VATICANO - Benedicto XVI en Viterbo (1) - “Se suceden las épocas de la historia, cambian los contextos sociales, pero no muta y no pasa de moda la vocación de los cristianos a vivir el Evangelio, en solidaridad con la familia humana, al paso con los tiempos”

lunes, 7 septiembre 2009

Viterbo (Agencia Fides) – El Domingo 6 de setiembre, el Santo Padre Benedicto XVI dejó en helicóptero las Villas Pontificias de Castel Gandolfo para efectuar una visita pastoral a Viterbo y Bagnoregio. En Viterbo, después de haber bendecido las nuevas portas de bronce de la Catedral, Benedicto XVI recibió la bienvenida del Alcalde y del Obispo en la Logia de los Papas. Luego, después de una breve visita a la “Sala del Cónclave” del Palacio, se dirigió a la explanada de Valle Faul, donde presidió la Concelebración eucarística (ver Fides 31/7/2009).
“En este contexto, que evoca siglos de historia civil y religiosa, se encuentra ahora idealmente reunida, con el Sucesor de Pedro, toda vuestra Comunidad diocesana, para ser por él confirmada en la fidelidad a Cristo y a su Evangelio”, dijo el Papa en la homilía, saludando inmediatamente después a los miembros de la comunidad diocesana, a las autoridades civiles y militares.
“Toda asamblea litúrgica es espacio de la presencia de Dios – dijo Benedicto XVI –. Reunidos para la Santa Eucaristía, los discípulos del Señor proclaman que Él ha resucitado, que está vivo y que da la vida, y atestiguan que su presencia es gracia, es tarea, y es alegría”. Comentando las lecturas de la liturgia dominical, el Papa ha citado al profeta Isaías (35,4-7), que alienta a los “pobres de corazón” ya que “cuando el Señor está presente se abren de nuevo los ojos del ciego y los oídos al sordo, el cojo ‘salta’ como un ciervo. Todo renace y todo revive porque aguas benéficas irrigan el desierto”. El Papa explicó asimismo que el desierto, en su lenguaje simbólico, “puede evocar los eventos dramáticos, las situaciones difíciles y la soledad que no raramente marca la vida, el desierto más profundo es el corazón humano, cuando pierde la capacidad de escuchar, de hablar, de comunicarse con Dios y con los otros. Se hace uno ciego porque es incapaz de ver la realidad, se cierran los oídos para no escuchar el grito de quien implora ayuda, se endurece el corazón en la indiferencia y el egoísmo”.
Con este pasaje se relaciona el episodio evangélico, narrado por San Marcos (7,31-37), en que Jesús sana a un sordomudo. “Podemos ver en este ‘signo’ el deseo ardiente de Jesús de vencer en el hombre la soledad y la incomunicabilidad creadas por el egoísmo – explicó el Sumo Pontífice –, para dar paso a una nueva ‘humanidad’, la humanidad de la escucha y de la palabra, del diálogo, de la comunicación y de la comunión con Dios. Una humanidad ‘buena’ como buena es toda la creación de Dios, una humanidad sin discriminaciones, sin exclusiones – como exhorta el apóstol Santiago en su Carta (2,1-5) – para que el mundo sea verdaderamente y para todos campo de genuina fraternidad, en la apertura del amor por el Padre común que nos ha creado y nos ha hecho sus hijos e hijas”. Retomando luego algunas líneas espirituales y pastorales, el Papa recordó la importancia de la educación a la fe, “como búsqueda, como iniciación cristiana, como vida en Cristo”, que involucra parroquias, familias, realidades asociativas, y también a la escuela, desde la primaria hasta la Universidad de la Tuscia. Entre los “modelos siempre actuales, auténticos pioneros de la educación a la fe en que inspirarse”, Benedicto XVI recordó a Santa Rosa Venerina, “auténtica precursora de las escuelas femeninas en Italia” y a Santa Lucía Filippini que fundó a las beneméritas “Maestras Pías”. “De estas fuentes espirituales – subrayó el Papa – se podrá fácilmente beber para afrontar con lucidez y coherencia la actual, ineludible y prioritaria ‘emergencia educativa’, gran desafío para toda comunidad cristiana y para la sociedad toda”.
Benedicto XVI citó asimismo el testimonio de la fe, que se expresa a través de la acción caritativa de la Iglesia: “sus iniciativas, sus obras son signos de la fe y del amor de Dios, que es Amor... Aquí florece y debe ser siempre incrementada la presencia del voluntariado, tanto desde el punto de vista personal, como asociativo, que encuentra en la Caritas su organismo propulsor y educativo”. El Santo Padre citó luego a la joven Santa Rosa, copatrona de la Diócesis, “fúlgido ejemplo de fe y de generosidad con los pobres”; Santa Giacinta Marescotti, que “promovió en la ciudad la adoración eucarística desde su Monasterio, y dio vida a instituciones e iniciativas para los encarcelados y los marginados”; el capuchino San Crispino, “que sigue inspirando beneméritas presencias asistenciales”. Las muchas casas de vida consagrada, masculinas y femeninas, y monasterios de clausura de la diócesis “nos recuerdan que la primera forma de caridad es justamente la oración”. El Papa señaló el ejemplo de la beata Gabriella Sagheddu, trapense: “en el monasterio de Vitorchiano, donde está enterrada, sigue proponiéndose ese ecumenismo espiritual, alimentado por la oración incesante, vivamente solicitado por el Concilio Vaticano II”, y el viterbés beato Domenico Bàrberi, pasionista, que en 1845 acogió en la Iglesia católica a John Henry Newman, quien llegara a ser Cardenal.
La tercera línea directiva del plan pastoral de la diócesis se refiere a la atención a los signos de Dios. En efecto, “Dios sigue revelándonos su proyecto mediante ‘eventos y palabras’. Escuchar su palabra y discernir sus signos debe ser por lo tanto el compromiso de todo cristiano y de toda comunidad”. El Papa recordó que signo del Dios vivo debe ser en primer lugar el sacerdote, “que Cristo ha escogido todo para sí”, pero también lo debe ser “toda persona consagrada y todo bautizado”. Luego Benedicto XVI exhortó a los fieles laicos, jóvenes y familias, a no tener miedo “de vivir y testimoniar la fe en los varios ámbitos de la sociedad, en las múltiples situaciones de la existencia humana”. Recordó asimismo al joven Mario Fani de Viterbo, iniciador del “Círculo Santa Rosa”, primera semilla de lo que se convertiría en la experiencia histórica del laicado en Italia: la Acción Católica. “Se suceden las épocas de la historia, cambian los contextos sociales, pero no muta y no pasa de moda la vocación de los cristianos a vivir el Evangelio, en solidaridad con la familia humana, al paso con los tiempos: ya sea con el esfuerzo social, el servicio que le es propio a la acción política, o con el desarrollo humano integral”.
El Papa terminó exhortando a no tener miedo “cuando el corazón se pierde en el desierto de la vida”, sino a confiar más bien en Cristo, el primogénito de la humanidad nueva, y a la Madre de todos, María, venerada con el título de Virgen de la Encina. (S.L.) (Agencia Fides 7/9/2009 – líneas 71; palabras 1084)


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