VATICANO - Benedicto XVI abre la asamblea del Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía: "Si permanecemos unidos a Él, entonces daremos fruto también nosotros, entonces ya no daremos el vinagre de la autosuficiencia, del descontento de Dios y de su creación, sino el buen vino de la alegría en Dios y del amor por el prójimo"

lunes, 3 octubre 2005

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El domingo 2 de octubre el Santo Padre Benedicto XVI ha presidido en la Basílica Vaticana la solemne Concelebración Eucarística con los Padres Sinodales, para la apertura de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, sobre el tema: "Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y misión de la Iglesia". La liturgia de la Palabra del XXVII domingo del tiempo Ordinario presentaba la imagen de la vid: "el vino y con él la vid se han convertido también en imagen del don del amor, en el que podemos lograr una cierta experiencia del sabor del Divino" ha explicado el Santo Padre, que ha realizado tres reflexiones fundamentales a partir de las lecturas proclamadas.
El primer pensamiento es que "Dios ha infundido en el hombre, creado a su imagen, la capacidad de amar y, por tanto, la capacidad de amarle a Él mismo, su Creador. Con el cántico de amor del profeta Isaías, Dios quiere hablar al corazón de su pueblo y también a cada uno de nosotros... Dios nos espera. Él quiere que le amemos: un llamamiento así, ¿no debería tocar nuestro corazón?... ¿Encontrará una respuesta? ¿O sucederá con nosotros como con la viña, de la que Dios dice en Isaías: «Esperó a que diese uvas, pero dio agraces»? Nuestra vida cristiana, con frecuencia, ¿no es quizá más vinagre que vino? ¿Autocompasión, conflicto, indiferencia?
Después de haber descrito la bondad de la creación de Dios y el tamaño de la elección con que Él busca y ama al hombre, las lecturas también presentan el fracaso del hombre. El profeta Isaías recuerda: "Dios plantó vides selectas y sin embargo y sin embargo dieron agraces", es decir violencia, derramamiento de sangre, opresión. "En el Evangelio, la imagen cambia: la vid produce uva buena, pero los viñadores arrendadores se quedan con ella… quieren hacerse ellos mismos propietarios; se adueñan de lo que no les pertenece". Estos arrendatarios constituyen como un espejo para los hombres de hoy, a quienes ha sido confiada la creación: "Queremos ser los dueños en primera persona y solos. Queremos poseer el mundo y nuestra misma vida de manera ilimitada. Dios nos estorba o se hace de Él una simple frase devota o se le niega todo, desterrándolo de la vida pública, hasta que de este modo deje de tener significado alguno... Allí donde el hombre se convierte en el único dueño del mundo y en propietario de sí mismo no puede haber justicia. Allí sólo puede dominar el arbitrio del poder y de los intereses"
El tercer elemento destacado del Santo Padre, lo constituye el juicio del Señor a su viña y a nosotros, hoy. "La amenaza de juicio nos afecta también a nosotros, a la Iglesia en Europa, a la Iglesia de Occidente en general- ha dicho el Santo Padre -. Con este Evangelio los Señor grita también en nuestros oídos las palabras que dirigió a la Iglesia de Efeso en el Apocalipsis: "Si no te arrepintieras, iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero" (2,5). También se nos puede quitar a nosotros la luz, y haremos bien en dejar resonar en nuestra alma esta advertencia con toda su seriedad… ". Una palabra de consuelo nos viene del versículo del aleluya, extraído del Evangelio de Juan: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto" (Jn 15,5). "Con estas palabras del Señor, Juan nos ilustra el último, el verdadero resultado de la historia de la viña del Señor. Dios no fracasa. Al final, El triunfa, triunfa el amor". La muerte del Hijo no es el final de la historia, pues de ella "surge la vida, se forma un nuevo edificio, una nueva viña"… "En el cenáculo anticipó su muerte y la transformó en el don de sí mismo, en un acto de amor radical. Su sangre es don, es amor y por este motivo es el verdadero vino que se esperaba el Creador. De este modo, Cristo mismo se convirtió en la viña y esa viña da siempre buen fruto: la presencia de su amor por nosotros, que es indestructible. Estas palabras convergen al final en el misterio de la Eucaristía, en la que el Señor nos da el pan de la vida y el vino de su amor y nos invita a la fiesta del amor eterno… En la santa Eucaristía, desde la cruz nos atrae a todos hacia sí (Jn 12, 32) y nos convierte en sarmientos de la vid, que es Él mismo. Si permanecemos unidos a Él, entonces daremos fruto también nosotros, entonces ya no daremos el vinagre de la autosuficiencia, del descontento de Dios y de su creación, sino el buen vino de la alegría en Dios y del amor por el prójimo" (S.L) (Agencia Fides 3/10/2005, Líneas: 53 Palabras: 855)


Compartir: