VATICANO - “Ave María” por mons. Luciano Alimandi - ¡El poder de Dios es la misericordia!

miércoles, 29 julio 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Una oración romana, vinculada con el texto del libro de la Sabiduría, dice: ‘Tú, Dios, muestras tu omnipotencia en el perdón y en la misericordia’. El vértice del poder de Dios es la misericordia, es el perdón. En nuestro hodierno concepto mundial de poder, pensamos en uno que tiene grandes propiedades, que en economía tiene algo que decir, dispone de capitales, para influenciar en al mundo del mercado. Pensamos en uno que dispone de poder militar, que puede amenazar. La pregunta de Stalin: ‘¿Cuántas divisiones tiene el Papa?’ caracteriza todavía la idea media del poder. Tiene poder quien puede ser peligroso, quien puede amenazar, quien puede destruir, quien tiene en mano tantas cosas del mundo. Pero la Revelación nos dice: ‘No es así’; el verdadero poder es el poder de gracia, y de misericordia. En la misericordia, Dios demuestra el verdadero poder” (Benedicto XVI, homilía en Aosta, 25 de julio de 2009).
El Santo Padre Benedicto XVI con estas palabras pronunciadas fuera del discurso en la homilía recientemente dada para la celebración de las Vísperas en la Catedral de Aosta, abre una “ventana” hacia la maravillosa verdad de la misericordia divina, afirmando que es, en sí misma, “el verdadero poder” de Dios.
Nuestro tiempo parece tener particular necesidad de oír hablar de la misericordia divina en términos de “poder”, desde el momento en que toda época está marcada por una irrefrenable carrera hacia el poder, que involucra al hombre como individuo y como colectividad.
El poder ejercita sobre el corazón del hombre, desde el pecado original, una atracción irresistible para los que se dejaban con gusto engañar por su fascinación, aferrados ya no por el deseo de “pequeñez”, sino por el deseo desenfrenado de grandeza. Una grandeza que debe ser alcanzada a toda costa y con cualquier medio. Dios ha creado al hombre para grandes cosas, dándole una dignidad extraordinaria pero, al mismo tiempo, ha determinado para él, un camino de gloria que pasa a través de la humildad, para hacerle espacio a Dios. El mundo, en cambio, “predica” una grandeza humana que se alcanza a través del “poder”, un poder que “hincha” apoyándose sobre el orgullo que “aplasta” a los más débiles.
El Evangelio anuncia, como recuerda el Santo Padre, un “poder” que saca fuerza no desde abajo, desde las cosas de la tierra, sino desde lo alto, de Dios, que nos ha enviado a su Hijo Jesús para enseñarnos y donarnos la misericordia.
Si el hombre quiere encontrar a Dios, si quiere descubrir donde vive y cómo actúa, entonces el camino es uno sólo, se llama Jesús, porque Jesús es la misericordia del Padre que se ha hecho visible al hombre: desde el nacimiento en Belén hasta la muerte y resurrección en Jerusalén.
Toda la vida del Señor Jesús es manifestación de este Amor infinito de Dios que, para vencer al más grande poder acá abajo, el del Maligno, llamado por él “príncipe de este mundo” (Jn 12, 31), se dejó crucificar.
Acerca de esto es bueno volver a las palabras del Santo Padre de la citada homilía: “este es el acontecimiento de la Cruz, desde ese momento, contra el océano del mal, existe un río infinito y por lo tanto siempre más grande que todas las injusticias del mundo, un río de bondad, de verdad, de amor. Así Dios perdona transformando el mundo y entrando en nuestro mundo para que haya realmente una fuerza, un río de bien más grande que todo el mal que nunca ha podido existir. Así la dirección a Dios se convierte en una dirección a nosotros: es decir este Dios nos invita a ponernos de su parte, a salir del océano del mal, del odio, de la violencia, del egoísmo y a identificarnos, a entrar en el río de su amor” (Benedicto XVI, 25 de julio de 2009).
La misericordia y el amor que se deja herir por el pecado del hombre para sanarlo, es la infinita capacidad de Dios de perdonar la rebelión de sus creaturas porque las ama con un Amor que es más fuerte que todo mal y toda muerte.
Dios quiere donarnos este mismo “poder de gracia y de misericordia” a través de una auténtica comunión de vida con su Hijo Jesús. En Él también nosotros llegamos a ser “poderosos”, somos “elevados” por encima de los poderes del mal y de los cómplices de este mal que el Señor llama, refiriéndose a la cizaña presente en el mundo, “los hijos del maligno” (cf. Mt 13, 38). Con su poder de gracia Jesús nos libera, en efecto, de la red tejida incansablemente por el mal y nos cubre con su misericordia para protegernos de nuestro egoísmo. Jesús ejercita este poder divino, en modo particular, a través de los sacramentos, especialmente mediante la Eucaristía y la Reconciliación. Nosotros podemos continuamente beber de estas dos fuentes inacabables de gracia que se encuentran en el corazón de la Iglesia y que están constantemente abiertas para todos. Ya el profeta Isaías había vaticinado lo que se ha cumplido plenamente en Cristo Jesús: “¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche!
¿Por qué gastar plata en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia? Hacedme caso y comed cosa buena, y disfrutaréis con algo sustancioso. Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma” (Is 55, 1-3).
La Virgen María nos recuerda que existe un poder de gracia y de misericordia que es gratuito y está puesto a disposición de todo creyente en Cristo. Basta ir a donde Él, con la confianza del corazón, esa misma confianza que justamente la Virgen, más que ningún otro, nos puede y quiere enseñar. Ella, en efecto, la ha vivido perfectamente y Dios le ha concedido el distribuirla a manos llenas a todos sus hijos. La confianza que nuestra Madre nos quiere transmitir hace abrir las puertas de la misericordia divina, porque es una confianza humilde, muy simple, aprendida en la mejor escuela (Agencia Fides 29/7/2009; líneas 64, palabras 932)


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