refugiados que desafían la caridad de los cristianos exigiendo “acogida, integración, acompañamiento”. Con respecto al gobierno, sobre el tema de la migración, Bergoglio no criticó, en todo caso exhortó, como cuando repitió el mismo concepto expresado a los líderes religiosos: “Los gobernantes saben cuán capaces son de acoger [a los migrantes]: es su derecho, es verdad. Pero hay que acoger, acompañar, promover e integrar a los emigrantes. Si un gobierno no puede hacerlo, debe dialogar con los demás y dejar que los demás se ocupen, cada uno. Y por eso es importante la UE, porque la UE es capaz de hacer que haya armonía entre todos los gobiernos para la distribución de los inmigrantes”. A más de dos años de estas palabras, la respuesta de la UE es, si cabe, más cerrada y decepcionante aún que aquel rechazo a la solidaridad, la reubicación y la integración al que aludía el Papa al despedirse de Chipre: medidas policiales, campos de detención, refoulement y repatriaciones forzosas, externalización y bloqueo de fronteras mediante acuerdos con países donde no se respetan los derechos humanos.

Las convulsiones del enfrentamiento árabe-israelí en la región vecina, así como las dramáticas condiciones de la sociedad siria y la inesperada y rápida decadencia del Líbano, hacen temer la inminencia de mayores oleadas migratorias hacia Chipre. Sea cual sea el futuro, las simpáticas y alentadoras palabras del Papa a las autoridades chipriotas perduran ante el “refugiado que viene a pedir libertad, pan, ayuda, fraternidad, alegría, y que huye del odio”: “Que esta isla, marcada por una dolorosa división, pueda convertirse con la gracia de Dios en taller de fraternidad. Esta isla es generosa, pero no puede hacerlo todo, porque el número de gente que llega es superior a sus posibilidades de incorporar, de integrar, de acompañar, de promover… Su cercanía geográfica facilita, pero no es fácil… Pero siempre está presente en esta isla, y lo he visto en los responsables que he visitado, [el compromiso] de convertirse, con la gracia de Dios, en taller de fraternidad”.

Realismo y esperanza. Realismo de las autoridades de la República de Chipre que actualmente presionan a Bruselas para obtener, si no esa solidaridad hasta ahora negada por la resistencia y los vetos de varios Estados miembros, al menos más recursos. Esperanza de los chipriotas de buena voluntad que confían en los valores humanos y cristianos, y tal vez en una Europa menos atemorizada e introvertida.
(Agencia Fides 15/1/2024)

* Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Roma Tre


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